Críticas de espectáculos

La comedia alocada de ‘Los Hermanos’

La comedia latina «Los Hermanos» de Publio Terencio, en adaptación de Josu Eguskiza y bajo la dirección del cineasta malagueño Chiqui Carabante, es una coproducción de la compañía GNP Producciones y del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Este montaje, que forma parte de la 71.ª edición del certamen, es el noveno en subir a escena en el Teatro Romano.

«Los Hermanos», estrenada en el 160 a. C. durante los Ludi Romani (fiestas públicas en honor a Júpiter), es la última y más depurada comedia de Terencio, heredero de la palliata —la comedia de tema griego adaptada al público romano—. La trama contrapone a dos hermanos de carácter radicalmente opuesto: Demea, severo y rígido, y Mición, tolerante e indulgente. Cada uno representa un modelo educativo distinto, cuyas consecuencias se manifiestan en la vida de los dos hijos de Demea. Por decisión familiar, Esquino fue adoptado por su tío Mición y creció bajo un modelo más liberal, mientras que su hermano Ctesifonte permaneció bajo la estricta disciplina de su padre.

El conflicto se desencadena cuando Esquino rapta a la cortesana Báquide. Sin embargo, no lo hace por un impulso personal, sino para favorecer a Ctesifonte, enamorado de la joven pero incapaz de confesarlo por temor a su padre. Esquino, en realidad, está enamorado de Pánfila, una muchacha modesta y virtuosa. El enredo culmina con la revelación de la verdad: Ctesifonte logra unirse a Báquide y Esquino a Pánfila. Más allá del desenlace feliz, la comedia muestra la transformación de Demea, que termina por abandonar la rigidez de sus antiguos principios.

Así, Terencio trasciende la trama amorosa y plantea un debate de mayor alcance: la oposición entre disciplina y libertad, entre severidad y permisividad, entre las apariencias sociales y la realidad íntima. Sin ofrecer una respuesta definitiva, el autor revela los límites de ambos extremos y sugiere que el equilibrio constituye el camino más razonable.

Un escena de 'Los Hermanos'
Una escena de ‘Los Hermanos’

Con un estilo sobrio y natural, alejado de la exageración farsesca de Plauto, Terencio dota a sus personajes de humanidad y verosimilitud. No son caricaturas, sino figuras reconocibles: el padre preocupado, el joven enamorado, el hermano crítico. De ahí que la obra conserve vigencia y resulte actual incluso hoy, pues refleja dilemas familiares y sociales que siguen presentes.

La influencia de «Los hermanos» fue notable en la tradición occidental: inspiró a dramaturgos como Molière, dejó huella en el teatro renacentista y fue citada por Cicerón y Quintiliano. Su gran mérito radica en combinar entretenimiento y reflexión, convirtiendo la comedia en un espejo crítico donde risa y pensamiento se entrelazan.

La versión libre de Josu Eguskiza conserva el espíritu de Terencio, pero lo reinterpreta desde una mirada contemporánea. En este tránsito al presente se perciben ecos de propuestas anteriores: «La comedia de la cestita», de esta misma compañía, GNP Producciones, y «La comedia de los errores», de W. Shakespeare —inspirada en «Los mellizos» de Plauto—, de la compañía Mixtolobo, de Pepón Nieto. Ambas, celebradas con éxito años atrás en el Festival, parecen dialogar ahora en una fusión de estilos que da lugar a otra comedia viva, donde el humor vodevilesco y un cierto aire clownesco conviven con momentos de reflexión.

El hallazgo más audaz ha consistido en transformar a los padres en dos madres de mediana edad, Démesa y Miccióna, que encarnan los modelos educativos opuestos: la severidad y la permisividad. Curiosamente, la ironía del destino teatral quiso que, en un texto escrito hace más de dos milenios por un autor que fue esclavo, el verdadero gesto de libertad llegara en 2025 al feminizar sus pilares dramáticos. La reducción de personajes (se eliminan 6 que no hablan) concentra también la acción en Ctesifonte y Esquino, mientras la incorporación de un narrador ayuda a guiar la trama. Todos permanecen en escena, alternando actuación y música en directo, lo que acentúa el carácter coral y dinámico del relato. Eguskiza no se limita a vestir de modernidad a Terencio: lo sacude, lo mezcla y lo arriesga, construyendo una comedia alocada y festiva.

La puesta en escena de Chiqui Carabante se despliega como un artefacto coral y vertiginoso, donde la energía colectiva se convierte en motor del espectáculo. El vestuario, diseñado por Salvador Carabante, sorprende por su audacia cromática: mujeres con ecos de indumentaria clásica y hombres en falditas que, lejos del pallium griego, rozan lo afeminado. No obstante, parece que esta elección —aparentemente excéntrica— obedece a una estrategia consciente: subvertir los roles de género, potenciar la ironía y cuestionar los modelos de autoridad y educación. Así, la comicidad se transforma en un espejo crítico del presente. La feminización de los personajes y la sustitución de los padres por dos madres refuerzan este giro, que actualiza el clásico con un guiño feminista y un pulso provocador.

La escenografía abierta de Walter Arias y la luminotecnia colorista de Valentín Donaire aportan ligereza y ritmo, mientras que la música en directo, de aire carnavalesco, acompaña los sobresaltos de la trama —miedos, júbilos, desconciertos— e integra a los actores en un flujo continuo de acción y sonido. Sin embargo, el frenesí vodevilesco, con su avalancha de gags físicos, garantiza la carcajada, aunque a veces diluye la hondura de los dilemas morales que Terencio planteaba. La risa, pues, prevalece sobre la reflexión, aunque quizá esa sea una lección: que el humor, al cabo, puede ser también una forma de pensar.

Nueva escena de 'Los Hermanos'
Nueva escena de ‘Los Hermanos’

En el terreno actoral, la propuesta se sostiene con vigor. Eva Isanta (Miccióna) y Cristina Medina (Démesa) brillan como polos opuestos: permisividad desbordante frente a severidad implacable, sosteniendo con gracia el pulso del montaje. La entrega de Isanta, actuando incluso con muletas tras una lesión, despertó del público respeto y admiración. Medina se lució en un monólogo de transformación tan dinámico como hilarante. Pepón Nieto, en su quinta participación en Mérida, volvió a desplegar solvencia tanto en el papel del astuto y socarrón esclavo Siro como en su función de narrador cómplice, lejos ya de la banalidad comercial de anteriores versiones «graciosas» de Terencio. A su lado, Josu Eguskiza demostró gran versatilidad orgánica al desdoblarse en tres personajes distintos (Geta, Senión y Hagiona), sumándose al juego cómico, mientras que los jóvenes Belén Ponce de León (Pánfila), Jasio Velasco (Ctesifonte y Sostrata) y Falín Galán (Esquino) aportan frescura, ritmo y los mejores destellos de humor con sello clownesco, apoyados en su música en directo que multiplica la vitalidad del conjunto. Galán, en particular, confirma lo ya apuntado en «La comedia de la cestita»: un instinto para la comicidad tan preciso como exuberante.

El Teatro Romano, totalmente lleno, se rindió a esta fiesta de ingenio y desenfado: el público, entre la sonrisa, la risa, la carcajada y la complicidad crítica, premió con prolongados aplausos una función que, aún con sus exageraciones y excesos, supo divertir y provocar, demostrando que Terencio todavía puede latir en clave contemporánea.

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