Rating violento
Actualmente la televisión está cumpliendo a cabalidad con una de sus principales directrices sociales, cual es la de educar. Lo único malo es que si bien, lo está haciendo a la perfección, no está educando a quienes realmente debería.
Porcentualmente los programas educativos orientados a menores de edad que empiezan su formación como seres humanos integrales, son mínimos relacionados con las series de extrema violencia que enseñan como ser más eficaces en aquello que los delincuentes denominan su trabajo.
Se muestran de manera explícita nuevas formas de delinquir, o al menos formas más sofisticadas y por sobre todo, más violentas.
De seguro las cúpulas regentes del tren de Aragua o de la Mara Salvatrucha, sientan a quienes postulan a integrarse a sus filas, a ver series televisivas durante un mes, y obtienen un doctorado en delincuencia avanzada del siglo XXI.
Sicariatos, extorsiones, sobornos, secuestros, torturas, colombianas… la lista es larga.
Los encargados de los medios de comunicación protegen su negocio y argumentan que solo muestran lo que el público quiere ver, para así lograr los auspicios de las marcas cuya única finalidad es el rating de inconciencias irreflexivas frente a la pantalla, independientemente del contenido, posibles compradores de sus productos, consumidores en potencia.
Como para cualquier cosa que consumamos se debe aumentar gradualmente su dosis para seguir sintiendo al menos una estimulación equivalente a la inicial, con la violencia pasa exactamente lo mismo que con las drogas duras.
Los adictos a cualquier droga se vuelven adictos en busca de esa sensación que experimentaron la primera vez, pero la escalada es sin límite, porque el efecto se va naturalizando y disminuyendo su acción.
Con la violencia pasa lo mismo; ya no le basta a la audiencia ver un cadáver a la distancia tapado con papel periódico, ahora se debe mostrar más detalle como un casquillo de bala, la sangre fluyendo por el pavimento e idealmente el momento en que el arma fue percutada y la bala entraba en el cráneo de la víctima haciéndolo estallar, todo para mantener el rating.
Si bien es cierto la violencia es inherente al comportamiento humano, está siendo naturalizada más allá de lo condenable.
¿En que quedaron las historietas de dibujos animados en que un ratón escapaba de un gato, de un lobo queriendo comerse a un correcaminos, o de un canarito viendo un lindo gatito?
Hoy existe catdog en una bianimalidad especial, cangrejos caníbales que comen hamburguesas con carne de cangrejo, corpóreos extraños con pantallas en el estómago, seres que evolucionan auspiciando el marketing para comprar los muñecos coleccionables…
Todo se ha vuelto tan complicado, que cuando le pido a mi hijo de 10 años que me explique de que se trata la serie que está viendo, me responde que no la entendería.
Un bot con Inteligencia artificial ya indujo a un adolescente a suicidarse.
Rating más tecnología no me parece una buena combinación, sobre todo si el rating induce a la tecnología a exponer más y más violencia.
En los video juegos shooter, en primera persona, el jugador, yo, empuño un arma, una ametralladora, un lanzallamas, granadas, o cualquier armamento sofisticado, para matar al enemigo, pero ya no se trata solo de matar al enemigo, sino de reventarlo e idealmente esparcir sus tripas por el campo de batalla.
No, los video juegos no han vuelto más violentos a los niños que de adolescentes entran a su colegio para dispararles a sus compañeros. No, es un conjunto de estímulos desde todas las dimensiones del espacio en que habitamos.
De no tener la vocación de ermitaño, es imposible aislarse de los medios de comunicación y un niño sin consola de juegos, se transforma en el bicho raro de su colegio.
Menos noticias, más poesía, no queda otra.
Menos odio, más amor.

