Una manera sostenible de crear públicos
Casi siempre que hablamos de los asuntos teatrales, los miramos desde dentro. Hablamos de estructuras, ayudas, escuelas, precariedad laboral y una larga y bien sentida retahíla de asuntos siempre planteados y nunca resueltos que acaban en un suelto, un ladillo, una adenda que se refiere a que hay que crear nuevos públicos, pero nunca se detalla algún plan para ello que no sea caer en los tópicos que se mantiene durante décadas sobre la información, los precios y otros asuntos periféricos porque nunca se ponen a pensar que los contenidos son los que convocan a los diferentes públicos.
Una año más he asistido al encuentro que el Teatro Nacional de Cluj-Napoca hace presentando cerca de una docena de espectáculos que ha estrenado o repuesto en los últimos doce meses. Varios críticos, informadores o estudiosos tenemos la oportunidad de tomar el pulso a este teatro, uno solo, por lo que nos ayuda, al menos a los del sr de Europa, a entender que la fórmula de tener una estructura creativa consolidada, es decir, con una compañía estable con cerca de una treintena de actrices y actores, dramaturgos, directoras y todo el personal de servicio de un instrumento de estas características, además de ser una magnífica escuela actoral, es un excelente método de crear públicos, consolidando a los de siempre y haciendo que lleguen, por diferentes conductos, esos tan apreciados nuevos públicos.
Es evidente que debe existir un contexto, unos planes, unos presupuestos, unas directivas para planificar todas las acciones necesarias para un mantenimiento de asistencia que garantice la continuidad. Los presupuestos son estatales, aunque hay colaboraciones más cercanas, y siempre, en todos los casos, sería necesario mayor aportación, en este caso específico el edifico teatral necesita mejoras para adecuarlo a los nuevos tiempos.
Para entender mi optimismo sobre la asistencia de públicos, el respeto que se siente por los espectadores partiría de una consideración subjetiva: se hace el teatro con ambición general, muy en serio, sin precauciones ni otro objetivo que convertir el espectáculo en un acto cultural de primer orden. Eso requiere mucho trabajo previo, aplicar sistemas de producción muy apropiados, buscar escenografías que cumplan con los objetivos artísticos y no de pragmatismo mercantil, por eso pudimos ver en una sala pequeña para poco más de cien espectadores un espectáculo en el que participaban siete artistas.
Y es que sin entrar en muchos detalles la realidad es que presenciamos montajes de obras de Dostoievski, Pirandello o Gogol con amplios repartos y tratando a los espectadores con el máximo respeto al poner en escena todo lo propuesto por los autores, con alguna digresión de dirección, acomodaciones a nuestros tiempos estéticos o simplemente una rigurosidad técnica y estética para crear una opción de primer orden de exigencia para los espectadores.
Pudimos ver obras actuales, de pequeño o mediano formato, direcciones muy arriesgadas y otras más convencionales, una experiencia muy atractiva en donde se teatralizaron momentos importantes de la historia de Rumania, en una sala de un Museo, con una estructura mucho más abierta.
Hubo un montaje que nos dejó muy distantes, a partir de colocar a Harpagón en una situación actual, un texto de Michele Santeramo con dirección de Roberto Bacci que se nos quedó en demasiado formalista.
Dos obras nos resultaron muy significativas por diferentes razones, “Gilgamesh” del turco Caglar Yigtogullari, que también la dirige en donde inspirada en la leyenda épica ofrece un trabajo muy especial, basad en ritmos fónicos, energía física, movimientos fuera de la convención que requiere un cambio de claves en el equipo actoral muy bien resuelto.
Y el montaje que celebré de una manera más rotunda fue una versión de “Seis personajes en busca de autor” de Luigi Pirandello, dirigido por Tudor Lucanu, director que se prodiga en otros montajes, en donde plantea ,a mi entender, una vuelta de tuerca porque aparecen los actores, pero también los personajes, es decir se duplican, en vivo, se interpelan, se corrigen y eso nos sitúa, todavía más, en la disyuntiva teórica entre realismo y ficción en la escena teatral. Todos los guiños teatrales incorporados se gozan de manera directa.
Junto a estas actuaciones y otros actos se celebró un congreso con participantes de varios países para entablar conversaciones sobre “Cine, Vídeo, Digital e IA, en los Teatros” que abría todas las certezas y dudas sobre estos momentos tecnológicos tan invasivos y la incorporación a todos los procesos creativos en las artes escénicas.
Resumiendo: todo esto y muchas más cosas lo genera un Teatro Nacional en Rumania en una ciudad con una población media. Si se quiere se puede. Tomen nota.

