Situación, hotel en Cádiz, Festival Iberoamericano, a unas horas de un homenaje que se les va a brindar a tres amigas y amigos fallecidos en este 2025. A saber: Elena Schaposnik, Juan Margallo, Mario Ernesto Sánchez. Sus allegados harán su retrato emocional, a los demás nos queda revivir, recordar, añorar la importancia que los tres han tenido en nuestra biografía teatral y en algún caso la amistad que se fue generando. A estas edades uno mira los trancos de su vida por hitos médicos y por ausencias. Desde que se decidió hacer este acto sobre su memoria, nos han dejado Maritza Wilde, en La Paz y Guilherme Reis en Brasilia, dos pioneros, directores de festivales internacionales de gran trayectoria en Bolivia y Brasil. Y no quiero mirar más en mi agenda, porque hay que ir tachando ya demasiados contactos.
Por lo tanto y mientras el tiempo nos atrapa, vamos a intentar huir del espanto a lomos de un caballo cuatralbo, mirando el azul del cielo que se está virando a gris, esa playa que el domingo estaba muy llena, el clima acompañaba, los encuentros con los vivos, los viejos amigos, camaradas, confidentes, cómplices de tantos momentos históricos de las Artes Escénicas Iberoamericanas. Cada abrazo, cada apretón de manos en estas circunstancias es un chute de energía positiva, de reconocer a esas personas de las que alguna vez fuimos más que conocidos, con las que soñamos, imaginamos, perpetramos proyectos de diferente alcance. Casi todas estas homilías luneras se van convirtiendo cada vez más en un cúmulo de subjetividades, en muchos casos defensivas, pero que intentan plasmar la situación de un veterano de todas las guerras vindicativas de una profesión y de un teatro que escapa del mero entretenimiento, que busque trascender por su belleza, por su menaje, por cortamos el hálito o por llevarnos a caminar por vericuetos sociales o personales que nos hagan reflexionar, o al menos volvernos a plantear nuestra propia existencia, como individuos y formando parte de un colectivo extenso de personas dedicadas a las artes escénicas en diferentes lugares del complejo mundo de la creación, la producción, la distribución y la gestión.
Así que como hay cosas que no se elijen, sino que suceden, cuando les digo a mis compañeros y personas cercanas que yo estuve a finales de los sesenta y principio de los setenta del siglo pasado en el TEHA Teatro Experimental Hispano Americano, del Centro Hispano Americano de Barcelona, relacionándome con autores y artistas hispanos, les suena a cosa extraña, como si fuera un fabulador, y es parte esencial de mi biografía, aunque todo vino por unas circunstancias que tenían que ver con cierta militancia política clandestina, como era en tiempos del franquismo. Quiero decir que mi conocimiento, acercamiento y relaciones con esas dramaturgias, con diversa intensidad me ha acompaña cerca de cincuenta años, aunque es cerca de este siglo cuando eso se convirtió en mucho más, ha sido mi manera de identifícame con un colectivo, de descubrir tantos matices en el uso del español escénico y de encontrarme con creadores de una relevancia universal.
Así que aquí, en Cádiz, tercer día de Festival, ya he visto dos espectáculos, uno gaditano, El bar nuestro de cada día de Antonio Romero ‘Chipi’ y otro brasileño, ‘Monga’ de Jéssica Teixeira que me ha divertido el uno y me ha impresionado el otro por sus formas y, sobre todo, por su contenido. Es decir, no voy a hacer una crítica ahora, señalo que los que tenemos el vicio de ver teatro todos los días de nuestra vida, no dejamos de sorprendernos por la capacidad de este invento, el teatro, que será único que no pueda ser sustituido por ninguna tecnología, para transformar espacios en mundos diferentes, en donde el factor human es fundamental y en el que ver a los artistas a dos metros, es una manera de no perder nunca la confianza en el ser humano como hacedor de fantasías, creador de mitos, dioses y revoluciones.
Y el resto es ruido.
