Como una crónica
Entre las calles de la Bogotá colonial, hago una fila para esperar que se abra la puerta de la casa Fernández. No es un teatro, es una casa patrimonial. Pero está noche habrá función. Mientras espero frente a la puerta, aparece una señora como de 60 años, lleva el uniforme de la empresa de logística para la que trabaja.
Estoy conversando con la mamá de uno de los integrantes del grupo creativo, porque nos hemos encontrado en muchos otros lugares a los que se asiste para vivir la experiencia del teatro. De repente, la mujer de la logística se queda observando a mi interlocutora y le dice: “Ay, yo a usted la conozco. Usted lideró un proyecto teatral con la casa LGBTIQ+ de…” Y nombra una de las localidades de Bogotá. Mí interlocutora mueve la cabeza afirmando. Ellas se reconocen, se re-encuentran. Yo sigo observando lo que acontece frente a mis ojos. “Y desde entonces no la volví a ver. Es que yo me acuerdo de usted, porque ese proyecto fue muy importante para mí”. Y me mira. Siento que está esperando que le diga algo. Lo hago “¿y por qué fue tan importante para ti?”. “Porque como mujer trans fue la primera vez que me subí al escenario”. Yo no me había dado cuenta de que era una mujer trans. “Y no es por nada, pero soy muy buena actuando. Y sigo buscando trabajo como actriz”. Le respondí: “es que eso es duro”. Entonces empezó a buscar fotos en su celular de aquella experiencia, nos las quería mostrar. No las mostró.
Por fin se abre la puerta y aparecen los actores convertidos en personajes, después de una palabras de bienvenida nos invitan a pasar a la casa. Entramos. Y mientras los espectadores vamos siguiendo un hilo amarillo, pronto comprendemos que se trata de una de esas obras en las que el público debe hacer un recorrido. A mi me encanta esa idea, tengo ganas de recorrer esa casa. Entonces nos llevan de un cuarto a otro, y a otro, y a otro, y voy recordando mi adolescencia, cuando pasaba todos los fines de semana en otra casa colonial, en el barrio la Candelaria, donde quedaba la ENAD y todos los sábados, principalmente, funcionaba el taller de jóvenes actores de Umbral teatro. Y recuerdo, cómo hicimos muchas improvisaciones y escenas en cada uno de los rincones de esa casa, y como era de especial crear en ese lugar. Y me dan ganas de ir a espacios diversos y buscar en ellos escenas, historias posibles usando como detonante esos espacios. Y después pienso que fue una buena época, que, como todo en esta vida, también acabó. Al final, todo se acaba.
Bogotá, Colombia
4 de diciembre del 2025

