Otras escenas

Terapia

‘El año en que nací’ era uno de los espectáculos que cerraba la Semana de Programadores del Festival Internacional Santiago a Mil 2012. Podríamos decir que se trataba de la versión chilena de ‘Mi vida después’, producción de 2009 que pude disfrutar hará un año aproximadamente.

En ambas representaciones, la directora argentina Lola Arias parte del mismo concepto. Un grupo de jóvenes nacidos durante la dictadura habla de su existencia a través de la vida de sus padres, de la historia de su país a través de la historia de sus padres. Relatos reales de personajes reales, aderezados con toques de ficción escénica, siempre inteligentes, que hacen que el discurso de unos y otros se aleje de blancos y negros. Una generación que comparte su intimidad desde el escenario, donde no se juzga pero se habla, y habla todo el mundo, como en un gran ejercicio de terapia. Y dan ganas de hablar, de participar, ya que la generosidad de los intérpretes es tremenda.

Me pregunto qué tendrá que decir mi generación – la de los nacidos durante la década de los setenta- de la dictadura que vivieron nuestros progenitores. Me pregunto qué está diciendo y qué ha dicho mi generación de la dictadura que vivieron nuestros padres. Cuando les hablo a los míos del tema se sienten incómodos. Pasan por ello deprisa, como si fuera de mal gusto, vergonzoso. En casa se ha hablado poco de la dictadura y menos de la guerra civil. Fíjense que hace menos de cinco años que me enteré que mi abuelo había estado en un campo de concentración.

Viajar a Chile estos dos últimos años me ha puesto en contacto con una sociedad que tendrá más o menos de envidiable, pero que sorprende cómo trabaja su pasado reciente, cómo oxigena sus heridas para que se curen. Al menos en el arte. Al menos desde las artes escénicas. ‘La amante fascista’, ‘Villa + Discurso’, ‘Tratando de hacer una obra que cambie el mundo’, ‘La victoria de Víctor’, ‘El exilio de la mujer desnuda’ o ‘El año en que nací’ son algunos de los títulos recientes chilenos que viajan en esta dirección.

Ya hace tiempo que siento que estamos dejando pasar nuestro tren. Nuestro turno y oportunidad, o deber, de hablar. De hablar y compartir, de curar. Unos y otros. Y me asusta. Veo las barbaridades que se sueltan en determinados medios de comunicación y me asusta; veo el giro ultraconservador y liberal de determinadas políticas y me asusta; veo cómo y desde dónde se detienen los intentos de recuperación de nuestra memoria histórica y me asusta; veo cómo la iglesia continúa perdiendo el respeto a colectivos y libertades y me asusta; veo cómo se sigue tratando y juzgando la diferencia nacional en este país en el que vivimos y me asusta.

Le pido a mi generación, y en especial a sus artistas, que hablemos, sólo hablemos, no hablo de juzgar, hablo de respirar, de respetar, de escuchar, de oxigenar nuestras heridas, de aprender de lo vivido, de nuestra historia, de reconciliar y así poder avanzar, como en terapia.


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