Críticas de espectáculos

La Iliada/Homero/Stathis Livanthinos/60 Festival de Teatro Clásico de Mérida

 

Insuperable Iliada

 

Por fin el Festival recupera su internacionalidad. Y con un espectáculo excelso: «La Iliada» de Homero, montado por Stathis Livathinos y su equipo artístico de la compañía griega Polyplanity Productions, que confirma el éxito que tuvieron sus primeras representaciones, el pasado año, en los Festivales de Atenas y de Epidauro.

El Festival emeritense a lo largo de su historia programó pocos pero buenos espectáculos griegos. T. Terzopoulos, con su grupo Attis Theatre, fue el director griego que mejor nos había ilustrado de forma progresiva -con 4 innovadoras producciones, entre 1986 y 2000- de la gran capacidad épica, plástica y expresiva de los textos griegos. Y, sobre todo, de unas técnicas de expresión oral y corporal -en sintonía con músicas y sonidos guturales de lejanas ceremonias dionisiacas- que lograban el éxtasis físico de los actores. Un lenguaje artístico de inusual belleza que nos impactó, máxime cuando el idioma griego (sin traducción simultánea) no se entiende.

Stathis Livathinos, es otro gran creador griego –formado teatralmente en Rusia y EE.UU- que, tras haber dirigido con éxito el Teatro Nacional Griego (2001-2007), está considerado como uno de los más originales directores. Hace dos años, Livathinos se había encerrado durante 10 meses (como hacía Terzopoulos) con un grupo de talentosos actores y escenotécnicos para investigar sobre una estética teatral contemporánea de «La Iliada», el poema de todos los poemas que constituye el alma de la antigua civilización griega y occidental a la vez. El experimento había compilado un interesante material teatral no sólo de los hechos y diálogos del texto del autor clásico -traducido al griego moderno, con buena dosis de halo poético, por el filólogo Dimitris N. Maronitis- sino de textos que han reflexionado sobre los contenidos éticos y estéticos basados en el heroísmo, la rabia, el luto, el amor, la amistad, la derrota, el odio civil que han estado dentro del hombre en la historia de las epopeyas (desde las guerras estéticas descritas en el Mahabharata  hasta las catástrofes actuales donde el hombre se pudre), para subrayar al final un debate generacional entre el joven guerrero Aquiles y el sabio rey Priamo, un debate muy cordial fundado en la generosidad y la valentía, la arrogancia y la vanidad.

El resultado ha totalizado una labor de profesionalidad grupal de esta compañía que brinda, en su gira mundial, un discurso moderno y esclarecedor de la gran epopeya homérica que impacta reflejando armónicamente conceptos, sentimientos y reacciones de cada conflicto que siguen estando de actualidad. Y en el Teatro Romano ha supuesto un espectáculo de creación colectiva artísticamente insuperable, que demuestra que ciertas compañías participantes con trabajos de encargo para el Festival, montados en 2 o 3 meses, están a años luz de la excelencia teatral (y más aún si se trata de funciones hechas por aficionados, de compromisos institucionales que nos cuelan al lado estos elencos profesionales en la programación).

En el espectáculo, Livathinos maneja perfectamente los cánones dramáticos en todos sus componentes, donde prima la calidad de una propuesta singular en el tratamiento de las técnicas de relación texto-expresión corporal-voz, dentro de una atmósfera de lo solemne. Logra un trabajo compenetrado y seductor en la dirección artesana de los actores: en movimientos y manera de narrar (con voces perfectas en tonos y volúmenes humorísticos y trágicos) dentro de un ritmo intenso en torno a ese viento de fatalismo que sopla sobre los personajes. Y logra también una ambientación escenotécnica creativa –decorado, utilleria, luces, vestuario y música- de un mundo espectral tremendamente dinámico, con la precisión de un reloj y con potencia evocadora y amplificadora de la epopeya, que nos deja trémulos de emoción.

En la interpretación, disfrutamos de un montaje coral con 15 actores magníficos, de los que saben utilizar su energía en todos los registros. Actores que se desdoblan en los muchos personajes conocidos de la obra, explotando con maestría una teatralidad expresionista que nace en el acto mismo de la palabra encarnada y distanciada (hay mucha técnica brechtiana y de los bardos de hoy día) con resonancias de lirismo lapidario en los parlamentos. Un arte fusionado al servicio de una narrativa dramática insólita con miras a hacerla más universal.

El espectáculo que duró un suspiro en sus más de tres horas y media –y se pudo seguir con la traducción simultánea en pantalla- recibió la muestra fervorosa de los aplausos del público.

José Manuel Villafaina

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba