Críticas de espectáculos

Flores Ácidas/Carlos Gil/Grupo Las Damas

Qué es, exactamente, la vida?

Este interrogante articula las escenas de Flores ácidas, la obra que el dramaturgo español Carlos Gil Zamora escribió para el Grupo «Las Damas».

La vida se manifiesta como los laberintos interiores puestos en acto y en palabras por esas flores ácidas, Blanca, Sonia y Ángela, tres mujeres que, como dice el autor en el programa de mano, «están en un lugar común, en la antesala de una confesión general, de un desastre, de un limbo». En efecto, el espacio no se materializa sino a través del discurso de los personajes, es un espacio latente, interior, invisible, que las palabras dibujan y revelan. El espacio de la acción es más sicológico que físico, atravesado por el recuerdo que estimula el corazón y las emociones.

La obra de Carlos Gil Zamora es caleidoscópica, presenta fragmentos, retazos, parcelas de vida con encastres fugitivos, instantáneos, apenas perceptibles. Las piezas se superponen, se rozan, se deslizan con intensidades variadas, mientras las historias se entrelazan guiadas por Toni, «personaje bisagra» le llama el autor, que va conectando los relatos, ensamblando las historias de vida tras la respuesta a la gran pregunta.

La puesta de «Las Damas» apunta al texto. Palabra-cuerpo que habita la escena donde unos percheros sostienen la ropa, que es como decir sostienen la vida, que va cambiando de color y de estilo en un continuo quita y pon.

Amalia Freytes (Toni) da a su personaje la dimensión exacta, el registro justo entre el humor clownesco, la canción que estimula los recuerdos y la reflexión frente a la inquietante pregunta. La actriz despliega sus gestos y movimientos en sucesivas entradas y salidas de escena, en las que no falta la interpelación al espectador, manejando los hilos sutiles de unas historias conectadas entre sí por el «oficio de vivir». Su composición tiene desenfado y frescura, desparpajo y gracejo con cierta insolencia que asegura el distanciamiento.

Por su parte, Fabiana García (Blanca, «Galerista de arte atemorizada, pasados los 40 años»), Fernanda Álvarez (Sonia, «Una cazadora de talentos enamorada, bien pasados los 30 años») y Patricia Rojo (Ángela, «Una cirujana ante la vida y la muerte, sobre los 50 años») imprimen a sus flores ácidas el carácter que el texto les asigna, desde el temor al amor, desde la vida a la muerte. La primera acotación de la escena 2 apunta que los textos «deben decirse desde la sinceridad, el acercamiento espontáneo pero también con fuertes dosis de misterio» y esto es, precisamente, lo que logran las actrices, desde sus particulares registros. El misterio se cuela en sus palabras, avanza en sus gestos y crea un clima de zozobra, de naufragio que acecha las confesiones hasta dejarlas en la frontera entre la verdad y la mentira, entre la realidad y la ficción. Cada una de ellas se apropia del personaje y lo va deshojando mientras lo viste y lo desviste por fuera y por dentro.

La obra tiene un ritmo contenido en climas interiores solo transgredido por la irrupción de Toni que demanda y reclama al espectador en un guiño metateatral que cierra la representación pero a la vez abre y expande la pregunta: ¿Qué es la vida?

Mabel Brizuela


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