Y no es coña

Después del duelo

Cuesta determinar la duración del luto. Quizás mi falta de anclaje mitológico o religioso me empuje a ser incorrecto y pensar que ya se puede hablar de Teatro Pavón Kamikaze después del duelo. Y es que además de lo que se ha producido de manera espontánea, reflejando unas características muy reconocibles de nuestra sociedad y de nuestro gremio, como es alabar al caído, al muerto, aunque en su vida ni se le haya hecho aprecio, ni tomado en consideración. En este caso, su génesis, su implantación y su posterior cierre nos deja muchas y muy buenas lecciones.

 

Recordemos que hace unos años Kamikaze, Animalario y Sanzol juntaron esfuerzos y crearon el denominado “Teatro de la Ciudad”, que fue acogido en el Teatro de la Abadía. Hicieron dos temporadas o acercamientos por género, la tragedia fue el primero quiero recordar. En sus actas fundacionales ya vislumbran la necesidad de tener un espacio en donde crear de manera constante, de proporcionar una suerte de teatro de repertorio, asunto que en Madrid (y en ningún otro lugar del Estado español) se daba. Existen los teatros públicos, los comerciales y las salas independientes o alternativas, para abreviar, sabiendo que en cada rango hay sus matices. Señalo, por si a alguien se le olvida que en ninguno de estos casos hay una nómina de actores y actrices fijos, formando lo que se llama una compañía.

Aquella experiencia se fue decantando y Kamikaze dio un paso, a mi entender muy importante. Buscar una sala, un teatro donde establecerse, fundamentar sus producciones, dar una visión propia, crear un repertorio, fijar unos espectadores. Nunca he acabado de entender las razones por las que los agentes activos de la profesión no han insistido más en tener los medios de producción, las herramientas imprescindibles para desarrollarse, y a mi entender un teatro, una compañía, un programa de producciones y una selección de invitados, o de programación marcan lo que debería ser normal, y que, aquí como se ve es lo contrario, porque las salas independientes que en un principio nacieron con esta premisa, salvo gloriosas excepciones, se han convertido en contenedores, en unas paredes de alquiler, con alguna incursión en coproducciones derivadas de las escuelas que residen en ellas.

En este sentido lo que Kamikaze propuso es algo que debería ser protegido, auspiciado, reconocido y aplaudido. Y es bien cierto que parte de sus objetivos se cumplieron de manera total y ejemplar. Han tenido grandes éxitos de producción propia, han invitado a sus programaciones a otras producciones que han sido excelentes, de tal manera que crearon una especie de nueva comercialidad, más exigente estéticamente, y lograron tener públicos que les seguían y exportar sus producciones a los escenarios de todo el Estado, asunto, que hay que señalar, que antes del Pavón ya les sucedía.

Había algo en esta génesis que la propia empresa aceptó, me imagino que creyendo que era superable o negociable, y era el precio de un alquiler que confiesan requería que todas las funciones programadas estuvieran al setenta por ciento de su aforo para cubrir todos los gastos. No fue posible encontrar un pacto a la baja con la propiedad. Cuando se presentó la temporada 2019/20, sus responsables dijeron de manera taxativa que era la última que se celebraba en el Pavón por estas circunstancias. Estaba yo presente, se les preguntó varias veces, y su postura era determinante. Quiero señalar esta circunstancia en dos direcciones: las autoridades competentes estaban avisadas de la circunstancia, y la pandemia vino a hacer inviable cualquier otra posibilidad de salvación. Y por lo escuchado y leído se van con algunas deudas económicas a solventar. Cosa que sucede en las mejores familias.

En estos años el reconocimiento al Pavón Kamikaze ha sido múltiple. Las instituciones apostaron por ellos. Se les concedió hasta un Premio nacional, han contado con subvenciones directas, nominales del Gobierno de la Comunidad de Madrid de unas cifras que superan a las ayudas a otras salas o colectivos, es decir, no se les ha dejado solos desde este punto, pero los gritos de Kamikaze no eran pidiendo dinero, no era solamente de apoyar a tapar agujeros, a subsanar deudas, sino lo que alguna institución debería haberse dado cuenta de su labor, de la lección que daban, de lo que se desprendía de otras posibilidades de gestión y programación y creo que se les debería haber ofrecido una sala, un teatro, un espacio, con un contrato de uso de varios años para que lo germinado en el Pavón se convirtiera en algo tangible, exuberante, diera sus frutos, sin esa locura de pagar un alquiler alto cada mes que crea una estado mental mercantil que desgasta. Uno de los socios fundadores llegó a decir que lo que no se puede es mantener un teatro dejándose la vida. Y es que una sala, un teatro, requiere de mucha energía, de una dedicación absorbente y ellos, los de Kamikaze, instauraron una magnífica costumbre: aparecer alguno de ellos al empezar cada función, para dar la bienvenida, las gracias, explicar algo de lo que se iba a ver y avisar de próximos eventos.

Todavía están a tiempo algunas de las tres instituciones que operan en Madrid capital, para buscar una solución viable para esto mencionado. No sé si los socios están dispuestos a entregar más tramos de su vida a un proyecto de continuidad, pero que requiere esa entrega al proyecto, o desean pasarse un tiempo en la circunstancia de ser una productora que genera obras de éxito, que recorren el Estado español y que se gastan más en dietas, manutenciones, hoteles y viajes que en engrosar sus cuentas para seguir produciendo.

Con esto, y como entiendo que el luto ha pasado, señalar que el Teatro Pavón está en su mismo sitio, la actual propiedad aseguró que en unos meses volverá a tener programación y que Kamikaze no ha desaparecido, sino que vuelve a su modelo anterior, el de producir espectáculos que se amortizan de bolo en bolo que es la locura económica que propicia nuestro sistema.

Sin entrar en mis amistades, cercanías, actitud crítica coyuntural de este caso, creo que debemos reflexionar en firme y pensar que SÍ SE PUEDE, pero que hay que buscar otras condiciones más propicias. Kamikaze está o estaba en lo que es lo correcto, lo que tiene futuro. Es el resto de nuestro sistema el que está en el neoliberalismo salvaje, en la locura mercantil, en el oportunismo sin proyecto.

Gracias por estos años y gracias por darme la oportunidad de poder reflexionar sobre algo que forma parte de mi idea de lo que es imprescindible se cambie en nuestro sistema general para que tenga futuro, porque se debe hacer con el acompañamiento de los públicos, de los socios, suscriptores o como se llame esa parte que está en la zona oscura de los teatros y que son esa ciudadanía que va a ver los espectáculos. 

Viva Kamikaze. Que el Pavón vuelva a abrir sus puertas. Viva el Teatro.

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