Reportajes y crónicas

Balance de la 71ª Edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.  

La 71ª edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida se clausuró con el habitual redoble de tambor de su director vasco-madrileño, ese tambor que suena cada verano para anunciar, como si de una revelación divina se tratara, que «ha sido un éxito». La letanía de siempre, con la salvedad de que, esta vez, no mentía del todo. Digámoslo claro: ha sido la única edición decente en los catorce años de cansino reinado.

Porque, si hacemos memoria, solo la edición de hace dos temporadas amagó con resucitar el festival, quizá empujada por los vientos del cambio político. Pero aquel conato fue apenas una ilusión fugaz en medio del desierto que, al abrir los ojos, se deshizo para devolvernos la sequía de siempre.

El año pasado, 2024, la bofetada de realidad no pudo ser más sonora. La apuesta de la estrella, «Medusa», fue un monstruo, pero de vanidad y negocio. Un engendro comercial vendido como joya de la corona, vapuleado por la crítica tanto en Mérida como en Madrid, pero que el propio Cimarro, con la frescura de quien confunde el atrevimiento con la desfachatez, presentó como «el mayor éxito del festival». Y claro, casualidad ninguna: la criatura llevaba el marchamo de su compañía, Pentación. El pastel entero y, por si faltaba ironía, la guinda.

Entonces lancé la pregunta que todo el mundo mascullaba: ¿qué pensar de un director que acapara el presupuesto más suculento, se regala el doble de funciones y todavía se atreve a vendernos mediocridad como si fuera gloria olímpica? Pregunta que lleva años flotando sobre el teatro romano, tan cargada de sarcasmo que parece un trueno esperando su relámpago.

Y, sin embargo, este año Cimarro ha «despertado». ¿Un milagro? ¿O más bien un susto de esos que hacen sudar hasta al más confiado en su mandato? Tal vez por las críticas que le zumbaban en los oídos, tal vez porque en el concurso para renovar su trono casi se queda sin corona —ganó por los pelos, entre sospechas de amaños y demandas—, o tal vez porque en el Patronato ya no todos se conforman con ser convidados de piedra, como en la anterior legislatura. Ahora se sienta allí un Secretario de Cultura de la Junta que ha sido gestor teatral, alguien que conoce el paño y es cercano con la gente de teatro extremeña. No lo sé, pero intuyo que no será de los que aplauden por reflejo condicionado. Puede que su voz, especialmente defendiendo a las compañías extremeñas, haya sido una gota que movió el estanque.

Eso sí, el circo paralelo del festival sigue hinchándose como un globo de feria, con actividades superfluas que parecen brillar y sirven de poco. Pero lo esencial continúa ausente: un debate serio entre profesionales del teatro, de aquí y de fuera, que dibuje un rumbo más allá del aplauso fácil. Mucha pirotecnia, poca reflexión.

Dicho esto, hay que reconocerlo: por primera vez el festival ha ofrecido una programación enteramente grecolatina (aunque, paradójicamente, el teatro romano haya tenido menos espectadores que otros años). No hubo abuso de Pentación con funciones duplicadas —su participación fue retirada esta vez— y eso permitió sumar una compañía extremeña más. Y, ¡al fin!, vimos un gesto importante de internacionalidad con el intercambio hispano-italiano, algo que no se veía desde los tiempos de Manuel Canseco. Pero lo más sorprendente: la calidad. Ningún espectáculo pasó inadvertido. Diez producciones que oscilaron entre el aprobado y el sobresaliente devolvieron, por fin, un aire de dignidad al teatro romano.

El cambio, inesperado, suena casi a redención. Y uno no sabe si aplaudir o reírse: después de tantos años de sequía, basta con que Cimarro riegue un poco para que lo celebremos como si hubiera hecho brotar un oasis. El festival, por fin, ha respirado. La cuestión es si no volverá, como tantas otras veces, a convertirse en simple espejismo.

LOS ESPECTÁCULOS

La tragedia «Jasón y las Furias» de Teatro del Noctámbulo y la comedia «Los Hermanos» de GNP Producciones fueron, sin duda, las joyas de la edición. En ambas, todos los creadores brillaron con su aporte.

En «Jasón y las Furias» de Nando López, dirigida por Antonio C. Guijosa no revive una tragedia clásica: la reinventa. López urde un lenguaje poético y visceral para hablar de traición, poder, maternidad y venganza. Jasón surge como héroe devorado por la ambición, frente a una Medea extranjera y repudiada que convierte el dolor en furia. Las Furias, implacables, marcan el compás del destino: al final, como siempre, los inocentes pagan por las culpas heredadas. Guijosa imprime tensión y belleza: ritmo ágil, atmósfera de claroscuros y un montaje que oscila entre lo coral y lo íntimo.

Insuperable, José Vicente Moirón ofrece un Jasón desgarrado, mientras Carmen Mayordomo incendia la escena con una Medea volcánica. Un duelo interpretativo digno de figurar en cualquier antología.

Los Hermanos
Los Hermanos

«Los Hermanos», convirtió la última comedia de Terencio a un carnaval travieso. Josu Eguskiza, adaptador, y Chiqui Carabante, director, lo transformaron en vodevil clownesco feminizado: un enredo amoroso y un torrente de gags que arrancaron muchas carcajadas. El dilema moral se disolvió en música y color, pero a cambio se ganó complicidad y vitalidad. La obra contrapone dos modelos educativos —la severidad  y la permisividad—, actualizados aquí en dos madres que no pierden la vigencia del debate. El elenco coral brilla con Cristina Medina, hilarante en su transformación final, mientras Eguskiza se multiplica con graciosa versatilidad. Belén Ponce, Jasio Velasco y Falín Galán aportan frescura y humor musical, destacando este último por su gran instinto cómico.

«La Numancia», versión de Alonso de Santos: sobria, contenida, más admirada que sufrida. Cervantes fue tratado con rigor, su verso brilló como acero pulido, aunque el dolor quedó enunciado más que encarnado. Un gran Arturo Querejeta, declamando con maestría elevó a Teógenes a la altura de los muros que resisten.

En «Alejandro y el eunuco persa», de Miguel Murillo con dirección de Pedro A. Penco ofrecieron un drama íntimo: el poder absoluto se quebraba ante el deseo y los celos. La solemnidad escénica visual y la excelente poesía del texto reforzaron el contraste entre la grandeza histórica y la fragilidad humana. Los actores G. Serrano y D. Gutiérrez sostuvieron la intensidad de un duelo tan privado como universal.

La «Ifigenia» de Silvia Zarco devolvió a Eurípides y Esquilo en prosa poética, con Clitemnestra, Hécuba e Ifigenia como símbolos de dignidad. Montaje de Eva Romero contenido, de rocas y luces medidas, con un elenco sólido. La tragedia, que se representó el pasado año con éxito no fue un museo: fue un espejo.

Con «Edipo Rey», Luca De Fusco apostó por el surrealismo psicoanalítico. El pintor Magritte se asomó con bombines, jaulas y nubes, mientras el actor Lazzareschi encarnaba a Edipo y sus voces interiores, incluso a Tiresias y Freud. Audaz, onírica, saturada en símbolos, la propuesta impresionó más por el exceso visual que por la poesía.

La «Cleopatra enamorada» de Florián Recio con dirección de Ignasi Vidal se atrevió con el musical trágico. Natalia Millán fue reina en canto, baile y actuación. El texto de gran lirismo, devolvió a Cleopatra la voz como narradora de sí misma. Lástima que la música de Shuarma interrumpiera más que potenciara. Entre discoteca y bacanal, el espectáculo no fue redondo.
La «Electra» de Galán y Perotti se vistió de flamenco. María León zapateó su dolor, el piano fue altar y tumba, y el mito de los Atridas se convirtió en cante desgarrado. Hubo excesos, pero también momentos de verdad doliente, con un reparto sólido que hizo bailar a Sófocles.

«Memorias de Adriano» llevó la voz de M. Yourcenar al teatro, con Lluís Homar como emperador melancólico. El despacho moderno en el Teatro Romano desentonó, como si la intimidad se ahogara entre columnas. Pero la emoción de Adriano frente a Antínoo iluminó la noche. No fue perfecta, pero sí conmovedora, y la ovación lo confirmó.

«Las Troyanas», con Carlota Ferrer e Isabel Ordaz, Eurípides sonó como denuncia contemporánea: las ruinas de Troya fueron también las de Gaza o cualquier guerra presente. La sobriedad ritual y los silencios sostuvieron una tragedia atemporal. Ordaz fue una Hécuba desgarradora, el elenco resistió como un coro herido con la certeza de que la barbarie sigue repitiéndose.
En fin, el festival danzó entre la solemnidad y el riesgo: unas obras brillaron sin tocar el alma, otras ardieron hasta quemar. Poesía y gag, flamenco y psicoanálisis, musical y épica se entrelazaron, mientras el Teatro Romano, eterno testigo, guardaba risas, lágrimas, ironías y sueños.
 
LO MEJOR DEL FESTIVAL 2025 EN EL TEATRO ROMANO

Este crítico, que ha asistido a todos los estrenos, valorando los mejores trabajos artísticos de los espectáculos en esta 71 edición del Festival, cree que merecen una CORONA DE HIEDRA y PLACA DE BRONCE (sencillo reconocimiento que se otorgaba en los certámenes teatrales de las Grandes Dionisias griegas) los siguientes: 

Mejor espectáculo Tragedia: «JASÓN Y LAS FURIAS», de la compañía Teatro del Noctámbulo (de Badajoz)

Mejor espectáculo Comedia: «LOS HERMANOS», de la compañía GNP Producciones

Mención especial: «LA NUMANCIA», de Cervantes/Alonso de Santos, de la compañía Comunidad de Madrid para Teatros del Canal

Mejor versión Tragedia: NANDO LÓPEZ, por «Jasón y Las Furias»

Mejor Versión Comedia: JOSU EGUSKIZA, por «Los Hermanos» de Terencio

Mejor dirección Tragedia: ANTONIO C. GUIJOSA, por «Jasón y Las Furias»

Mejor dirección Comedia: CHIQUI CARABANTE, por «Los Hermanos»

Mejor Actor Protagonista Tragedia: JOSÉ VICENTE MOIRÓN, por «Jasón y Las Furias»

Mejor Actriz Protagonista Tragedia: CARMEN MAYORDOMO, por «Jasón y Las Furias»

Mejor Actor Protagonista Comedia: FALÍN GALÁN, por «Los Hermanos»

Mejor Actriz Protagonista Comedia: CRISTINA MEDINA , por «Los Hermanos»

Mejor Actriz de Reparto Tragedia: LUCÍA FUENGALLEGO, por «Jasón y Las Furias»

Mejor Actor de Reparto Tragedia: GABRIEL MORENO, por «Jasón y Las Furias»

Mejor Actriz de Reparto Comedia: BELÉN PONCE, por «Los Hermanos»

Mejor Actor de Reparto Comedia: JOSU EGUSKIZA, por «Los Hermanos»

Mejor escenografía: MÓNICA TEIJEIRO, por «Jasón y Las Furias»

Mejor iluminación: CARLOS CREMADES, por «Jasón y Las Furias»

Mejor vestuario RAFAEL GARRIGÓS, por «Jasón y Las Furias»

Mejor música: MANUEL D. DURÁN/ANTONIO C. GUIJOSA, por «Jasón y Las Furia»

Mejor coro: JOSÉ F. RAMOS, ALBERTO LUCERO, CAMILA ALMEDA, GABRIEL MORENO, CARMEN MAYORDOMO por «Jasón y Las Furias»

Mejor coreografía: CRISTINA D. SILVEIRA, por «Alejandro y el eunuco persa»

Mejor video: ALESSANDRO PAPA, por «Edipo Rey»

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