Y no es coña

Cerca del abismo

Debería cumplir con mi palabra no dada y escribir sobre lo que necesito escribir por encima de cualquier otra consideración ética, estructural o misionera. Por lo tanto, apostato de toda creencia que vaya más allá de lo obvio, superficial, instrumental y pasajero. Haré algunas preguntas que más que retóricas son primarias.

Los teatros institucionales, sean solamente de exhibición o de producción propia y exhibición, o incluso los que tienden a una privatización de baja intensidad con coproducciones con empresas privadas del oligopolio, recibe unas ayudas o subvenciones para que cumplan una misión muy sencilla de entender: facilitar a las poblaciones donde están el acceso a la cultura en vivo de las artes escénicas en condiciones que sean fáciles de asumir por todo tipo de ingresos. Podríamos hacer una lista más exhaustiva, pero andamos en estados básicos. Dicho de una manera más grosera: no son teatros, salas, instituciones que nombran a un responsable que adquiere la actitud de dueño del castillo, sino de un servidor a esos objetivos generales previos. Esta inversión pública no es para que se enriquezcan los titulares temporales, ni que creen capillas exclusivistas, ni programen lo que les rote, sino que, debería estar de acuerdo con un proyecto previo propio o de la misma entidad contratante.

Como parece que no existe ese rigor, ni esa exigencia, damos por normal que según la persona al frente de cada institución se pueda hacer teatro del siglo pasado de manera exclusiva o de un grupo reducido de dramaturgas, directoras, escenógrafos o intérpretes que se repiten de una manera algo sospechosa de una estabilidad contractual no establecida en ningún ordenamiento. Por eso hay que insistir en algunas preguntas inútiles porque nunca tendrán respuesta sustancial. ¿Qué criterios se sigue en la gestión o dirección de instituciones culturales dedicadas a las Artes Escénicas para aprobar de manera oficial programaciones, producciones, repartos, temarios? Con lo de ampararse en la supuesta libertad de cada titular no sirve del todo. De acuerdo que, si se elige en buena lid por convocatoria o por nombramiento directo, ya tenemos marcado algo el territorio, pero después viene lo que ya no es predica, sino el dar mies, lo que se hace.

Insistiendo en el mismo clavo, los teatros, magníficos algunos de ellos, que ostentan la representación municipal, autonómica o estatal, están mantenidos estructuralmente, con presupuestos dignos y personal adecuado para servir a la comunidad, a los públicos, a la ciudadanía. Mantener un teatro de estas características cerrado un mes o incluso más entre el final de una obra y el principio de la siguiente me parece un síntoma de mala gestión. Sin saber a qué se debe, me sorprende desde hace años, lo que sucede en las salas del CDN. Entiendo que en montajes complejos se necesiten unos días para acoplarlo. Pero teniendo espacios para ensayar, equipos bien dotados humana y técnicamente, solamente se me ocurre que estos vacíos se deban a algo que no detecto, como ajustes presupuestarios o motivos sindicales que desconozco. Lo único es preguntar a los responsables políticos, ¿a qué se debe este despilfarro de butacas vacías y de propuestas para disfrute de la ciudadanía, es decir, los públicos?

Técnicamente no parece tener explicación, uno lleva quinquenios en las cervicales viendo programaciones y festivales por medio mundo y sabe que se trata de orden, voluntad, presupuesto (horas extras) y eficacia para que los espectáculos más difíciles se puedan montar en un número de horas que cuadren con las necesidades programáticas y el ritmo adecuado para que no pare la rueda de acercamiento al otro elemento esencial, los públicos.

Y las preguntas más capciosas, las que llegan preñadas de rencores, sinsabores, amargas sesiones de aburrimiento son, ¿qué está pasando en la cartelera madrileña para que veamos tanta obra insignificante, sin color, ni olor, mecanicistas, monotemáticas, complacientes y de una calidad insuficiente? ¿No hay más propuestas, no existen otras alternativas que las que nos ofrecen los tetaros públicos y privados? ¿Es un bache circunstancial o se debe a la burbuja creada de manera artificial que dice que e vive en un nuevo siglo oro de la dramaturgia española? ¿Por qué los medios generalistas, los especializados, las críticas dan por buena esta situación?

No hay más preguntas señorías. Creo que estamos cerca del abismo. O quizás sea una proyección subjetiva de mi estancia al borde mismo del abismo


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