Crónica de una carpa encendida
«El Maravilloso Circo de la Navidad», es el más reciente espectáculo musical producido por el extremeño Juan Carlos Parejo, experto desde hace dos décadas en este género de las Artes Escénicas, con el que ha cosechado importantes éxitos, tanto en el Teatro Romano de Mérida como por la creación del Festival de Teatro Musical de Don Benito-Villanueva de la Serena pionero en nuestro país. En esta ocasión Parejo ha presentado un ambicioso espectáculo (durante un mes), concebido para una gran carpa instalada en una zona céntrica de Don Benito (próxima a la Plaza de España y la Catedral), que se erige como una celebración escénica atractiva, generosa y profundamente humana, donde el teatro musical, el universo del circo y la fantasía navideña se dan la mano para recordarnos algo esencial: la ilusión no envejece, solo se esconde.
La obra, escrita y dirigida por Zenón Recalde —figura clave del teatro musical en España y responsable de llevar a la cima a «El Rey León», el musical que ha batido todos los récords de audiencia en Madrid—, no disimula su vocación popular ni su deseo de llegar al corazón del público familiar. Al contrario, lo reivindica con orgullo, apostando sin complejos por la emoción, la nostalgia bien entendida y una esperanza que se enciende como una luz cálida en mitad del invierno.
Desde el punto de vista dramatúrgico, el relato se apoya en una estructura clásica, casi de cuento, que resulta tan reconocible como eficaz. Felipe, o Pipo (el payaso), es el artista herido por el paso del tiempo y por un mundo que parece haber cambiado de público sin avisar. En su caída —y posterior renacimiento— se condensa una pregunta universal: ¿qué ocurre cuando aquello que nos definía deja de tener lugar? Frente a esta herida aparece el universo mágico —elfos, recuerdos, figuras paternas y navideñas— no como evasión, sino como motor de reencuentro con la propia esencia. No se busca la sorpresa, sino el consuelo; no el giro inesperado, sino el abrazo.
Uno de los grandes aciertos de la obra es el uso del circo como metáfora vital. La pista no es solo un espacio escénico, sino un territorio simbólico donde la risa es lenguaje común y la mirada se cruza sin pantallas de por medio. El contraste con el mundo digital, presente a lo largo de la obra, no se plantea desde la condena fácil, sino desde una melancolía lúcida: no se acusa a la infancia de hoy, sino a una sociedad que a veces olvida enseñar a mirar, a escuchar y a reír juntos. En este equilibrio, personajes como Frida aportan una mirada sensata que evita el discurso moralizante.
Es cierto que la obra, en su afán comunicativo, a veces subraya en exceso sus mensajes. La importancia de la risa, de los sueños y de la ilusión se repite con insistencia, tanto en el texto como en las canciones, lo que reduce en algunos momentos la sutileza dramática. Sin embargo, esta reiteración parece una decisión consciente: aquí no se insinúa, se declara; no se susurra, se canta. El espectáculo confía en la emoción compartida más que en el silencio, y lo hace sin complejos.
En el plano de los personajes, Pipo se construye como un protagonista entrañable y reconocible, atrapado entre el deseo de volver a brillar y el miedo a no estar a la altura. Los elfos funcionan como un coro moderno, ágil y humorístico, que sostiene el ritmo del relato y conecta con distintas generaciones. Paco, en particular, aporta un humor cercano y popular que actúa como válvula de escape emocional: su presencia relaja, provoca la risa y recuerda que incluso los mensajes más profundos entran mejor cuando se sirven con una sonrisa.
La dimensión musical refuerza el carácter de gran espectáculo. La variedad de estilos, los números corales y las canciones participativas construyen una experiencia envolvente, donde la música no solo acompaña, sino que impulsa la acción. El uso de leitmotivs como la cajita mágica aporta una delicada coherencia simbólica, haciendo que la emoción regrese una y otra vez, como un recuerdo que se resiste a apagarse.
El desenlace, deliberadamente luminoso, apuesta por la transmisión del legado y por la continuidad de la magia a través de las nuevas generaciones. No hay ambigüedad ni cinismo: la obra afirma que la ilusión sobrevive si alguien decide recogerla. Puede parecer ingenuo, pero es una ingenuidad consciente, casi militante, plenamente coherente con el espíritu navideño y con la mirada esperanzada que propone.
La puesta en escena concebida por Recalde revela una mirada amplia y orgánica del arte escénico. Sobre la base de un arco narrativo clásico de fantasía navideña, el director teje una reflexión emotiva sobre la vocación artística, combinando con acierto el lenguaje del teatro musical —sus canciones y coreografías— con los números circenses. El resultado es un espectáculo de ritmo fluido y gran riqueza visual, donde cada disciplina dialoga con las demás sin perder identidad.
El elenco del teatro musical reúne a intérpretes de reconocida trayectoria en algunos de los títulos de la cartelera nacional: Carlos Seguí (Pipo), Nacho Brande (Pipo joven), Noah de Diego (Paco), Carla Postigo (Frida), Borja Herranz (Loki), Ángel Martínez (Thalin), Natalia Pugh (Emma) y Sara Murillo (Airin), acompañados por un entrañable grupo de niños y niñas de un colegio de Don Benito que aportan frescura y autenticidad al conjunto. Junto a ellos, el apartado circense brilla con la presencia de destacados artistas internacionales como Jenny Zawa (Rusia), Víctor Rubilar (Argentina), Martín Tonev (Bulgaria), Deibit y Nimeria (España) y Arte Algo (España-Brasil), cuyas actuaciones elevan el espectáculo a una dimensión de asombro constante.
Todo este universo escénico se articula con solvencia gracias a la música de Carlos Lázaro, las coreografías de Cuca Pon, la cuidada indumentaria de Juan Ortega y la escenografía de David Pizarro, realzada por la sensible iluminación de Nacho Arjona. Cada elemento contribuye a crear un espacio donde la magia no se impone, sino que respira.
En conjunto, «El Maravilloso Circo de la Navidad» se revela como un espectáculo que no aspira a reinventar el género ni a deslumbrar desde la ruptura, sino a recordar —con música, humor y ternura— que la risa también puede ser una forma de resistencia; que cuidar al payaso interior es, quizá, una manera muy seria de seguir adelante; y que, mientras alguien se atreva a colocarse una nariz roja, la carpa, de algún modo, seguirá latiendo.
El público, tanto niños como adultos, disfrutó plenamente de esta singular experiencia navideña creada en Don Benito por Parejo, bajo el sello artístico de Recalde, celebrando un espectáculo que logra algo tan sencillo y tan difícil como salir del teatro con una sonrisa compartida.

