El ser escénico
Tengo una amiga, mi amiga del alma, quién hace pocas semanas falleció su madre. Justo hace tres años lo hizo su padre (no sé si esto es poco o mucho tiempo). Mi amiga se dedica al teatro de manera profesional desde hace casi treinta años, aunque no consigue vivir de ello (pero ese es otro tema). Tiene tres hijos, de diecisiete, veintidós y veinticuatro años. Justo este mes de julio su madre cumpliría ochenta y ocho años, también es el cumpleaños de mi amiga, y el de su hija. Por eso escribo ahora este breve homenaje.
En cualquier ocasión y experiencia que vive mi amiga, sea de índole cotidiano o sea importante, lo vive viéndose a sí misma en esa escena, con su luz oportuna, su música, posible atrezzo, etc. Incluso de manera consciente sabe elegir si toca ir maquillada o no, que lo haga o no es otra cosa. No es cuestión de control, me dice ella, es cuestión natural de vivirlo como si fuera el escenario, uno de los lugares más naturales del mundo (otro día os hablaré de ello!). Es más, me insiste, es en el escenario donde se da la lupa de la realidad, la de la vida, con todos sus matices. Yo pienso igual que ella. No se trata de falsear la vida, sino de contemplarla y vivirla en su dimensión escénica. Y nos entablamos en conversaciones de vital teatralidad, donde la verdad y la esencia se da con toda su cruel debilidad, a veces, y fortaleza, otras. Y es que el juego teatral es para esto. El escenario dignifica nuestros aconteceres, nos dice “todo es posible” porque todo se puede dar en el escenario. Reímos llorando cuando parece ser que quien lleva la dirección escénica de la vida no nos explica de manera clara nuestros personajes, y el cansancio aflora ante tantos momentos de incertidumbre. Y si bien te enfadas con esa supuesta dirección, a veces lo haces con quién haya escrito la obra, la de cada uno de nosotros, y a veces dudas de tu propio personaje, porque ya no sabes quién es quién, te confunden las máscaras (porque hay de muchos tipos: las que cubren, las que ensalzan, las espejo….).
El escenario también es eso, sí.
En el funeral de su madre, mi amiga del alma organizó y diseñó cada intervención, cada texto, cada música y cada silencio. Dio espacio, claro, a sus tres hermanos para que escogieran intervenir en el funeral, también les dio opción de escoger teatralidades, pero los tres hombres decidieron que ella lo decidiera. Y decidió cada detalle. Ella, si hubiera podido, hubiera diseñado algún sutil juego de luces, pero claro, no estaba en el escenario. Jugó con simbología minimalista (alguna vela, romero, etc). Supo conjugar los espacios vacíos para llenarlos de recuerdo, tristeza, impotencia y también alegría de vida. Marcó el orden de cada intervención y la música precedida fluctuaba ahora con harmonía, ahora provocando contraste. Nos meció a los asistentes entre vaivenes emocionales, pero nunca sin red, el funeral nos sustentaba a cada uno de nosotros. Ella misma jugó también con la coreografía de las palabras y del gesto. Suavemente acarició cada lágrima nuestra abrazando con su tono de voz los instantes de tiempo parado. Hubo mucha música. Tradujo la canción “Je vole” del francés, leyéndola como si fueran palabras propias de su madre, y después sonó la canción. El silencio para la escucha era poderoso, fue una experiencia tan viva, como viva es la experiencia de poder vivir la tristeza en el funeral de tu madre. Y su madre, como dice la canción, voló.
El mismo día y ya a solas con sus hijos, de noche, le preguntaron que por qué siempre ha de hablar y moverse como si estuviera en el teatro, por qué ha de jugar con los textos, la voz (y cuerpo y respiración y latidos) como si estuviera en el teatro y no hacerlo normal, hacerlo de verdad, le preguntaron sus hijos. “No puse teatro, teatro del que habláis vosotros, puse consciencia. Porque yo no hacía teatro por ser mentira, sino porque la verdad es la del teatro, porque en el teatro yo soy verdad, porque el teatro puede acoger y empujar la verdad de la calle, para poder mostrarla en la verdad del escenario. Porque el teatro es consciencia de vida, ese es mi gesto, consciencia de teatro, la casa de la verdad. Poner consciencia no es la mentira, consciencia es la verdad. Vosotros sólo conocéis mi verdad como madre, pero yo soy también de verdad en el teatro”.
Mi amiga del alma es escenario y su vida está en el escenario. También el cinematográfico. Y el literario. Su escenario es la creatividad. Y no porque pone mentira en la vida, sino porque vive la verdad de la vida que se condensa en el teatro. Y ante cualquier verdad profunda, ella ve su coreografía dibujada, sus luces y su música. Desde los seis años. De manera natural, sin escogerlo, ella es un ser escénico. Y por ello, parece ser que a veces, tiene que pedir perdón. ¿tiene que pedir perdón? Tenemos que saber escuchar a los seres escénicos. Y darles espacio. Quizá algún día sus hijos entiendan esa verdad, la verdad. Yo me pregunto si todos somos seres escénicos que huimos de la verdad del teatro, porque el escenario nunca te deja indiferente.
Barcelona, julio 2025

