En el ritual del Festival de Almada
Son décadas que vamos dejando las leves huellas de nuestro paso por Almada. Otros compañeros que tienen el armamento diplomático mejor engrasado van ofreciendo crónicas que definen de alguna manera el contexto en el que se desarrolla este Festival que en muchas ocasiones he definido como uno de los mejores de la península ibérica. Al menos así lo siento como lugar donde encontrarse con los clásicos europeos, descubrir los creadores portugueses más sobresalientes y hacerse una idea general de lo que significa un proyecto de esta entidad donde confluyen una compañía estable, un teatro propio de primera magnitud de titularidad municipal y un festival enraizado de manera evidente y orgánica en la vida social y cultural de la ciudad y sus alrededores.
Con estos elementos fundamentales, la programación que se ofrece cumple con las expectativas creadas, refuerza una idea de comunión con sus públicos y sirve para presentar año tras año aquellos montajes, compañías, directores que no suelen formar parte de las programaciones habituales. Si algo puede definir en estos tiempos de tanta inflación festivalera lo que debería conformar una idea de festival es que sus contenidos sean realmente excepcionales, que no camuflen ni concentren una programación vulgar, sino que en cada obra seleccionada se entienda su funcionalidad y su calidad para que avancen conjuntamente los públicos en su conocimiento de las nuevas estéticas y ayude a la formación de los profesionales de la zona al poder disfrutar de propuestas que les abran los ojos a nuevas maneras de afrontar las puestas en escena.
No quisiera abundar en mis consideraciones sobre supuestas políticas culturales o teatrales, pero sí insistir en algo que me tiene demasiado entretenido y es que en tiempos que en todos los mentideros, instituciones, de casi todos los países que yo conozco se insiste en señalar que se están viviendo unos momentos de aparición de nuevas dramaturgas y dramaturgos que tienen propuestas que se acomodan con las sensaciones sociales del momento, la cantidad de obras basadas en novelas o narrativas previas empieza a ser una tendencia que a mi entender contradice la propaganda anterior. Siempre hay excusas, efemérides, homenajes, centenarios para insistir en este asunto, pero cada vez ceo que se trata de un recurso de los directores para afrontar las creaciones con una percha que llame la atención y además les permita hacer un trabajo global al ponerlo en pie, ya que normalmente firman adaptación, versión y dirección.
En Almada y a cargo de su compañía titular hemos visto “Um adeus mais -que- perfeito”, un texto de Peter Handke que narra el dolor sufrido por su madres hasta que decidió suicidarse con 51 años. Es un texto narrativo, duro, interiorizado, con la adaptación de Pedro Porença y la dirección de Teresa Gafeira que opta por una puesta en escena rigurosa, gélida, casi mineral, donde los dos actores que forman la figura del propio autor van narrando sin apenas movimiento, sirviendo el texto con intención, pero sin tener una referencia clara de a quién lanzarlo, un ejercicio interpretativo exigente que, a la vez, exige de los públicos una concentración y una capacidad de descifrar todos los mensajes que llegan en crudo, sin apenas acciones, con unas fotos referenciales que fijan un espacio, pero nunca un tiempo. Es una opción que apuesta por una estética plana que no entorpezca a las palabras.
La otra propuesta que parte de un texto narrativo es “History of violence” de Edouard Louis, en adaptación y dirección de Thomas Ostermeier. Y aquí la opción es lo contrario del anterior, existe una constante ilustración de lo contado, se intenta que algunas escenas sean vividas, como si lo viéramos en vivo y en directo, porque el uso constante del vídeo promueve otra capa en la lectura, dejando en ocasiones la historia primigenia convertida en un pretexto, aunque acabe sobresaliendo el fondo debido a su fuerza y a que existe una necesidad de mostrar la violencia de lo sucedido. Es un magnífico espectáculo que sobrecoge en muchos pasajes.
Dos espectáculos portugueses nos indican que existe mucha variedad y diferencias en los creadores actuales. ”A casa morreu – Diario de uma República III” un trabajo de investigación de la compañía Amarelo Silvestre que en esta tercera entrega que se basa en preguntas sobre lo que significa en nuestros días la casa como hogar, producto, negocio o especulación. Parte de la dramaturgia se basa en fotografías de Brázio e D’Aires. Propuesta escénica muy dinámica
Una versión de “As aves” de Aristófanes realizada por Jorge Andrade que también la dirige en la coproducción de Mala Voadora y Comedias do Minho, nos plantea una duda metódica debido a que parece indicarse que el texto es de Andrade, pero lo que presenciamos es de una impericia escénica que nos sorprende ya que hemos admirado muchos trabajos de esta compañía. Parece querer ser un entretenimiento jocoso y acaba pareciendo una propuesta muy corta en valores interpretativos, pese a tener un espacio escénico y un vestuario que invita a otros viajes estéticos.
Como siempre hubo mucha más cosas, exposiciones, homenajes, debates, alguna obra que nos perdimos, otras que nos pasaron por encima sin apenas dejarnos poso. Lo cierto es que en Almada nos reencontramos con amigos de la creación escénica y de la difusión y la crítica. A veces charlamos sobre teatro, cosa que en general, en nuestra vida cotidiana siempre hablamos de políticas tetarles que consideramos erradas.
De cada edición uno se lleva sensaciones diferentes, en esta he vivido una situación personal muy gratificante al conocer a los padres de una actriz almadense que está embarcada en un proyecto chileno-portugués. Son cosas incalificables en este mundo acelerado en el que vivimos fuera de las relaciones profundas entre las personas, porque lo humano, lo cercano, alimenta mucho la esperanza en la humanidad y, sobre todo, en el Teatro.

