Y no es coña

Entrados en diciembre

Escribir el primer día de diciembre es aventurar que en unos cuantos telediarios llegaremos al último día de este último mes que nos abrirá las puertas del año próximo, el 2026 que se nos presenta en primera lectura como anodino. ¿Esperamos algún acontecimiento que nos pueda significar algo importante en nuestra vida? Bueno, sí, un asunto algo terrorífico: hay que cambiar por orden gubernamental el sistema de facturación que empezará a funcionar obligatoriamente el día primero de enero. Quizás lo peor de todo es que hay que hacer las cuentas anuales, cerrar contabilidades, presentar documentos oficiales. La burocracia digitalizada es un monstruo de capacidades desequilibrantes impresionantes. Vamos a peor y todos los sabemos, pero nos sentimos impotentes, sumisos, atrapados.

Entramos en las semanas más enloquecidas del año. El virus del consumismo es ya una bacteria que no responde a ningún antibiótico social o económico. Históricamente, a partir del 8 de diciembre, festividad de la Purísima Concepción, Día de la Madre hasta que unos grandes almacenes cambiaron el día según sus intereses comerciales, era una línea muy señalada en el calendario como el comienzo de unos días de consumo de ocio cultural muy rebajado. La teoría es que la mayoría del personal anda de cenas de trabajo, compras de viandas y confitería para el encuentro navideño, regalos varios, inmersos en un ambiente general que no ayuda a ver obras de teatro. Eso era antes. Ahora no sé exactamente qué pasa. Sé que después del sorteo del Gordo empiezan las programaciones familiares, y ya estamos sufriendo la presión publicitaria de un número asombroso de propuestas musicales que parece son la solución más pragmática para ir en las fiestas navideñas al teatro.

Porque los que llevamos unas cuantas décadas mirando estos fenómenos estacionales, estas temporadas de oferta en artes escénicas, nos movemos entre la realidad y el deseo y sabiendo que en muchos lugares se ha conseguido la estabilidad programática habitual, es decir, sin necesidad de poner énfasis en fechas, conmemoraciones o festivales, pero la realidad evidente es que la prensa actual, hace caso solamente a los estímulos más focalizados: festivales, por ejemplo, antes que estrenos dentro de un mes de noviembre en una sala magnífica con programación ciertamente excelente. Y eso en las capitales, porque en las poblaciones de menor rango demográfico, todo funciona bajo unos parámetros de difícil concreción posterior para los forasteros capitalinos.

Así que hemos estado yendo a varios espectáculos del Festival de Otoño de Madrid y hemos notado algo que probablemente sea un síntoma personal. En una ciudad como Madrid que a lo largo de todo el año recibe espectáculos internacionales de primer nivel, es cada vez más difícil lograr programaciones de un Festival que llamen la atención de manera inexcusable. Pues bien, en esta edición la media ha sido de un interés cultural y estético sobresaliente, con algunas ofertas realmente magníficas. Y otra parte de la programación que mantenía su característica de, por lo menos, novedoso, dentro de su rango.

Por lo tanto, considero que ha sido una buena edición. Y la noticia positiva es que han renovado a Marcela Díez para que gestione la edición del año próximo. Una magnífica decisión.

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