Y no es coña

Las peripecias teatrales amontonadas

Acabo de salir de una sala de teatro que ha terminado un ciclo del que ya les hablé hace una semana. Jóvenes proyectos surgidos en escuelas regladas o privadas. Gente joven, en formación o recién egresados, afrontando textos de siempre adaptados, nuevas propuestas textuales, dramaturgias muy fragmentadas, espacios abiertos, pocas estructuraras de escenografía debido a la precariedad, y mucha energía, en ocasiones perfectamente encaminada y en otras desmembrada como si fuera un lenguaje autónomo.

Acuso en estos instantes el poder de las últimas imágenes vistas en “Repoblar el alma en tiempos de mascarillas”, se empoderan de este escrito que hago a los pocos minutos de su visión por necesidad. Quiero decir que los espectáculos, las obras, hay que reposarlas, hay que dejarlas madurar en nuestras cámaras blindadas donde podemos hacer la disección apropiada para poder ejercer el acto forense de dar una opinión fundada, no una exclamación instantánea de la experiencia, la emoción o el aburrimiento. Esta postura la recomiendo a quienes pretenden dedicarse a ejercer la crítica, pero también a quienes quieren dar una opinión crítica de un espectáculo de viva voz o por escrito. Sean profesionales del gremio o espectadoras de primera categoría. Partir de un respeto a lo visto, no a lo que queríamos ver o imaginábamos que íbamos a ver.

Ando recibiendo múltiples impulsos que me abren de par en par mis conductos de aprendizaje. Es estimulante en una semana conocer tres nuevos teatros en la Comunidad de Madrid, hasta volver sobre mis pasos y reencontrarme con textos capitales, en nueva adaptación y montaje, como por ejemplo, “American Búfalo” de David Mamet que se está representando en el Fernán Gómez de Madrid y que creo que han optado por lo directo, lo contundente, con personajes mostrados desde el primer instante, con muchas modulaciones excesivas en sus expresiones pero que en su conjunto nos hacen recordar que este texto es una lección dramatúrgica, en el sentido técnico, una situación, tres personajes, diálogos sin parar, apenas sucede nada, pero nos imaginamos todo. No hace falta alardes, ni subterfugios, una textualidad de la que emana todo lo demás.

En este sentido volver a ver “La edad de las ciruelas” de Arístides Vargas, en el Corral de Comedias de Alcalá con su dirección y la actuación de Charo Francés y Liliana Moreno, viene a recordarnos lo aparentemente sencillo que puede ser el Buen Teatro, un texto con muchas alegorías y una poética que adorna su funcionalidad con unos personajes que podrían pertenecer a un realismo mágico, pero que son fruto de una acción conjunta de palabras que propician acciones que se convierten en imágenes que nos van describiendo una situación que arranca de lo tácito para pasando por lo inverosímil, acabar en lo cercano, en lo tierno, en lo humano. Todo sencillo. Decir el texto con las intenciones justas, los movimientos precisos, los elementos escénicos mínimos y una luz que ayuda a acotar situaciones, espacios y tiempos. Con todo esto colocado con sabiduría y exquisita sencillez provoca en los públicos una sensación amable de estar ante eso que llamamos Teatro, nada más que Buen Teatro.

En esta homilía lunera no había intención de lanzar ninguna consigna, solamente señalar la versatilidad de lo que llamamos Teatro, la sensación como espectador privilegiado de la existencia de públicos muy diversos, en diferentes niveles de exigencia, y en estos días los tetaros y salas que he visitado, por una razón u otra, los he hallado con una entrada suficientemente esperanzadora. El Teatro es un bastión contra la barbarie.

No al Genocidio. Palestina Libre.

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