Y no es coña

Los que se van y no volverán

Lo cierto es que hay décadas en las que el calor asfixia y el hielo congela. En las que la acumulación de circunstancias médicas crean un volcán donde la lava se puede transformar en bilis o depresión camuflada que puede derivar en desmotivación e incapacidad para resolver lo que antes se resolvía con inteligencia o energía, o ambas cosas hibridadas. Ahora mismo el carrusel de muertes de personas dedicadas a este oficio tan extravagante del teatro y sus periferias me provoca un estado cercano a la parálisis. Me juré no escribir más obituarios en mi vida. Es un género que a estas alturas me desgasta, me funde en melancolía, mala conciencia y recuerdos del ayer que nunca más volverá.

Así que a todas esas personas que me hicieron ser mejor, esforzarme, con las que conviví en colaboración o, incluso, en enfrentamiento temporal que se han ido, les dejo aquí mi más sincero reconocimiento. No forman parte de mi mitología personal o profesional, sino que los siento como personas que pertenecían a mi misma especie, aquellos que la palabra Teatro nos llena de vitalidad y aunque sus estructuras nos muestren desprecio en ocasiones, perdonamos porque sabemos que ellos no saben lo que se hacen. Así que, resumo mi angustia vital diciendo una palabra, un nombre: Adolfo, y con ello lo digo todo.

La pérdida se ensancha, miramos tras los ventanales hoy escarchados y solamente auguramos tiempos complejos, necesidad de aunar esfuerzos y, en mi caso concreto, aprender otra vez a vivir sin algo o alguien que han sido fundamentales en mi existencia. No se trata de un hasta luego, sino de un adiós solemne. Todos descansaremos en una paz absorbida por las circunstancias. Sabemos que los que se van nunca más volverán. No son oscuras ni claras golondrinas, son personas o son proyectos. Nos estamos preparando para el viaje.

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