Críticas de espectáculos

Poética del desgarro y la resistencia

Saturnos y Medeas», de J. P. Cañamero (seudónimo de Chema Pizarro), representado por la compañía extremeña de teatro-flamenco Artextrema Producciones, es un artefacto teatral polimórfico que no pide permiso: entra, desordena la sala y deja al espectador revisándose las costillas emocionales. La pieza mezcla cabaret, tragedia griega, documental judicial y sátira social con una naturalidad que asusta, como si Eurípides hubiera hecho residencia artística en un «after» feminista. No cuenta una historia: ejecuta una disección.

Saturno, padre de todos los patriarcas, se pasea por el escenario con la insolencia de quien lleva milenios impune. Medea, en cambio, devuelve la dignidad al mito: aquí no mata hijos, mata silencios. Juntos conforman un dueto imposible, como una pareja rota que continúa discutiendo en las ruinas del mundo.

El Padre humano es quizá el personaje más inquietante: su mediocridad es su arma. Habla como tantos hombres que nunca aparecerán en los periódicos, lo cual —precisamente— lo vuelve aterrador. La Madre sostiene la obra con un dolor que no pide aplausos, sino justicia. Y los niños… los niños son la herida abierta que atraviesa todo el texto, la pregunta que nadie sabe responder.

La sociedad —esa gran actriz secundaria con vocación de protagonista— desfila en forma de jueces distraídos, vecinos opinólogos y redes sociales que convierten la tragedia en contenido. A veces informan, a veces pontifican, siempre juzgan. Son el coro griego con WiFi.

La dramaturgia funciona como un péndulo nervioso: del horror al humor negro, del lirismo a la estadística seca, del mito al informe judicial. Esa oscilación impide relajarse; cada cambio de registro es un recordatorio de que la violencia vicaria no pertenece ni al arte ni al mito, sino a la actualidad más alarmante.

El texto es excesivo, pero el exceso es aquí método y denuncia. Su potencia está en no ofrecer descanso, en sabotear cualquier intento de distancia estética. «Saturnos y Medeas» no busca consolar: busca perturbar, desactivar coartadas y devolver al público un espejo donde no es agradable mirarse.

El resultado final es el de un teatro afilado, poético y feroz, que deja la sensación de haber asistido a un ritual dramatizado más que a una función convencional. Un ritual que no cierra heridas, pero obliga a reconocerlas. Un tipo de teatro que no redime: revela. Y, con suerte, incomoda lo suficiente como para que nadie salga indemne… ni indiferente.

La puesta en escena de Pedro L. López Bellot —autor también de la dramaturgia de este texto complejo y fascinante— se presenta sólida y coherente. Trabaja con dos intérpretes desdoblados en las figuras de Saturno/Padre y Medea/Madre, apoyados por voces en off (declamadas por Pedro Montero, Paca Velardiez, Nuqui Fernández, Marina Alfonso y Ana M. Domínguez), canciones y coreografías… En un espacio austero, los escasos elementos escenotécnicos están dispuestos con precisión para facilitar la transición entre los distintos ámbitos dramáticos. La iluminación, refuerza estos cambios y aporta una atmósfera contundente que potencia el juego escénico.

Manuela Sánchez y Fernando Ramos son los protagonistas que responden con solvencia y entrega al exigente planteamiento actoral. En los pasajes dancísticos, Manuela despliega un flamenco de fuerte carga expresiva —por bulería, farruca, soleá, seguirilla y tango—, donde el dominio del cuerpo, la elocuencia de los brazos y un zapateado de áspero lirismo sostienen coreografías en las que la rabia contenida y la memoria afloran con una intensidad creciente que alcanza momentos de auténtica poesía escénica. Su presencia magnética se afianza al desdoblar con soltura su labor de actriz y bailaora, encarnando a Medea y a la Madre como figuras atravesadas por el dolor, pero también sostenidas en la resistencia y la lucidez.

Por su parte, Fernando aporta un rol firme como Saturno y como Padre, representando la violencia vicaria y el imaginario patriarcal. Con un registro expresivo que transita entre la autovictimización, el resentimiento y la crueldad, compone un arquetipo inquietante cercano a la realidad.

En el apartado musical, Chiqui de Quintana y Celia Romero brillan cantando la composición de Pedro Calero, que suma una intensa carga emotiva de ritmos flamencos vibrantes y pasajes que envuelven la escena en un clima sonoro de gran profundidad.

La función realizada en el Gran Teatro de Cáceres, como parte de la X Muestra Ibérica de Teatro, tuvo calurosos aplausos por parte del público.

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