Escritorios y escenarios

Matar una obra

La primera vez que escuché que las obras se mataban, fue cuando tenía unos 14 o 15 años. Hasta entonces, jamás había imaginado que una obra de teatro tenía un promedio de vida. Y ¿por qué no? Si las obras nacen también tendrán que morir.

Caminaba por las calles del centro de Bogotá en compañía de una amiga que me propuso un plan de esos que no se pueden posponer, ver «Maravilla Estar». A los que no conocen esta pieza les diré que es uno de los trabajos del teatro La Candelaria. Y no, no es una obra de creación colectiva, aunque supongo que tal afirmación depende de qué entendamos por creación colectiva… y esto lo digo porque en algún rincón dentro de mi me atrevo a pensar que una de las cualidades del teatro es, precisamente, que es un trabajo colectivo. Pero bueno, no nos desviemos del asunto que nos ocupa. La obra, con dramaturgia y dirección de Santiago García, expone el insólito viaje de Aldo Tarazona cuando llega a un territorio extravagante en el que se encuentra con Alicia, Fritz y Bumer.

Incluso para una adolescente de largos cabellos y sonrojadas mejillas, y un poco ignorante como es natural, la propuesta era clara, ver una obra de teatro antes de que desapareciera del repertorio; cuando la conocí ya estaba condenada.

No sé cómo se me habrá puesto la cara al escuchar la sentencia, seguramente me consumió la estupefacción porque acto seguido mi amiga, hija de uno de los actores, procedió a explicarme con una dulzura sospechosa que una obra de teatro no se monta para toda la vida, que hay un momento en que el grupo debe dejarla ir.

Ahora un minuto de silencio.

Pero tal decisión supone ¿qué la obra va a desaparecer del todo? Nada más pensar en el teatro de Esquilo, Eurípides, Sófocles, entre otros, sale a relucir que el fallecimiento de una obra de teatro es relativo. Siempre nos queda el texto dramático, si es que ha sido codificada literariamente, y en ese caso lo que muere es el espectáculo, es decir, una determinada puesta en escena.

De cierta manera, hay algo inmortal en el teatro porque aunque se mate a un espectáculo, a un montaje, la obra asesinada tiene la posibilidad de resurgir gracias a la memoria del texto dramático que se configura como un mapa, como una brújula que va señalando unas coordenadas e indicando la ruta para reconstruir el espectáculo.

En conclusión: benditas sean las más de siete vidas del teatro.

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