Dramaturgias que transforman el lugar
El verano es una estación idónea para sacar las artes escénicas a la calle, a las plazas, a las playas, a los montes. No solo instalando escenarios de quita y pon, frontales, y colocando sillas delante, como en una platea, a imitación de los teatros convencionales, sino aprovechando la topografía y las características del lugar para descubrir disposiciones espaciales inéditas, que los teatros al uso impiden.
La danza contemporánea es una de las artes escénicas en las que la modulación espacial, a través del movimiento de los cuerpos, forma parte central de su sentido dramatúrgico. Desde esta perspectiva, también es una de las artes con más potencialidades para actuar en una sinergia mágica con los contextos espaciales, transformándolos.
No me refiero a la “site-specific art” o “environmental art”, que se centra, precisamente, en la intervención en un lugar específico, creando una obra integrada. Sin ser una intervención tan explícita, las artes vivas, en su porosidad y capacidad de adaptación, pueden potenciarse apoyándose en la relación con el entorno físico y sus peculiaridades, igual que se construyen en la interrelación que se da entre bailarinas/es, actrices, actores, objetos, etc.
Por tanto, las piezas que más se adaptarán y harán mutar un espacio teatral no convencional serán aquellas cuya dramaturgia no establece una jerarquía vertical entre sus elementos compositivos. Las dramaturgias posdramáticas, que articulan el sentido de la partitura de acciones desde la horizontalidad de todos los elementos que intervienen, serán las más dúctiles y capaces para jugar en cualquier campo, integrándolo, transformándose y potenciándose mutuamente.
No solo el lugar, sino también el momento del día más idóneo, según el sentido de la dramaturgia, aprovechando las inflexiones de la luz natural, la penumbra, la oscuridad, o incluso la utilización de iluminación artificial en la noche.
Una de las características que más me fascinan de las artes vivas es su libertad para crear y transformar el mundo. Esto no solo tiene porque darse a través de un constructo ficcional y narrativo dentro de una caja negra que garantice la ilusión, sino también desde las energías y sensaciones que nos producen los espacios físicos transformados y re-creados por un espectáculo teatral. Al cambiar el espacio también cambia nuestra manera de estar en él, incluso físicamente, y esto nos afecta, nos influye, nos cambia.
Con condiciones climatológicas favorables, como acontece en verano, poder disfrutar de las artes escénicas en comunión con entornos arquitectónicos singulares o paisajes “naturales” es una de las maravillas aún poco aprovechadas.