A mi bola
Reinterpreto mi libertad condicional mientras espero que la canícula me broncee, por lo menos, las ideas básicas. He asistido durante los días anteriores a dos eventos donde la sustancia más importante que se detecta sin llegar al laboratorio es la juventud. Clasicoff de Nave 73 es una iniciativa que lleva años proporcionando la posibilidad a grupos emergentes para mostrar sus acercamientos a textos clásicos, pero desde una estrategia dramatúrgica diferente, como si ese pie forzado fuera una oportunidad para desarrollar sus propias estéticas y deseos de contar algo actual.
Probablemente esta sea la manera más apropiada para hacer de los clásicos algo contemporáneo, aunque en nuestros años de ojeador, hemos visto demasiadas atrocidades para no mostrar nuestras reticencias y suspicacias. Y por estadística podemos asegurar que no somos agoreros, sino que es muy posible que en este mercado teatral actual tan enmarañado y angustioso, intentar apuntarse a todo aquello que les puede dar un espacio y una probable visualización lleva a afrontar obras inmaduras, donde parece que se usa el título y el autor para llamar la atención y después no existe un trabajo previo para desnudar el original y conseguir con rigor una propuesta identificable y superior.
No obstante, si salimos del estupor por la falta de coincidencia entre lo anunciado y lo visto, analizando lo que vemos sin condicionantes, en algunos de los casos se percibe la existencia de energía, capacidad y visión teatral global, en ocasiones con rasgos de investigación en la búsqueda de intenciones novedosas y lenguaje propio. Y otro asunto más que me parece notable: los escenarios madrileños son abiertos a todas las nacionalidades, los acentos de la hispanidad resuenan en casi todas las propuestas presenciadas y eso, se debe aplaudir y tener muy en cuenta.
Mi otro baño de emociones, belleza y juventud lo tuve en la 24 edición del Certamen Internacional Coreográfico Burgos-Nueva York, del que tienen cumplida información de su resultado final en este medio. A concurso entraron catorce coreografías de no más de diez minutos, pero tuvimos la suerte de ver dos más para iniciar las sesiones y para finalizarlas, además de asistir a ver los trabajos de los talleres que tienen lugar dentro de este magno festival burgalés de importante trascendencia.
Uno que mira siempre mal, no ve lo sustantivo, sino lo anecdótico, o quizás, no tanto, porque una de las cosas que me sorprendió más es que muchos de los bailarines llevaban calcetines para ejecutar las piezas. En ocasiones hasta formando parte de la propuesta estética y la mayoría de las veces porque me imagino que les da mayor seguridad. No obstante, los que bailaban descalzos no mostraban mayor inseguridad, por lo que debe formar parte de las nuevas tendencias o de otras cuestiones no aclaradas por los miembros del jurado que son y/o han sido bailarines o coreógrafas. Me llevo la duda, que siempre activa mi indagación en lo prescindible.
Voy acumulando una idea variable sobre la cantidad y la calidad, por lo que si hay menos varones que se deciden por la danza, es normal que sean la mujeres las que destaquen de manera clara en cuanto vemos una sucesión de dúos mixtos. La obra ganadora, una deliciosa y milimétrica pieza taiwanesa, era una muestra maestra en esta percepción, ella era una suerte de ángel que transmitía hasta en la inmovilidad, él, un magnífico acompañante y portor.
En un certamen de estas características al que se presentan numerosas propuestas de todo el mundo, el equipo seleccionador marca de manera clara sus preferencias y por ello sentimos a lo largo de las catorce coreografías una suerte de uniformidad que nos llevaba a pronunciar una idea que en ocasiones era recibida como un insulto, al calificar algunas coreografías como retóricas. Casi todas eran muy ombliguistas, muy íntimas, sin apenas pensar en el público, donde había más contorsionismo que baile, en donde la concepción no era espacial sino muy de primer plano como si se hiciera para realizar un vídeo. Hubo una propuesta muy diferente, un unipersonal que pasó a la final, pero que no se llevó ningún galardón y pienso que, por la simple situación de ser diferente, casi clowesca, se le podía haber dado un abrazo.
Sucedió que la última coreografía que vimos, como final del taller que se había dado el bailarín y coreógrafo, Mario Bermúdez, a la sazón presidente del jurado, durante dos semanas, bailaron 20 bailarinas y 1 bailarín japonés, descalzos, perdonen la obsesión, y había mucha, muchísima energía, mucha coreografía de verdad que ocupa espacioso escénico y creaba formas y bailaban, bailaban como benditas y lo hacían, también, frontalmente, para que los espectadores nos sintiéramos involucrados, concernidos.
Esta confrontación entre ver obras de dos en dos y una con esta cantidad de cuerpos en acción me ayuda a seguir mirando al dedo que señala la Luna, por eso voy y seguiré yendo a mi bola.
No obstante, y en lugar predominante, hay que recalcar que este Certamen es magnífico, Humano, popular por la asistencia de la ciudadanía burgalesa a las sesiones y muy exigente artísticamente. Se va expandiendo, ahora con ese programa de bailar en el camino de Santiago, pero el original cumple el año que viene 25 años y eso es un hito.

