Manuel Lourenzo, los dramaturgos no mueren
El sábado me costó dormir, y no fue por el calor de agosto. Me quedé despierto hasta la medianoche con ‘El silenci’ de Elena Santiago García, una joven dramaturga andorrana ganadora del XLIX Premi Born de Teatre 2024, que estoy traduciendo al gallego. Tampoco fue ‘El silencio’ lo que me mantuvo despierto. Hoy, domingo 10 de agosto, me he despertado tarde y he visto que tenía varias llamadas perdidas.
Este agosto estoy trabajando duro en varios proyectos que no tengo mucho tiempo para desarrollar durante el curso académico. Pero en este mes le dejo al cuerpo que mande y no lo someto al reloj. Tampoco estoy prestando atención a las noticias, a las que accedo principalmente por la radio y los periódicos digitales. Me he despertado tarde, he visto esas llamadas y, sin devolverlas, me he puesto a preparar el desayuno. Entonces recibo otra llamada: ¡Manuel Lourenzo ha muerto hoy! ¿Murió Manuel Lourenzo? No puede ser. Los dramaturgos y las dramaturgas no mueren.
Se fue un amigo especial. Especial porque no era un amigo de todos los días, ni de darle la lata, o que él me la diera a mí, con las contingencias cotidianas. Era uno de esos amigos que cuando te lo encuentras, muy de Pascuas en Ramos, parece como si el tiempo no hubiera pasado y como si, en esos pocos encuentros, entre ambos, tocásemos la esencia de las cosas y le diésemos la vuelta al mundo.
No quiero escribir sobre Manuel en modo erudito, ni hacer aquí una revisión académica de su inmenso legado, que supera las trescientas obras dramáticas, en un amplio espectro temático y estilístico. Siempre con las raíces en los clásicos del teatro occidental, en concreto Esquilo, Sófocles, Eurípides, pasando por Shakespeare, y recurriendo a los clásicos gallegos, con especial predilección por la literatura dramática de Álvaro Cunqueiro y Otero Pedrayo. No quiero ponerme estupendo con una erudición que seguramente no poseo, sino hablar desde lo personal. Creo que estamos en un momento histórico en el que realmente necesitamos actuar desde nuestros afectos e intervenir políticamente desde lo personal, como célula esencial del colectivo, para que este no se convierta en un rebaño donde la disciplina de partido ahogue o aniquile las singularidades. Vivimos un momento de terrible homogeneización, propiciado por la mediación digital global, que nos manipula a su antojo, según algoritmos e intereses ajenos. Es hora de actuar desde el ser y el estar del momento experiencial y singular.
Todo esto siempre preocupó a Manuel (nunca le llamé Manolo. Para mí, los nombres son lo que son y para eso están). Fue un activo defensor de nuestra lengua y del hecho diferencial de la cultura gallega, frente a las presiones que, durante siglos, hemos venido soportando.
Cuando regresé a Galicia, tras pasar cinco años en Asturias y diez en Cataluña, Manuel Lourenzo fue, junto con Francisco Pillado Mayor, una de las personas que mejor me acogió. Casahamlet, su escuela y compañía de teatro en A Coruña, era una casa de puertas abiertas. Un baluarte no solo de formación teatral, sino también de conciencia y ética teatrales. Y la revista ‘Casahamlet’ de escritura dramática y ensayo teatral era un lujo, del que también tuvimos la suerte de formar parte, junto a un buen número de dramaturgos y dramaturgas de diferentes generaciones y tendencias.
Manuel Lourenzo puede considerarse uno de los fundadores de la ‘erregueté | Revista Galega de Teatro’, cuando en 1983 impulsó, desde la Escola Dramática Galega, el ‘Boletín de Información Teatral’, que sería dirigido, desde la sección de Vigo, por Antón Lamapereira. Una publicación que evolucionó con el tiempo hasta la edición actual, que mantiene la revista en formato papel, y que está a punto de publicar su número 109, además de una edición digital con contenidos diferentes a los de la versión impresa.
Lourenzo fue suscriptor de la revista durante más de cuarenta años. Su activismo cultural incluyó, como no podía ser de otra manera, el apoyo a la existencia de una publicación gallega sobre artes escénicas, no solo como suscriptor, sino también como colaborador. Siempre que le pedíamos que escribiera algo, lo hacía. En la revista, por lo tanto, se pueden encontrar artículos firmados por él y también obras de teatro, la más reciente: ‘Leyenda Escandinava. El Primer Hamlet’, publicada en 2022 en el volumen número 3 de la Colección de Dramaturgia Contemporánea de Erregueté (ISBN 978-84-1247222-6).
La última vez que estuvimos juntos fue el 26 de octubre de 2024, cuando fui a su casa a verle y a hacerle una entrevista, que titulé «Siglos de escritura teatral» y que puede leerse en la revista en papel número 108. Pasamos una tarde fantástica hablando de lo que más nos gusta en el mundo. A eso, en cierto modo, me refería antes, cuando he señalado que Manuel era un amigo especial, de esos a los que no necesitas ver continuamente porque, aunque solo lo veas ocasionalmente, cuando estás con él el tiempo se detiene y entras en otra dimensión ligada a lo eterno. Parece una exageración o una fantasía, pero es la pura verdad. A veces la verdad no es verosímil. Sucede mucho en las teatralidades posdramáticas, fundadas, en algunas ocasiones, en lo extraordinario y excepcional de la carne, de la materia, de los cuerpos en el juego teatral del presente. Sucede en el circo y en la danza. Vemos lo improbable, sucede lo inverosímil ante nuestros ojos. Eso es exactamente lo que me pasaba cada vez que me encontraba con Manuel Lourenzo. Ambos con la mirada encendida, con una profunda ilusión y alegría, la de dos personas irremediablemente apasionadas por el teatro. No había horas suficientes cuando nos poníamos a hablar, porque, en realidad, no era una conversación, sino una comunión, el encuentro entre dos seres atravesados por las mismas inquietudes.
Ese diálogo, combinado con la comprensión de nuestras energías y de todo lo que no se dice, pero se siente, es algo inolvidable y que no tiene precio para mí.
Sin desmerecer a nadie, tengo trato con mucha gente del mundo de las artes escénicas, pero con muy pocas personas consigo sentir esa plenitud al compartir pensamientos, emociones y experiencias. Quizás sea porque Manuel traía consigo una vida dedicada al teatro, en un núcleo familiar que le quería y apoyaba. A su lado estaba Montserrat Modia, una cómplice total, con quien siempre me gusta hablar y reír. Cilha Lourenço, a quien siento como una hermana. Son esa parte de la familia de Manuel con la que tengo más contacto y a la que abrazo, con estas letras, en la distancia espacial, hoy, pero en la proximidad de los afectos que nos unen.
Manuel Lourenzo nos deja una obra inmensa, monumental, y un ejemplo vital al cuadrado, es decir: un ejemplo de vida vital (muy relevante y muy vivo). Para mí, Manuel continúa, en su obra, en el pensamiento, en los afectos y recuerdos inolvidables. Incluso en detalles aparentemente intrascendentes: cada vez que sea 15 de abril seguiré brindando por él, en el día de su nacimiento, que casi coincide con el mío. Él en las montañas de O Valadouro, donde le puso las primeras imágenes y palabras al mundo, y yo en las de Ancares, en la primera hora del 16 de abril. Estas pequeñas cosas de naturaleza casi esotérica, con las que, como con otras coincidencias, disfrutamos fabulando, también unen. Dos aries panteístas secuestrados por Talía, dos niños de aldea (del rural) unidos por el rito del teatro, esa república donde todo es posible.
Manuel, ¿sabes que los dramaturgos no mueren?

