Estoy haciendo un proyecto escénico, pero no se puede contar
En el mes de agosto que termina, comencé los ensayos y la investigación práctica para un espectáculo, en el que asumo la dramaturgia y la dirección escénica. En realidad, el proceso creativo comenzó mucho antes, con la ideación e imaginación (sin imágenes no hay teatro) del proyecto.
Normalmente, en nombre de la discreción, cuando alguien comienza un proyecto escénico, tiende a no comentarlo ni a contárselo a nadie, excepto a las personas directamente involucradas en el equipo artístico, de quienes dependerá. Siempre me ha llamado mucho la atención esa discreción y, en cierto modo, ese secretismo. En otros ámbitos, como la arquitectura, la medicina, la investigación académica, de grado o posgrado, etc., no suele haber esa discreción y ese silencio porque, pensándolo bien, incluso serían contraproducentes. Eso iría en contra de algo muy importante: la transmisión de conocimiento y las posibles colaboraciones que puedan surgir para enriquecer y dar mayor complejidad y perspectiva a los procesos de investigación. Creo que cualquier proyecto de artes escénicas no debería limitarse a los ensayos esenciales para “montar” o “poner en escena” una obra y producir un espectáculo. Entre las condiciones más básicas del concepto de “arte” se encuentra la investigación y la exploración de soluciones innovadoras en algún aspecto más allá de lo obvio. La búsqueda de la creación de algo único que aporte nuevos valores a la sociedad a la que se dirige y al “público” que participará en el juego.
Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué tanta discreción y tanto secretismo? Aplicando una lógica simple, lo único que me viene a la mente es miedo. Sí, miedo.
Miedo a que, después de decirlo por ahí, el proyecto, por la razón que sea, no salga adelante. Pero es ley de vida: nada está asegurado, ni siquiera las naves de turismo espacial del multimillonario de cuyo nombre no quiero acordarme. Si nos atenemos a eso, entonces hasta deberíamos abstenernos de decir que vamos a hacer tal o cual cosa mañana, por miedo a no poder hacerlo por la razón que sea.
Miedo a que la gente se haga unas expectativas y que, después, el trabajo no esté a la altura, o tenga que confrontarse con unas expectativas previas. Pero eso es inevitable, tarde o temprano. Cuando anunciamos la obra y la gente ve el título, el reparto, algunas imágenes y lee alguna información o la sinopsis, también se activan expectativas. E incluso sin información previa, nos será imposible ir al teatro sin prejuicios ni expectativas. Quizás alguien muy zen, capaz de neutralizar sus pensamientos y juicios, como en la meditación que practicamos en el yoga, podría alcanzar un estado de ecuanimidad. Pero me parece bastante difícil.
Miedo a que alguien nos robe el proyecto o, con esas mismas ideas, presente uno mejor y se nos adelante o gane ventaja. Aquí estaríamos en el terreno de la competitividad y el espionaje industrial. Pero si creemos en nuestro proyecto, si ponemos toda nuestra energía e ilusión en él y confiamos en nosotros mismos y en la especie humana, me parece difícil que esto pueda ocurrir. Primero, porque cualquier proyecto artístico que no sea un corta y pega, un pastiche o un mero ejercicio de estilo, se va a configurar no solo a partir de una combinación de documentación, ideas e imágenes muy variadas, sino porque, además, se va a nutrir y afectar por las circunstancias biográficas, el ecosistema cultural, nuestra formación, las intuiciones personales más singulares y las múltiples interacciones, etc. Así que nadie podría hacer lo mismo ni siquiera algo parecido, sobre todo si el proyecto se basa en la investigación, la intuición y la honestidad (no adoptando poses o moldes externos, por cuestiones de moda o exhibicionismo estético). Por otro lado, en cuanto a este miedo, resulta contraproducente no confiar en la especie humana, aunque existan elementos que lo refuten, como los incendiarios, el genocida israelí o la plutocracia dictatorial instalada en la supuesta primera potencia mundial. Si hacemos teatro, danza, circo, ópera… es porque, de alguna manera, confiamos en los seres humanos, en su sensibilidad y en su capacidad de empatía. De lo contrario, ¿por qué vamos a generar obras artísticas destinadas a la cooperación, en vivo y en directo, de otras personas, a quienes llamamos público y que, nos guste o no, se convierten en una representación de la sociedad? Por lo tanto, tenemos que confiar en nosotros mismos, como parte de la sociedad, y también en los demás, a pesar de las decepciones e incluso a pesar del horror de lo que el hombre (y seguramente, también, algunas mujeres) puede ser capaz de hacer.
“Todo lo que diga puede ser usado en tu contra”. En boca cerrada no entran moscas. Velahí dos citas fantásticas que, a veces, pueden hacerse realidad.
Todavía me voy a atrever a cometer la indiscreción de citarme a mí mismo: en mi obra ‘Textículos dramáticos e posdramáticos’ (Laiovento, 2013), hay una pieza corta titulada ‘Teoría y práctica de la discreción’. En sus siete pasos, casi como los siete pecados capitales del ‘Divino Sainete’ de Curros Enríquez, se invocan diferentes tipos de discreción/indiscreción, de forma muy sintética. Los reviso y veo que el último, el séptimo, termina así:
“Uso de la información ajena como arma.
Manipulación, descontextualización, exageración.
Lo que sé de ti lo voy a usar contra ti.
Zuna (de los miserables)”.
Sin embargo, volvemos a lo mismo: “La fuerza de nuestro amor no puede ser inútil”, como escribió, en gallego, Novoneyra, y, por otro lado, «Es duda debida dudar de la vida / de amor, no», unos versos de ‘Libra’ de Gonzalo Navaza, ambos citados de memoria y, seguramente, de forma imprecisa, pero suficiente para el caso que nos ocupa. La desconfianza aniquila el amor y sin amor es imposible, desde mi punto de vista, llevar a cabo un proyecto artístico. Un amor que abarca no solo el objeto artístico y al equipo de cómplices que lo llevará a cabo, sino también, necesariamente, al público, a las personas que conforman la sociedad a la que nos dirigimos y que, posiblemente, participarán y cocrearán o recrearán esa obra artística viva. Por lo tanto, se necesita mucha confianza, mucho amor y, por supuesto, mucho esfuerzo, mucho trabajo, mucha paciencia, mucho disfrute…
Y, sobre todo, es necesario darse cuenta de que todo suma, procurando no dispersarse ni perderse en el camino. Por lo tanto, no debemos callar ni guardar el secreto. Decirlo puede abrir puertas, aportar ideas, ayuda y diversas complicidades que enriquecen el proceso de creación artística. Cada secreto nos priva de libertad porque es necesario cerrarlo con llave y, como escribió T. S. Eliot, creo que en ‘La tierra baldía’, quien guarda la llave confirma su prisión. Al final, la poesía siempre tiene, si no la respuesta, una luz que ilumina nuestro camino.
Finalmente, solo volver a señalar lo obvio: ¿cómo podemos hacer una creación feliz, abierta e inclusiva desde el miedo?
P.S. – Otros artículos relacionados:
“Secretos”. Publicado el 28 de junio de 2013.

