Foro fugaz

Elogio del dramaturgo

Era el rey, amo y señor del foro, fundamento de la acción, soberano de las tablas… hasta que en el siglo XX, el director de escena empezó a robarle prestigio; primero apareció el actor-director Stanislavski (quien además revolucionó la actuación con su método), después llegó Artaud y pregonó la preeminencia de la acción escénica: desde entonces se dispararon las propuestas de creación colectiva y experimentos de laboratorio teatral, que relegaron al dramaturgo a un segundo plano.

El director quiso usurpar el trono, y si bien algunos experimentos sin autor fueron logrados, en el fondo aparecía la sombra de un guionista como base del espectáculo. Como en el prodigioso proyecto de Pirandello ‘Seis personajes en busca de autor’, los comediantes aparecen como sombras en busca de un dramaturgo. El autor es imprescindible en la creación colectiva que es el teatro. Porque el esqueleto no es el cuerpo, pero sin esqueleto las propuestas de la naturaleza son limitadas, así en la escena.

Necesitamos al dramaturgo, tal vez no como amo absoluto, pero como el andamio para armar un espectáculo. Los dramaturgos reaparecieron a la mitad del siglo XX con una creatividad irresistible: Samuel Becket, Eugene Ionesco, Arthur Adamov y otros vivificaron la escena y lograron sumergirnos en nuevos universos. Sin ‘La Cantante Calva’ o el enigmático ‘Esperando a Godot’ y otras obras, el teatro estaría huérfano. Insisto: necesitamos al dramaturgo.

Por eso la epidemia de SIDA fue fatal para la escritura teatral. En Francia se llevó a tres dramaturgos que estaban en el zenit de su fuerza creativa. Bernard-Marie Koltès, Jean-Luc Lagarce y Copi, fueron víctimas del flagelo. Los tres tenían una fuerte personalidad y su desaparición fue un golpe para la escena.

Recientemente vi la obra ‘Nous, les héros’ (Nosotros, los héroes) de Jean-Luc Lagarce, en donde se plantea la sinuosidad de una troupe después de una representación en un teatro de provincia. La tensión en el seno de este grupo de actores es patente desde el inicio de la obra, la compañía teatral como espejo de la sociedad: querellas fútiles, ambiciones perversas, indolencia crónica, la búsqueda de una razón de existir. La obra data de 1993, dos años antes de la muerte de Lagarce, y es la muestra de su control de la escena y de los personajes. Lagarce fue actor, director y dramaturgo, lo que le dio una real experiencia del grupo teatral, y eso lo revive en la obra.

Lagarce alcanzó a escribir sobre su infortunio físico en la obra ‘Juste la fin du monde’ (Sólo el fin del mundo), su obra más famosa escrita en 1990, cuando el flagelo golpeaba sin remedio al medio teatral. Muere en 1995 con la cabeza llena de proyectos.

En cambio Copi, (Raúl Damonte Botana de origen argentino) sí escribió directamente sobre su enfermedad y próximo fin en Una visita inoportuna. Porque esa fue otra característica de los dramaturgos de la época enfermos de Sida: sabían pertinentemente que su fin era ineluctable. Poco a poco padecieron su decadencia física, terrible consecuencia de la caída de las defensas corporales. Pero en la obra Una visita inoportuna, él convierte su decadencia física en un tema teatral, un canto del cisne locuaz, decadente y brillante. Copi convierte a la enfermedad y a la muerte en una farsa alegre y grotesca, la pesadilla se convierte en una broma pesada, la genial broma de la vida. Copi muere en 1987 a los 48 años, tres días después del estreno de su obra.

De Koltès hablaré en otra entrega, pues es un caso aparte.

La epidemia de SIDA fue un terrible catalizador de la creación artística francesa. Mientras la epidemia sigue activa, especialmente en África, en Europa está más controlada gracias a los remedios encontrados en la urgencia y que redujeron la mortandad.

Y la creación no se detiene, a pesar de que le faltan voces, le sobran ambiciones, porque queda el fuego que no se apaga: la escena.

París, noviembre de 2025

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