José Afonso como catalizador
‘José Afonso, ao vivo nos Coliseus, 1983’ (José Afonso, en directo en los Coliseos, 1983) es un homenaje y una reactivación de Zeca Afonso y del poder popular, ante una era de individualismo y retrocesos democráticos en el mundo. El Salón Teatro (Compostela, 16/12/2025) vibró con esta obra del Teatro Experimental do Porto (TEP), dirigida por Gonçalo Amorim y coproducida, entre otras instituciones portuguesas, por el Centro Dramático Galego (CDG).
Un espectáculo muy sui géneris, diferente de cualquier concepción teatral convencional, fuera de lo común, ya que no es un musical, ni un espectáculo con escenas dramáticas que representen momentos históricos. No recurre a la pirotecnia teatral ni a abstracciones coreográficas. Tampoco es teatro documental. Su sello distintivo, podría decirse, es la libertad de recordar los últimos conciertos que José Afonso ofreció en los Coliseos de Lisboa y Porto en 1983, reflexionando sobre lo que sucede ahora, en estos tiempos de auge de la extrema derecha y el fascismo. Puede ser muy enriquecedor comparar aquellos momentos —cuando el pueblo se había alzado contra la dictadura y estaba inmerso en el proceso de conquista de los valores democráticos fundamentales— con el momento actual, en el que, a partir de un olvido deliberado, parece haber un retorno al totalitarismo y la pérdida de los derechos (humanos).
Esta libertad escénica se teje en un espectáculo que evoca, a través de canciones y música, una conciencia ética, social y política que anhela un pueblo feliz, emancipado de las cadenas y opresiones visibles e invisibles.
‘José Afonso, ao vivo nos Coliseus, 1983’ combina lo que el propio Zeca anunció en uno de esos conciertos: “Já vamos às musiquinhas, agora vamos falar um pouco” (Ya vamos a las musiquitas, ahora vamos a hablar un poco).
El elenco constituye una banda excepcional que evoca a José Afonso a través de una cantante, recordando su voz dulce y sus firmes convicciones, y otorgando así al mito una visión muy contemporánea, más allá de las restricciones de género. Es cierto que la voz tiene cuerpo y presencia, y también lo es que la presencia vocal de Zeca, al igual que su ideología, no discrimina ni hace diferencia según la concepción binaria de hombre/mujer.
No olvidemos que la libertad también es igualdad. Por lo tanto, creo que uno de los mayores aciertos del espectáculo es evocar el mito a través de una cantante-actriz vestida con ropa de los años 80 similar a la que José Afonso podría haber usado, y que, al mismo tiempo, no constituye una caracterización teatral que pretenda representarlo, ocultando la realidad de la actriz en escena. Yo diría que la ambigüedad genérica de la presencia, evocando a Zeca, ofrecía un valor añadido a través del contraste con la falta de ambigüedad en las convicciones políticas, dotando al conjunto de una complejidad directa que entra por los ojos y los oídos, y que hace que la ética y la estética sean una misma cosa.
La “playlist” fue amplia y maravillosa: Balada do Mondego, Natal dos Simples, Os Vampiros, Saudades de Coimbra (do Choupal até à Lapa), Dor na Planície, Balada do Outono, Avenida de Angola, Canção de Embalar, A Morte Saiu à Rua, No Comboio Descendente (letra de Fernando Pessoa), Um Homem Novo Veio da Mata, Milho Verde, Canção da Paciência, O Anel Que Tu Me Deste, Murinheira, Era Um Redondo Vocábulo, Papuça, Utopia, Venham Mais Cinco, O Que Faz Falta, y Grândola Vila Morena.
Entre los temas musicales y las canciones, con esa dimensión política no explícita ni populista, y con una deliciosa instrumentación de cuerdas, viento y percusión, nos ofrecieron una gama de reflexiones muy sugerentes. Unas versiones musicales que, gracias a esta deliciosa instrumentación, sitúan el concierto casi en una atmósfera onírica, entre la realidad y los sueños. ¿Soñamos que estamos en un concierto de Zeca Afonso o estamos realmente aquí y ahora en este espectáculo del TEP?
Las reflexiones, altamente sugerentes, provienen de diversos textos de Miguel Cardoso (“Después de un día como este”), Lígia Soares (“Aquí estamos otra vez”), Marta Figueiredo (“El día que llovió cerdos”), Susana Moreira Marques (“Música de mi tiempo”) y Rui Pina Coelho (“Una noche de asilo, Zeca”), con más o menos recursos retóricos, abordando temas muy urgentes relacionados con las utopías necesarias, la justicia social y el papel de las artes en sacudir conciencias y provocar revoluciones…
Reflexiones y preguntas planteadas desde el público, como si dieran voz al pueblo silenciado. Sigo pensando en la inquietud que me causaron las palabras de Lígia Soares, interpretadas por la gallega Inés Salvado Gontad, respecto a la aparente libertad de individuos aislados que creen que pueden hacer lo que quieran porque todo está fácilmente disponible en internet, pero sin la fuerza de la comunidad. Una reflexión que, entre algunas de sus conclusiones, afirma que ya no hay pueblo.
Sonrío y me rebelo ante la metáfora de Marta Figueiredo de los cerdos enfrentándose a la gente común, como militares y otros elementos, lo que abre el espectáculo a una especie de clímax estético-fantástico, cuando animales antropomórficos comienzan a aparecer entre el público: un perro, algunos pájaros, un zorro y, finalmente, un topo, que pedirá asilo a Zeca, según el texto de Rui Pina Coelho. Este es el espacio para momentos oníricos, vinculados al arte y con un considerable poder simbólico.
También es necesario mencionar el papel del vídeo, no solo por los fragmentos de la grabación de aquellos conciertos de Zeca en 1983, que atestiguan que esto es más que un simple espectáculo. Además, el montaje y la filmación en directo del público en esta función en el Salón Teatro del CDG, mezclando a la comunidad de entonces con la actual, enfatiza que no estamos simplemente viendo un espectáculo. Estamos participando en un evento especial para despertar nuestras conciencias con alegría y placer, y sentir que aún podemos ser pueblo.
Fue especialmente significativa la analogía entre las imágenes proyectadas, en la gran pantalla circular roja que presidía el escenario, de las actrices y actores, situados entre el público, presentando esas reflexiones, y las imágenes captadas por Inés Salvado de los rostros de otros espectadores anónimos presentes, mientras escuchábamos la voz en off, asociando lo que oíamos con los pensamientos del rostro enfocado por la cámara. Así, gracias a esta simpática atribución, se culminaba la idea de que el pueblo es el protagonista, el pueblo es quien decide en última instancia (“o povo é quem mais ordena”, tal cual se canta en un verso de “Grândola, Vila Morena”, himno de la Revolución de los Claveles), y que José Afonso podría haber sido simplemente el catalizador y el camino. Además, la cantante-actriz que lo evocó lo hizo sin ningún síntoma de egolatría o narcisismo, algo bastante inusual en artistas escénicos y en individuos en general.
Para reforzar la sensación de que estábamos viviendo un evento especial y no solo una función teatral, al principio, Emilio Pérez Touriño (expresidente de la Xunta de Galicia) y Maite Angulo, viuda de Benedicto, junto con Fran Núñez (director del CDG) y Gonçalo Amorim, recordaron el concierto que Zeca dio en 1972 en el Burgo das Nacións de Compostela, organizado por ellos, y donde se dice que se estrenó “Grândola, Vila Morena”. Y, al final, con imágenes de los conciertos de despedida de Zeca en los Coliseos de Lisboa y Porto, terminamos mezclándonos con el público de 1983, cantando “Grândola, Vila Morena” y “¡25 de abril siempre!”.
P.S. – Otros artículos relacionados:
“La revolución, el pueblo y las grandes conmemoraciones”. Publicado el 7 de octubre de 2024.
“‘Estética, Resistencia y Melancolía’. Pensar en juego”. Publicado el 24 de abril de 2022.
“Dos visiones sobre la juventud. Raimund Hoghe. Gonçalo Amorim y Rui Pina Coelho”. Publicado el 15 de abril de 2018.

