A la escuela
Imaginemos a un o una adolescente que quiere ser actor. Lo vemos dudar, preguntarse adónde ir, qué camino tomar, qué hacer. Tal vez en su liceo conoció los placeres de la escena, tal vez le dijeron que tenía “talento”, ella se siente guapa, él, atractivo, ambos quieren encontrar su camino.
Nuestro personaje está incierto ante las posibilidades que se le ofrecen: unirse a un grupo, ir a una escuela, emprender la “gira del cómico de la legua” como le ocurrió a Molière, (que se puso un pseudónimo para no manchar el nombre de la familia Poquelin). Porque ese será otro obstáculo, ‘te vas a morir de hambre’, ‘quieres ser un malviviente’ ‘¡vaga!’ le gritarán en familia para estimularlo. Actriz o actor, no siempre fue bien visto, y sigue siendo una profesión difícil.
‘Lo que natura no da, Salamanca no presta’ dice con razón el adagio.
Las escuelas de teatro siempre han sido vistas con recelo: que si formatean a los alumnos, que si cortan su inspiración salvaje, que si el talento no se enseña, la gracia se trae de nacimiento, el duende es escurridizo. Razones que pueden ser corroboradas en algunos casos, lo que no oculta que la actuación es un oficio que se aprende. Se aprende el movimiento, la dicción, impostar la voz, la música y el canto, la técnica de memorización, la esgrima, y todo lo que convenga para un trabajo logrado en escena. Ya lo aseveré en el pasado Foro Fugaz, el actor es el dueño de la escena, y por eso debe prepararse.
Imaginemos que nuestro personaje está en Francia y busca una escuela de teatro. Hablaré de las principales en Francia. Sobresale el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, escuela centenaria que ha formado miles de actores desde 1784, año en que fue fundada. Pero hay muchas opciones, públicas y privadas, porque el Conservatorio es muy selectivo, de 1500 solicitudes más o menos cada año, sólo aceptan 25, aunque no todos los aceptados quieren ser actores, también hay otros oficios de la escena como director-dramaturgo, etc. Y las pruebas de selección del Conservatorio son extremadamente exigentes, tres rondas selectivas. Por ejemplo la gran actriz María Cazares fue rechazada la primera vez que se presentó al concurso por su acento; la segunda vez fue admitida y tuvo la carrera que todos conocemos. Ir a la escuela sirve para afinar el talento, no hay duda. Aún los actores más disparatados por su inmenso talento han pasado por una formación exhaustiva, sea en las aulas o en las tablas. Molière es el ejemplo ideal. En su tiempo no había escuelas y los actores se formaban en el escenario. Y Molière quería ser un trágico, hasta que se dio cuenta que cuando entraba a la escena hacía reír: así entendió que su camino era la comedia.
Otra escuela importante es la de Estrasburgo que ha formado a actores bien calificados. El secreto de esta escuela es su relación con el Teatro Nacional de Estrasburgo lo que le da al alumno una inmersión al mundo profesional durante su formación. Además la escuela propone una actividad pluridisciplinaria lo que amplia las perspectivas de los alumnos. En fin, una escuela no da el talento, lo afina y lo intensifica.
Tal vez alguno piense que ahora la actuación no importa, lo que importa es la ‘personalidad’. Lo vemos en las redes sociales, en los ‘one man show’, en las secuencias televisivas, en los influecers. Importa el ‘look’, el exterior, las ideas del momento, y tal vez pocos sueñen con la escena, o quieran llegar a la pantalla por el camino más rápido. Se puede, pero eso no dará un actor completo, alguien que se sublime con una personalidad escénica. Finalmente será una traición al oficio teatral de larga, muy larga tradición.
La escuela es un puerto, la navegación corre por cuenta de los aspirantes.
París, marzo de 2025