Y no es coña

A veces

Puedo escribir con una triste alegría sobre mi estancia relámpago en el FITA de Beja. Reconforta encontrarse con viejos amigos y camaradas, recorrer esas calles empedradas de esta ciudad alentejana, volver al hotel que en 2020 fue mi residencia y único habitante, comer el arroz y los boliños de Mafalda, ver espectáculos pequeños, medianos, de formato más grande, escuchar hablar en portugués peninsular y el que tiene acento brasileño, todos los matices de lo hispano, colombiano, argentino, hondureño, chileno, portuñol. Ver como crecen los hijos de los amigos y son capaces de tomar el relevo de manera espectacular para poder celebrar esta edición, pero a la vez solidarizarse por las situaciones perentorias, por las dificultades compartidas, esa precariedad que cercena las iniciativas, porque se mantienen los eventos gracias a una obcecación, a una suerte de imposibilidad de parar, cortar, reiniciarse o simplemente decir adiós, hasta la próxima, por vergüenza o condena auto infligida .

Empieza a ser algo demasiado habitual encontrarse con personas que siguen al frente de proyectos de compañías, empresa, festivales u otros tipo de eventos que por unas circunstancias u otras están ahogados o son ya imposibles o no necesarios que intentan sobrevivir, mantener el mismo espíritu y lo que sucede es que esas personas muestran en su rostro el agotamiento, la corrosión que han sufrido sus sistemas de funcionamiento vitales y mentales, su multiplicación de funciones para seguir atendiendo a invitados y compañías y sabes que se está haciendo desde el funambulismo económico, sin saber si se recibirá alguna ayuda. Es algo que uno comprende porque, de alguna manera, es mi situación actual, por eso solamente puedo que abrazarlos, mostrar mi capacidad de empatía, no darles ningún consejo, sino acompañarlos en sus decisiones, sean las que sean. Declaro solemnemente que es mucho más importante una amistad que un cliente o un socio.

No sé si quiero hablar de los espectáculos que vi, porque existían muchas diferencias de formato y de calidades, me importa mucho más significar que los públicos, por las razones que sean, se han vuelto más esquivos, que acuden a lo seguro, que se ha perdido el espíritu de la aventura, del descubrimiento. Esto lo noto en general, tanto en Madrid, como en Beja o en Puertollano. Estamos atravesando un momento valle en la creación en artes escénicas. Sobrevivir, resistir, son los verbos que más se declinan. Y en este ambiente se desaceleran las aventuras estéticas, se recurre a propuestas sostenibles en cuanto a lo económico que, en algunas ocasiones, repercute en lo que se ofrece. Esta reflexión incluye también a lo institucional, aquello que no sufre económicamente, pero que se contagia del ambiente político en el que se respira con dificultad.

Empiezo a polemizar conmigo mismo, hace unos años estaba seguro de que la pandemia condicionó mucho la producción, la exhibición y el conjunto del sistema, pero ¿estamos todavía sufriendo efectos de aquella situación o simplemente cuando no sabemos detectar lo que sucede recurrimos a esa excusa o plataforma de sosiego para no profundizar en los motivos de índole política en los que se mueve esta aparente crisis?

Por eso a veces cuando un amigo, una amiga, un conocido, una saludada te indica que está pensando en dejar su actividad, que está buscando una salida personal posible a su situación económica, fuera de lo que ha sido su profesión y vocación, cuando la desilusión parece algo físico, recuerdo siempre que es cierto que, en el teatro, insisto, en el teatro las personas, en todos los rubros, que siguen pasada la cuarentena son cada vez menos. Los que hemos llegado a superar con creces los setenta somos muestras de un pasado trufado de multiplicidad de actividades, por eso celebramos cada estreno, cada solo de lucidez escénica, cada proyecto juvenil o cada lección de maestría de los viejos creadores que nos han acompañado en este largo viaje que empezamos desde la nada y con mucho esfuerzo hemos llegado a la más absoluta miseria, parafraseando a Marx, Groucho, naturalmente.

Sabemos, o deseamos, o intuimos, que esto del teatro nunca morirá, de lo que tenemos muchas dudas es de cómo será en las próximas décadas si sigue produciéndose este deterioro de materiales fundamentales.

A todos y todas que ahora mismo están entrenando, dando talleres, tomando clases, ensayando, llamando a teatros y salas ofreciendo su cartera de espectáculos, a quienes están escribiendo una obra, a las personas que están diseñando una iluminación, un vestuario, una escenografía, a quienes están rellenando diabólicas plantillas para acceder a convocatorias de ayudas, actuaciones, becas o declaraciones, a quienes desde su poder transitorio al frente de instituciones deben decidir sobre estas ayudas o simplemente sobre la programación de sus próximas semanas o meses, un abrazo. Todas estas personas las considero de los míos. Pese a tener distancias ideológicas abisales con algunas.


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