Y no es coña

Advertencia de uso

Insistimos en repasar de manera somera nuestro devenir visitando teatros, viendo espectáculos, conjuntando las emociones básicas, los recuerdos analíticos y los relinchos de vicios atávicos que precipitan siempre la opinión impulsiva. Cierto es que, ante una cartelera con cientos de ofertas, la elección ya supone una toma de postura, no es un acto casual, sino, aunque se tome de manera ligera lleva una gran carga significativa. Y esto que digo en primera persona profesional, los públicos ejercen esa potestad de manera constante, lo que nos lleva a reflexiones mayores sobre los primeros que eligen que son los que desde una idea previa logran hacer una obra que se estrena siguiendo todos los procesos.

La pregunta retórica es si los públicos eligen, en que medida o no cuentan demasiado en las programaciones que ya se han presentado en la inmensa mayoría de los teatros principales para la temporada próxima. En los teatros de titularidad pública, en general, los públicos cuentan como estadística, pero ni tienen manera de influir directamente porque normalmente no hay cauces apropiados para ello ni cuentan en los resultados económicos finales ya que estamos hablando de un circuito cerrado en donde ni el que programa ni el que actúa corre ningún riesgo. Existen unos presupuestos que se usan para mantener el edificio, los servicios y para pagar los cachets a las compañías programadas, por lo tanto, todos van asegurados y sin riesgos porque existe un teatro de mercado que es muy fácil de identificar.

Ese teatro, cuando se presenta en teatros privados de las grandes capitales, requiere de audiencias suficiente para cubrir sus gastos, pero existe una tendencia de producción que consiste en arriesgar en las capitales, para luego en las giras recuperar si han existido pérdidas. Y este sistema, muy de mercado, ustedes ya me entienden, condiciona a todas luces las ofertas artísticas, puesto que colocan de manera insistente un prototipo de espectáculos con cabeceras de cartel, una o dos, más dos o tres actores y/o actrices, como mucho y con textos y montajes que procuren obras que agraden y que no molesten nada, a nadie, ni en lo ideológico, ni en lo formal.

Por lo tanto, desde mi obcecación, busco y rebusco aquellos montajes privados, públicos o mixtos que se salen de la norma y que en el caso del que voy a relatar se trata de unos perfectos desconocidos para el gran público, pero que en su estancia en Madrid en la programación de Nave10 del Matadero, llenó casi todas las funciones. Y ese lleno, a mi entender, visualiza algo que todos sospechamos, pero que no podemos confirmar, existen unos públicos que quieren disfrutar de lo diferente, sin necesidad de autores consagrados ni actores o actrices televisivos, con una condición, que sea bueno. Y va la tontería del día, ¿qué es teatro bueno?

La obra a la que me refiero es la de dos actores, dramaturgos y directores catalanes jóvenes, Nao Albet y Marcel Borrás que nos ofrecen un acto teatral donde se siente la calidad de todos los elementos básicos y fundamentales de una obra, intención, disposición espacial, tono interpretativo, una dramaturgia delirante pero perfectamente estructurada, una puesta en escena dinámica, sorprendente y todo ello basado en una supuesta ruptura de esa pareja tan exitosa. No tiene título o tiene un título misterioso por simple, “De Nao Albet y Marcel Borrás” y tiene la facultad majestuosa de irte metiendo en esa disruptiva situación de la manera más sencilla posible, con tantas referencias a la situación teatral del momento, que bien pudiera entenderse como una suerte de reglamento, o una advertencia para el uso adecuado del encuentro entre espectadores y actuantes.

Pienso que la inteligencia teatral de estos dos creadores se utiliza en esta ocasión para acabar de una vez con todas con la milonga del teatro de autoficción. Ellos lo desmontan a base de usar todas sus trampas y sobre ellas ir construyendo una historia que supera los tiempos presentes y nos lleva hasta 2071. Es decir, todo es verdad escénica, hay datos biográficos leves y hay dosis inconmensurables de Gran Teatro. Acaban saliendo sus supuestos padres, sus supuestos alumnos, y nos deparan un tiempo glorioso de disfrute, queriendo que no se acabe esta fiesta de la interacción inteligente, de lo que es, buen teatro. Sin más.

Por cierto, se estrenó en el Teatre Nacional de Catalunya, que es coproductor de esta obra, junto a Temporada Alta y los propios autores. Un detalle para tener en cuenta, porque todo es posible.


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