Mirada de Zebra

Arturo Ui, hoy

Es bien conocida la parábola que Bertolt Brecht trazó cuando escribió «La resistible ascensión de Arturo Ui» en 1941. Con las maletas preparadas para exiliarse a Estados unidos, Brecht había creado una historia de gánsteres que transcurría en Chicago, pero bajo la aparente huida, Brecht mantenía su pensamiento bien arraigado en Alemania. Como bien clarificaba en el «cuadro cronológico» que daba cierre a la obra, cada escena tenía un claro equivalente en la historia alemana reciente y pretendía, sin apenas disimulo, radiografiar el ascenso de Hitler al poder, plagado como estaba éste de corrupción, violencia, y compra de voluntades.

A través de cada acontecimiento, de cada escalón que el gánster Ui sube hasta hacerse con la ciudad de Chicago, vislumbramos la maquiavélica estrategia urdida por Hitler y el caldo de cultivo político y social que permitió que ésta culminara. La Gran Depresión de 1929 y su efecto colateral tremendo en la economía alemana, el cebo tendido al presidente del Reich, Hindenburg, para que intercediese a favor del partido nazi, el amedrentamiento al que estaba sometido el pueblo alemán, el sospechoso incendio del Reichstag con el que se puso en el punto de mira al movimiento comunista, el asesinato de Ernst Röhm a cargo de su camarada Hitler y la posterior invasión de los países de Europa por parte de los nazis; todos estos sucesos se traslucen en la historia de Ui como la sangre detrás de las venas.

La analogía entre la mafia de Chicago y el movimiento nazi no se queda en un bosquejo general de ciertos acontecimientos históricos. La mayoría de los personajes de la obra de Ui tienen su equivalente nítido en la Alemania Nazi: Arturo Ui y Hitler, Dogsborough y Hindenburg, Ernesto Roma y Ernst Röhm, Giri y Göring, Givola y Goebbels, o Dullfeet y Dollffus. Cada acción de los personajes dramáticos encuentra su acción paralela en los personajes históricos. De esta forma, el poder seductor que tiene la parábola, preñada como está de sugerencias y ambigüedades, es transformado por Brecht en un arma precisa para cercar un tiempo y lugar histórico. Las dos realidades, la de los gánsteres y los nazis, que «La resistible ascensión de Arturo Ui» ensambla en una metáfora no pueden estar más cerca la una de la de la otra. Gracias a esta dramaturgia de doble filo, de filos inseparables como dos caras de una moneda, Brecht denunciaba al nazismo y Hitler ya en 1941, cuando aún no se conocían las atrocidades que se iban a cometer en los campos de concentración. El Brecht que escribió «La resistible ascensión de Arturo Ui» fue un visionario del arte como lo fue de la historia.

Uno podría pensar que con estos antecedentes, leer la obra de Brecht hoy día es asomarse a una época ya pasada, pero se equivocaría. Si desanudamos los lazos que unen el relato de Artuto Ui con la Alemania de su época, no resulta difícil atar cabos con la actualidad europea. La historia se repite y nos devuelve su eructo. El marco político y social que esboza Brecht y que permite a una banda de criminales gobernar a una ciudad entera guarda paralelismos inequívocos con lo que nos sucede ahora. Una crisis económica que afecta fundamentalmente de la clase media hacia abajo, una población intimidada que sufre la inexplicable paradoja de sentir más miedo a perder lo que tiene cuanto menos tiene, la democracia como una llave tan fácil de manipular como poderosa, la complicidad de una justicia siempre en la retaguardia, solamente capaz de pisar sobre las huellas que los altos cargos dejan en el camino, y un sistema de leyes incapaz de poner coto a toda esa avaricia y maldad humana que al mínimo temblor se derrama.

A pesar del paso del tiempo, el relato que Brecht escribiera hace más de setenta años permite radiografiar las estructuras del poder actuales. El diagnóstico sigue siendo certero: el conflicto no reside en una diatriba política contra personas que piensan diferente o que proponen un nuevo modelo de convivencia, sino en hacer frente a personas de alma mafiosa que utilizan la política para colmar sus intereses personales. En otras palabras, lo que libramos no es una disputa ideológica, sino una lucha contra criminales que utilizan la ideología como fachada para encubrir sus actos delictivos. Que la retórica no nuble la diana a la que hay que apuntar: no son los discursos ni los programas políticos lo que más deberíamos temer, sino el alcance inimaginable de la maldad humana.

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