Y no es coña

Atención a la desamortización

Seguimos sin saber qué hacer con los cientos de edificios en los que se pueden realizar actuaciones de Artes Escénicas y que crecieron de manera descontrolada en los tiempos no tan lejanos de una burbuja inmobiliaria donde corría el dinero de manera alegre y en cada centímetros de cemento había un reguero de polvo que se puede considerar corrupción o, en el mejor de los casos, desvarío megalómano. Está claro que es mejor tener esos edificios que no tenerlos y que hay que agradecer a la coyuntura de que el audiovisual se ve en los rectángulos privados y no en salas porque de lo contrario la inmensa mayoría de esas dotaciones estarían ocupadas en un porcentaje elevado de días por proyecciones cinematográficas comerciales.

En los tiempos en los que se suceden los cambios de los consistorios se notan ciertos desajustes, pero en esta ocasión ha habido un desalojo bastante ostentoso y los que han llegado lo hacen en el campo de la cultura en general, pero específicamente en el de la que se hace en vivo, sin planes, ni conceptos, ni ideas, solamente se alimentan por la doctrina del no, de la sospecha, del considerar todo lo anterior como fruto de confabulaciones. Todo lo que no sean toros y auto sacramentales, zarzuelas y cuentachistes groseros, está fuera de su imaginario cultural. Perdonen esta reducción argumental, pero es la contaminación del que mira lo que se propone, lo que se cancela, lo que se “consiente”.

Parece que se ha iniciado una desamortización imperfecta, que al no saber qué hacer, al no tener nada que les obligue por ley o reglamento, esos edificios están en estos momentos desamparados, sus contenidos serán más caprichosos y desordenados que nunca, volverán a ser los propios políticos electos quienes intervengan de manera bastante directa en sus programaciones por encima de los profesionales técnicos y aparecerán pléyades de sobrinos artistas que tocan la flauta por doquier. Involución que va a ser difícil parar porque tiene algo fundamental en sus manos: los presupuestos. Y la cultura democrática cuesta dinero, no es un acto meramente mercantil.

Por lo tanto, en unos meses las productoras del oligopolio, las compañías y grupos que mantienen una profesionalidad difícil en comunidades autónomas y todo aquél que quiera sobrevivir en los próximos años deberá atender a estas circunstancias que se van dibujando para acomodarse no a su idea creativa y productiva, sino a ese mercado intervenido que exigirá más clásico, más de risas, más asuntos banales y menos compromiso político que no sea el auténtico, el de verdad, el inspirado por los dioses, que es el que es netamente conservador y para nada cuestionador del actual sistema político.

Me temo que es difícil encontrar un lugar donde se apueste por lo contrario y que sirva de equilibrio, porque todo se basa en una distribución absolutamente controlada, porque los circuitos tienen una misión poco clarificada de sus funciones reales y las salas alternativas absorben un número limitado de obras y experiencias. Los festivales, ferias y eventos más globales sufrirán la misma presión de lo que se llama autocensura, miedo, ser más papistas que el papa y pongan la parte del refranero que mejor les cuadre.

Algunas personas dirán que eso es lo que sucede en estos momentos. Quizás no les falte razón, pero lo que se intuye es que se va a poner la cosa más dura, sin menos fisuras para programaciones más abiertas, más experimentales, más renovadoras en sus formas. Eso tendrá otra consecuencia: los públicos jóvenes seguirán distanciándose de esta idea anticuada de las artes escénicas. Y con esta acumulación de coartadas, en unos años seguiremos exactamente igual. Pero haremos manifiestos, tendremos estatuto del artista y unos pocos, muy pocos, pagarán sin problemas su hipoteca. ¿Y el resto qué?

Por cierto, ¿lo de que no haya un teatro sin compañía y ninguna compañía sin tetaro para cuándo lo dejamos? Es muy urgente. Y no te rías.

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