Y no es coña

Atención a los gestos

Atravesando el puente de la constitución española que se une a la festividad católica por excelencia, la Purísima Concepción, tenemos la oportunidad de medir la tensión de los escenarios, pero sobe todo, de las salas, de las plateas. Tengo la obligación sanitaria de recordar a todos los que quieran escuchar un reflejo de otros tiempos que era ley: a partir del 8 de diciembre y hasta las fiestas navideñas, la población en general está entretenida en cumplir con los ritos y las consignas consumistas que, por cuestiones obvias, dejan las actividades en vivo y directo reservadas hasta momentos más propicios. Así era, así fue, así parece ser y así pude ser si nadie lo remedia.

En Mercartes, ese necesario encuentro profesional de todos los gremios concurrentes en la actividad productiva, exhibidora y mercantil de las artes escénicas, celebrado la semana pasada en Valladolid, se presentó un informe sobre la actividad teatral en los últimos meses, donde se señalaba unas pérdidas en cantidades monetarias que asombraban por su entidad mayúscula. Los que tenemos la misión (y el privilegio) de acudir cada día por lo menos a ver una obra de teatro en diferentes lugares de este planeta tan interesante que estoy visitando llamado Tierra, tenemos una percepción bastante sesgada de estas circunstancias. Si la mayoría de las veces se va en Madrid a algún estreno o a esas obras que destacan, la sensación que se puede sacar es de que todo está ya ordenando, que existe una ocupación bastante importante y que solamente toca hablar de los contenidos, es decir, de aquello que se ofrece a la ciudadanía para que acuda a convertirse en espectadora de teatro o danza o mixto. Y de eso siempre cuesta hablar porque es material evanescente, subjetivo, exento de valor añadido.

Hay que empezar a plantearse la situación como alarmante. Llegan malas noticias de una nueva variante de la COVID-19, lo que estrecha todavía más las miradas optimistas, ya que una cosa muy oportuna es alegrarse de tener los aforos de nuestros teatros al cien por cien de su explotación y otra es que todavía en el grueso del imaginario de nuestras conciudadanas no se hay establecido de manera inexcusable esa jerarquía de normalidad. Contar con esta realidad nos ayudará a amoldarnos mejor a la situación con todas sus consecuencias. Sobre todo, en sociedades donde la cultura se disfruta a partir del copago, cuando no desde el libre mercado. Lo que significa que existe un claro y evidente filtro de disposición de dinero para acceder a ella. 

Siguiendo con mi mal ejemplo, yo acudo a teatros programados en ferias, muestras y festivales, para ver espectáculos de todos los niveles, generalmente por encima de la media en cuanto a su interés intrínseco cultural, estético o político, y excepto en puntos puntuales y muy significativos dentro del mundo global de las Artes Escénicas y sus “estrellas”, no contemplo grandes aglomeraciones, puedo ver entradas suficientes, pero con muchos de los invitados al mismo ocupando una gran parte del aforo, lo que debe servirnos para ir ajustando todavía mejor nuestras programaciones y nuestras estrategias de comunicación por si acaso están obsoletas o son insuficientes o llegamos a una conclusión más tajante: este teatro que ofrecemos tiene, a fecha de hoy, un límite claro de espectadores. Y la frase anterior no es ni una denuncia, ni una renuncia, sino una manera de plantearse la gestión cultural.

Por todo ello vamos a estar muy pendientes con los gestos que veamos en lo macro y en lo micro por parte de quienes manejan presupuestos, boletines oficiales, que tienen posibilidades de buscar otras vías que nos ayuden a superar, por lo menos, etapas que parecen acabadas en sí mismas. Seguir con la rutina actual no parece una opción relevante. Será lo más cómodo, lo que a nadie soliviante, pero se necesita incentivar la cultura desde otra perspectiva, no como una obligación estructural o reglamentaria que, desgraciadamente, en el caso del teatro no existe, sino por una idea envolvente de diseñar un futuro colectivo donde la felicidad no se logre solamente poseyendo objetos, inmuebles sino por saber disfrutar de la misma manera de unos huevos fritos con puntillas que de una magnífica obra de arpa de Esmeralda Cervantes, saber discernir con los mismos criterios sobre el valor de una comedia punki que de un ballet clásico. Darle el mismo valor placentero a la lectura de un libro de poemas que a la mejor serie del momento. Ese mundo que es muy posible podría ser un objetivo. O al menos es mi deseo para todos ustedes en estas próximas fiestas y todos los años venideros. Eso sí, debemos empezar a tomar postura para empujar el carro desde ya.

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