Incendiaria en combustión

Ausencia y extinción

Peter Handke en su «Publikumsbeschimpfung» anuncia a sus espectadores: «Hoy no podrán satisfacer su sed de ver (…). La luz que nos ilumina no tiene ningún significado especial. Ni siquiera la ropa que llevamos tiene un significado especial. Nuestros gestos no tienen ninguna función que les pueda aclarar nada». Y así iguala al público con los actores, los coloca en el centro de la acción y los embarca en su particular espectáculo de palabras.

Podría imaginar un auditorio lleno de personas. Un conjunto de personas que se reúnen para mirarse a un mismo espejo colectivo, para descubrir algo del tiempo en que les toca vivir, para adentrarse en su vida alejándose de ella y visitando otras vidas tan ficticias como ajenas. Después de todo, la autora o el autor dramático muestran lo que han visto. Y así lo escribe Brecht en su «Canción del autor dramático»: «Soy un autor dramático. Muestro lo que he visto. En los mercados de hombres he visto cómo se comercia con el hombre. Esto muestro, yo, el autor dramático»

Podría imaginar a una mujer que toma el centro de un escenario y lo atraviesa de fondo a boca para acabar por sentarse entre el público. Bajo la mirada del auditorio expectante, la mujer avanza hacia una butaca vacía y se sienta. La mujer dirige su mirada al centro del escenario desde donde inició su bajada. Y ya no pasa nada. Ausencia…

Podría imaginar a toda esa sala, mirando al centro del escenario, esperando que alguien atraviese el espacio vacío o que al menos, esperando a que algo pase. A los cinco minutos, un hombre entra de derecha a izquierda. Toma el centro del proscenio y lo abandona inmediatamente por una butaca entre el resto de espectadores. Se sienta y dirige su mirada hacia el centro del escenario. Y ya no pasa nada. Ausencia.

Diez minutos más tarde, tres mujeres y dos hombres entran a diferentes velocidades y se apoderan momentáneamente del centro del escenario. Se detienen para buscar una butaca entre el público. Cada uno encuentra un sitio vacío. Se dirigen hacia él y se sientan en silencio entre el público. Como el resto de los presentes, esperan a que algo pase con la mirada clavada en el centro del escenario. Y en los veinte minutos siguientes ya no pasa nada más. Únicamente ausencia hasta que un grupo de diez personas de diferentes edades llenan desordenadamente el escenario para abandonarlo y acomodarse cada uno en uno de los asientos que aún hay libres. Y ya no pasa nada más.

Y no pasa nada más hasta que el público abraza la desesperanza e inicia su éxodo hacia un exterior en el que sigue la tormenta. No pasa nada más hasta que el público abre fuego cruzado con insultos hacia esa dramaturgia que no ha escrito palabras pero que sí habla de estos tiempos que miran impasibles la extinción y la ausencia.

Y no pasa nada más hasta que pase algo más para que todo siga igual en estos tiempos capaces de soportar la ofensa del insulto continuo en forma de mentira deliberada, en estos tiempos de excusa improvisada para evadir la propia responsabilidad, en estos tiempos de recurrir a la imposibilidad para disculpar la propia incapacidad, en estos tiempos de culpar las decisiones del pasado para justificar un presente en caída vertical.

Pero en estos tiempos, el lamento no sirve para seguir caminando. De modo que toca demandar unión, buscar la creatividad en la gestión y apostar por una ilusión que alimente pero no mate de inanición.

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