Escritorios y escenarios

Catástrofe

Las instituciones educativas en Colombia están en un momento catastrófico. Los programas de pregrado, y, en particular, los programas de artes escénicas tienen que enfrentarse a una triste realidad: no se están presentando estudiantes, incluso aunque los programas ofrezcan, como en el caso de algunas universidades públicas, una serie de facilidades económicas que permiten al estudiante costearse el proceso de formación sin que el pago de la matrícula sea exorbitante.

En una universidad pública, como en la que yo trabajo, hace unos cuantos años se presentaban sesenta o setenta candidatos. Tan solo treinta o treinta y cinco tenían la oportunidad de comenzar el primer semestre. Hace unas semanas, a duras penas, el conteo sobre las admisiones de nuevos candidatos estaba en quince. Así, a los problemas estructurales que tiene el sistema educativo, ahora hay que agregarle la falta de confianza y de interés, que genera la idea de recibir una formación artística impartida por una institución universitaria.

Las nuevas generaciones no encuentran sentido en el hecho de pasar cuatro o cinco años estudiando para después salir a la vida laboral y encontrarse desempleados. Saben, sospechan, que van a tener que dedicarse a otra cosa. Y, por otro lado, si usted tiene vocación para actuar, dirigir o escribir teatro, dicen ellos, va a hacerlo a toda costa, a pesar de tener un título universitario o sin él.

Esta es otra evidencia de que el mundo está cambiando.

Y para agregarle más cerezas al pastel, estos días que he estado revisando los archivos del Teatro Libre en Bogotá, no he hecho sino encontrar artículos en los que se menciona como los estudiantes universitarios de los años setenta estaban haciendo un teatro comprometido con las luchas sociales del país, y como trabajaban arduamente en sus creaciones escénicas, a pesar de estar cursando diversas carreras y, obviamente, terminarlas.

Otro factor a tener en cuenta es que debido a que muchos de los estudiantes actuales se forman, paralelamente, en procesos artísticos empíricos, cuando comparan su experiencia con las experiencias proporcionada por la academia, concluyen que la academia los obstaculiza, los coarta y hasta los explota. Yo he tenido conversaciones alarmantes en los que los estudiantes mencionan que la universidad les estorba.

No estoy de acuerdo con esta percepción, pero no dejo de preguntarme por qué hacen esa lectura. Como si la academia se hubiera convertido en un requisito y no en un derecho. Como si los estudiantes no fueran parte de la academia.

28 de mayo del 2023

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