Críticas de espectáculos

CIRCO RALUY

Con el sabor de siempre
Circo Raluy
Gorliz- 10-08-01
El Circo Raluy es una de esas joyas de la cultura del espectáculo que están al alcance de todos. Lleva varias semanas actuando por diferentes localidades vascas y su simple presencia debe considerarse ya como un acto cultural imprescindible. Este circo empieza a ser diferente por sus propias estructuras de transporte. Los carromatos donde viven y viajan los artistas están historiados, son un auténtico, real y magnífico Museo del Circo. En esas maderas hay una historia del Circo. Entrar en su mundo es entrar en otra relación espacio-tiempo. Podríamos estar hablando de melancolía, de romanticismo, pero se trata de una profunda actitud conservacionista. No se huye de las novedades y así se comprueba en su programa de actuaciones, pero se intenta que todo transcurra dentro de un ordenamiento que haga sentir que existe un circo que es el tradicional, pero que es el único capaz de asentar las bases fundamentales de los nuevos circos. La transición han sido los espectáculo de consumo, los circos más similares a parques temáticos y consumo rápido, que a lo que fue, es y debe ser el circo, ese lugar para las emociones, para la admiración, para el humor y para la sensibilidad.
Todo el entorno, como la propia carpa, como su disposición, están realizados a la antigua usanza, pero con los medios técnicos de hoy. Y lo que importa de un circo son sus números, sus artistas y aquí tenemos unos payasos con una presencia muy funcional para hilvanar los números, dos números físico-plásticos, de gran calidad, la familia china con diversos números de gran espectacularidad, un ejercicio único, como es el que hace el pequeño de los Raluy, llevando en una pértiga de cinco metros colocada en su frente a una acróbata y subiendo con ello por un mástil de otros tantos metros, realmente impresionante. Los animales son gatos, o dos simpática focas y dos pingüinos enanos, más otros números de cuchillos o de equilibrio con grandes bolas.
Un programa clásico, quizás algo corto, donde en momentos nos sitúa en una nostálgica sensación de fin de etapa, pero que va ganando paso la complicidad activa el presenciar los riesgos, el comprobar como se trata de algo eterno, donde hay mucho esfuerzo, mucho trabajo, mucha escuela circense cotidiana, que despiertan otras emociones y sensibilidades, pero siempre dentro de un circo imperecedero. Toda su estética nos lo evoca, y a todos satisface una vez entrado en su propuesta de sencillez no exenta del orgullo de pertenecer a la historia del Circo mundial con letras de oro por su persistencia y por la calidad de sus programas.
Carlos GIL

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