Rebel delirium

Ciudades Paralelas

Ciudades Paralelas es un proyecto comisariado por Lola Arias y Stefan Kaegi que se estrenó el 2010 en Berlín. Luego pasó por Buenos Aires (en dos ocasiones), Varsovia y Zúrich. Este año también se ha podido ver en Utrecht, Singapore y Cork, donde pudimos estar la semana pasada. El proyecto consiste en recrear una serie de acciones teatrales en distintos espacios funcionales de una ciudad: un hotel, una casa, una biblioteca, una fábrica, un centro comercial, un palacio de justicia, una terraza, una estación de trenes. Los actores no lo son. Son las personas que viven y/o trabajan en estos lugares y son ellos mismos quienes nos muestran el espacio y relatan su propia historia. Cada una de las acciones está dirigida por un director, así Gerardo Naumann se encarga de Fábrica, Stefan Kaegi de Terraza, etc. Los espectadores entran en cada lugar en grupos reducidos. En el caso de Hotel, que dirige Lola Arias, el espectador hace el recorrido en solitario. En todos los casos, de lo que se trata es de vivir una experiencia. El espectador va siguiendo las órdenes recibidas desde unos auriculares, a través de lo que lee y de lo que escucha en boca los protagonistas. En cada espacio se propone presentar, y no representar, la realidad. El dramaturgo Davide Carnevali vivió la experiencia de este proyecto en Berlín y lo explica de forma muy completa y ordenada en un artículo publicado en el número 33 de la revista «Pausa», que se puede descargar fácilmente desde la página web de la Sala Beckett. Muy recomendable.

En Terraza, un ciego nos conduce hasta el tejado de un edificio (en este caso, el del ayuntamiento de Cork) para contarnos cómo él vive la ciudad. Nos explica con detalles el día que perdió la vista, nos aclara lo que todos hemos pensado alguna vez sobre lo que ven los ciegos, ¿ven todo oscuro? ¿qué ven si no ven? Nos cuenta sus hobbies, sus pasiones, los intríngulis de la política municipal. Somos muy pocos, y el edificio es demasiado grande para crear un poco de calidez. Terminamos en la terraza del ayuntamiento, donde nos toca con su acordeón una de estas canciones melancólicas irlandesas, emocionante.

En Fábrica, nos citamos en la estación de autobuses y nos dirigimos hacia la fábrica Barry’s Tea. Allí nos recibe el director de la empresa desde su cochazo y nos enseña su despacho, donde hace lo que hacen los directivos: responder a peticiones de patrocinio, gestionar el personal, regar las plantas de despacho, etc. Luego cede la visita a uno de los degustadores de té, que nos cuenta sus viajes de trabajo por África y nos enseña, en una sesión práctica, el arte de degustar. Vamos bajando, y el responsable de los toros mecánicos nos explica lo que más le gusta de la fábrica. Nos lleva hasta un almacén gigante con un techo altísimo, un lugar fresco para que el té no se seque. Para él, este sitio es su «little New York», un refugio para cuando está agobiado del trabajo. Acabamos en la cadena de montaje donde un par de trabajadores nos cuentan cómo entraron en la empresa. A la salida, un amiga critica el discurso «mundo feliz» de lo visto. ¿Ningún trabajador se queja? ¿No se dice nada del negocio del té y de la relación colonial con el continente africano? Como siempre, contar unas cosas y no otras, es contar una historia y no otra. Tampoco podemos pedir a los espectáculos que se responsabilicen de explicar el mundo.

En Biblioteca nos perdimos un poco. Se trataba de reflexionar sobre el mundo de la lectura y del acto íntimo de leer. El planteamiento era muy bueno pero luego desconectamos con el relato en inglés de diferentes textos literarios. Estábamos en una biblioteca de la Universidad de Cork pero, ¿cómo es que estábamos solos? ¿era necesario ir hasta allí para no ver a nadie?

En Hotel, el espectador iba de habitación en habitación y en cada una ocurría algo diferente. Sin embargo, las cinco tenían algo en común: dentro no había nadie, nadie de carne y hueso, solo voces, objetos y proyecciones. El espectador tenía que hacer lo que normalmente hace el actor, o sea, actuar, pasearse, improvisar. Cada habitación daba a conocer la historia de una encargada de la limpieza del hotel. Lola Arias explica el porqué de esta distancia: «los cinco trabajadores son ‘invisibles’ a los clientes del hotel y la mejor manera de hablar de las historias de los ‘invisibles’ precisamente es mantener, subrayar y amplificar la distancia entre nosotros y ellos.»

Pese algunos detalles, nos fuimos de Cork con la sensación de haber visto algo potente. Diferente, y por lo tanto interesante y siempre necesario. El formato del proyecto es precioso. Todos los personajes se exponen a sí mismos, conocemos sus vidas, son ellos quienes se relatan. Una experiencia singular para conocer tu ciudad.

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