Críticas de espectáculos

Conquistadores / Chema Pizarro / Proyecto Cultura

La aventura americana vista desde un divertido teatro del absurdo 

«Conquistadores» basado en un texto del actor cacereño Chema Pizarro, producido por la empresa teatral Proyecto Cultura (de Marta Moreno y Juan María Holguera), es un espectáculo de prominente diseño minimalista -según la representación vista en el Teatro López de Ayala- donde tres actores, con mucho crédito artístico, han jugado -sabiamente dirigidos por Pedro L. López Bellot– a dar una imagen de peripecia desmitificadora de la conquista de América encarnando con gracia paródica a sus principales personajes (Reyes Católicos, Colón, Balboa, Hernán Cortés, Malinche, Pizarro, Inés Suárez, Atahualpa, Valdivia, Orellana y otros).

 

En el texto de Pizarro creado con las formas divertidas del teatro del absurdo se manifiesta el discurso de la ironía conduciendo a la reflexión sobre las miserias -de realidad ambigua y decepcionante- en la Conquista americana, que se muestran (desde los motivos del viaje, la travesía y el descubrimiento hasta la fundación de Santiago de Chile) sin necesidad de juzgar, respondiendo perfectamente a esa propuesta del autor de reconciliarnos con la historia y con el mundo. La obra, de metáforas más humanizantes que heroicas, de diálogos de frases cortas, llenas de humor seco y breves explosiones líricas, que descubren el abismo ante el que se mueven los personajes, logra lucidamente -como en el buen teatro del absurdo- no dar las respuestas que esperamos, o las que creemos que vamos a esperar, sino que deja al público la interpretación y el análisis de la obra.

Su planteamiento lúdico/jocoso me recordó una obra de la otra orilla del Atlántico: «Los martirios de Colón» del libro «Humor y Amor» del escritor y humorista venezolano Aquiles Nazoa, que daba lugar al pensamiento crítico y social de lo ocurrido en la Conquista, visto igualmente desde la parodia y el teatro del absurdo. Obra considerada un clásico latinoamericano que había cosechado éxitos entre el público de Caracas desde la década de los 70 (incluso se llegó a representar como ópera bufa). Fue una novedosa creación -de diálogos ingeniosos con rimas estiladas- que también vi en colegios de Extremadura montada con marionetas por la profesora de expresión dramática Diana Carmen Cortés.

La puesta en escena de López Bellot ofreció un desafío estético de recreación del texto en un espacio vacío, que alcanzó la síntesis originalísima de aquella odiseaimpregnada de la tragedia que reflejaba en sus acciones y personajes lo absurdo de la condición humana. El director, con escasos elementos escenográficos -una bañera victoriana, unas varas- bien aprovechados en las acciones, una música «heavy, rockera» original (de Álvaro Rodríguez) anunciando o subrayando adecuadamente las situaciones y la magnífica disposición de la iluminación -que juega un papel fundamental en la creación de sugerentes espacios y atmósferas-, consigue ese viaje de comicidad abiertamente didáctico donde se mueven tres actores bien conducidos con vertiginoso ritmo, armonizando el juego de la palabra con el de la expresión corporal, mimo y pantomima en un alarde de creatividad.

Tengo que decir que conozco la trayectoria vocacional y profesional de López Bellot, desde su contribución -muy activa- de hace años en el grupo aficionado Jachas, de Torrejoncillo (su pueblo) hasta su participación en numerosos espectáculos de éxito como director adjunto o ayudante, pasando por la escuela extremeña de Arte Dramático (donde montó «Esperando a Godot» de Beckett , obra cumbre del teatro del absurdo, que fue en uno de los Festivales de Badajoz lo mejor en calidad presentado por los alumnos de esta escuela). En este montaje de «Conquistadores«, López Bellot ha revelado las enormes reservas de conocimientos que puede almacenar y ocultar un director mientras encuentra su oportunidad.

En la interpretación, los tres actores –Nuqui Fernández, Chema Pizarro yFrancis J. Quirós– demuestran, una vez más, la plenitud corporal al servicio del arte con su destreza física y aptitud de transformación casi mágica desdoblando los distintos personajes. Con un caudal de imaginación los tres forman una maquinaria creativa intachable enriqueciendo y solazando -a través de la incoherencia, lo ilógico y el disparate característicos del teatro del absurdo- los hechos más recordados de ese viaje americano.

Casi sin cambio de indumentaria -y al estilo de lo últimamente visto en las creaciones sobre los clásicos en los excelentes actores de la internacionalizada compañía portuguesa Chapitô– se crecen con muchos recursos artísticos en el juego del doble sentido y en lo chispeante de los gags (que provocan cuantioso la sonrisa, la risa y la carcajada) rebosantes de ideas y hallazgos a nivel cómico y temático, de lo que hoy me parece legítimo reírse: los suplicios que dieron origen al descubrimiento de ese magnífico nuevo mundo.

José Manuel Villafaina

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