Sud Aca Opina

Cultura y economía social de mercado

Hace más de 40 años ya, en mi país, Chile, tuvimos un golpe de estado y una posterior dictadura militar, bajo la cual sufrimos lo indecible.

Violencia tanto física como psicológica avalada por el poder de las armas alejadas de toda razón.

Las secuelas siguen hasta hoy en que los dolores no se han podido superar, sobre todo porque la justicia que debería hacer pagar a los culpables de múltiples horrores, no ha sido capaz de cumplir con su cometido.

Aunque es difícil de hacer, si pudiésemos dejar de lado los resentimientos generados por tantos comportamientos inhumanos de los militares de aquella época, estamos viviendo las consecuencias de una tiranía mayor.

En los años 70 un grupo de jóvenes brillantes viajó a hacer post titulos de economía a la connotada escuela de Chicago donde Milton Friedman era uno de los Gurús supremos, quien predicaba convencido que «el mercado» era capaz de regular el comportamiento económico de cualquier grupo social.

Como asesores del gobierno (dictadura militar), esas mentes brillantes nos introdujeron despiadadamente en el modelo de economía social de mercado.

En un país que venía saliendo del desabastecimiento más absoluto, se introdujo la tarjeta de crédito con su slogan «compre hoy y pague mañana en cómodas cuotas mensuales».

Fue así como los hogares se llenaron de televisores, equipos de música, electro domésticos saca jugo, máquinas para hacer ejercicio y almohadas ergonómicas que aseguraban un buen dormir.

Las cómodas cuotas se pusieron incomodas hasta transformarse en pesadillas de las cuales ni siquiera la almohada nos libraba.

¿Y las artes?

En los primeros años tuvimos un toque de queda estricto y la prohibición de juntarse más de un cierto número de personas, por lo que la dictadura no solo mató gente inocente sino muchas actividades sociales también.

Santiago, la capital, contaba con algunas salas donde se daban espectáculos tipo vaudeville, murieron.

Muchos actores tuvieron que partir obligatoriamente al exilio, el teatro murió.

Cantantes que transmitían con su música mensajes sociales, fueron asesinados y en el mejor de los casos expulsados del país. La música murió.

Los pocos creadores y libre pensadores que quedaron, fueron aislados y la bohemia obligada a reunirse a las 4 de la tarde, quedó agonizante.

Solo existían los artistas visados por la dictadura, quienes tuvieron que adecuarse al sistema o extinguirse.

¿Subvenciones de estado para el arte?

Ninguna posibilidad.

Un artista es por excelencia contestatario. No importa cuál sea el gobierno de turno, un artista siempre encontrará la veta disidente.

El general declaró en repetidas ocasiones que «ni una hoja se movía» sin que él lo supiera, por lo que decidió cortar los árboles que le hacían sombra.

Los espacios culturales se empobrecieron tanto en infraestructura como en espectáculos.

Nuestro país en vías de desarrollo se enriqueció monetariamente y se empobreció culturalmente.

Se propició tanto la inversión extranjera como a los artistas foráneos, siempre y cuando no tratasen de deslizar mensajes disidentes en su arte. Los nacionales no existían.

En esa épica se era Pinochetista o comunista, sin que existiese ningún tono de gris entre los extremos del supuesto blanco de los militares y el negro de la amenaza comunista internacional.

Como suele suceder en momentos de represión, el arte se volvió alternativo y más contestatario que nunca. Así como basta para que a un niño se le diga que no lo debe hacer, para que lo haga, pero a escondidas, el arte se tomó los espacios abandonados por la ciudad para sobrevivir.

Una antigua Perrera donde antes se llevaban los perros vagos para ser matados y luego quemados, se transformó en La Perrera Arte, un espacio de precariedad absoluta donde se podía escuchar música, presenciar una obra de teatro o ver una exposición de instalaciones.

El elefante blanco de la obra gruesa nunca terminada de un hospital público fue escenario de algunas performances inquietantes.

Bandas anti sistémicas como los «Fiskales Add Hoc», en alusión a los fiscales que la justicia designaba para investigar casos de terrorismo, tocaba en galpones de antiguas fábricas.

Poco a poco el espacio escénico fue recuperando el lugar que le corresponde desde la precariedad más absoluta de aquellos años en que se debía superar el temor para hacer arte, hasta nuestros días en que el arte ha vuelto en gloria y majestad.

La vida tiene la sabiduría que ninguno de nosotros tendrá jamás; una gran edificación hecha durante el gobierno de Allende, durante la dictadura fue utilizada por el ministerio de defensa y hace pocos años, un incendio dio la oportunidad de reconstruir no solo lo construido, sino que su destino. Hoy es el centro cultural GAM, Gabriela Mistral quien fuese la primera mujer latinoamericana en ganar el premio Nobel de literatura el año 45, así como después lo haría Pablo Neruda el 71, los 2 gigantes de la literatura chilena.

El GAM cuenta con salas de ensayo y de representación para la mayoría de las disciplinas artísticas, algunas de ellas beneficiarias del FONDART (fondo para las artes), una subvención estatal para las artes en general.

Las condiciones han mejorado pero seguimos bajo el yugo del consumismo exacerbado heredado del gobierno militar y que los más de 20 años de gobierno democrático no han sabido re direccionar.

¿Podrá el arte transformarse en mercancía regulada por las leyes del mercado?

El arte puede y debe ser transado porque los artistas no viven de aire pero jamás debe dictar las reglas a seguir por este.

No al cuadro encargado a un pintor para que haga juego con los colores del sillón en la sala de estar.

No a la música de supermercado mientras uno va por el pasillo del arroz.

No a las obras de teatro propagandistas de un sistema.

No a las leyes de la economía social de mercado haciendo arte.

Si al arte por el arte.

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