Incendiaria en combustión

De perros

Son desconcertantes los perros que no ladran. No avisan, no dialogan, atacan directamente. Si algo no les gusta, si algo les molesta, si desconfían de algo, directamente te arrancan la piel. Son perros como Black: perros políticamente incorrectos.

El de Venus es otro tipo de silencio. Antes tenía dos ojos pero alguien la reventó con el coche en pleno centro. Tuvo suerte y ahora recupera la normalidad junto con la cadera destrozada y el ojo derecho vacío y cosido que cicatriza poco a poco. «Hijos de perra», seguro que le apetecería aullar, pero sería como tirar piedras contra su propio tejado. No lo hace y en su lugar intenta recuperar su sonrisa canina a fuerza del efecto Paulov. Es políticamente correcta.

Black y Venus son algunos de los perros que nos rodean, esas almas que aúllan en silencio, al igual que los doscientos perros de Daniel Danis en la isla imaginaria en la que el dramaturgo quebequés emplaza su «Langue-á-langue des chiens de roche», un texto de 1998. En ella, el aislamiento, la dureza y el juego entre lo animal y lo racional, entre lo doméstico y lo salvaje, la naturaleza y la educación, el perro y el lobo se unen construyendo un universo de personajes incompletos en buscan una identidad o alguien que les dé un sentido.

Danis estructura su texto en treinta y dos «olas» en las que desarrolla la historia de nueve personajes: Djoukie, Joëlle, Déese, Leo, Charles, Niki, Simon, Murielle, Coyote y los perros. En paralelo y casi en un juego perfecto de correspondencias o complementariedades, Danis distribuye sus personajes en un grupo femenino (dos mujeres desterradas por violación que cuidan de una adolescente con necesidad de saber quién es su padre, el personaje ausente de Eve y la joven Murielle, con necesidad de ser desvirgada y amada) y un grupo masculino (un padre y sus dos hijos en situación delicada y conflictiva; un soldado trastornado por la cruda experiencia de la guerra y un hombre-coyote que se encarga de organizar las raves de una isla que necesita deprenderse de su cabeza y liberar su violencia).

Danis coloca todo este universo de fuerzas en un espacio opresor y desconcertante donde el viento se manifiesta de forma variable, las olas marcan el ritmo vital y tanto el olor a gasolina como el peso del pasado lo hacen todo más claustrofóbico. Los personajes son tan ricos como atormentados y divertidos. Lo onírico, lo excéntrico, lo trágico fluctúan en un constante juego dramatúrgico en el que el tiempo se queda suspendido, se recupera y los personajes se convierten en narradores en un claro ejercicio de distanciamiento brechtiano.

Autor de textos como «Les nuages de terre» o «Celle-là», Danis es uno de los autores destacados de la escena de Quebec junto con nombres como Michel Tremblay, Wajdi Moawad o Suzanne Lebeau, entre otros. Llegué a Danis a través de Tremblay con su «Marcel perseguido por los perros» (1992), otra obra de poderosos personajes femeninos con un intrigante arranque. A Tremblay llegué por el propio Danis gracias al «Le chant du dire-dire» que Cristina Domínguez dirigió en Galicia hace ya unos años. Todo suma en lo que hacemos, en lo que vemos, en lo que nos encontramos. Y todo puede ser un detonante de futuro. Por eso recuerdo también el texto de Aimé Césaire llevado a escena en el teatro universitario: «Y los perros callaban», una obra de esencia prometeica sobre la última noche de un rebelde antes de ser ajusticiado.

Los perros de Danis, los perros que persiguen a Marcel en Tremblay, los perros que guardan silencio en la obra de Césaire… También hablan de nosotros, son nuestros reflejos, son nuestras sombras. A veces callan esperando el ataque; otras, intentando ser políticamente correctos. Pero si ladran, eso es que cabalgamos.

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