Incendiaria en combustión

Denostación de la risa

«Por muy alto que sea el trono en que se siente alguien, siempre utiliza el culo para sentarse». Estos días leía esta frase en un blog dedicado al humor en el que, por un lado, me hizo pensar en la idea de lo iguales y mortales que somos todos; por otro lado, me trasladó a la diferencia de clases existente entre comedia y tragedia, considerada la primera género menor frente a la mangnificencia de la segunda. También recordaba yo que en el periplo vital, en nuestra particular batalla con las fuerzas del hado, todos somos insignificantes insectos con apariencia de héroes y heroínas: cómicos, al fin y al cabo. ¿Por qué no aceptar entonces que la comedia algo absolutamente tan inherente a nuestra esencia como la tragedia?

 

En estos días me sorprendía a mí misma el empeño de algunas personas de seguir reduciendo lo cómico a una segunda categoría cuando hacer reír es una de las cosas más serias que existen, cuando desvelar la contradicción existente en lo que produce el efecto cómico requiere un discernimiento, cuando romper la lógica de cualquier rutina tal y como hace el humor es de los actos más trasgresores y arriesgados. Y en esta perplejidad me removía yo –perpleja por el propio tema y perpleja por mi falta de realidad- al descubrir que lo cómico sigue careciendo de prestigio social e incluso de consideración institucional a la hora de ser apoyado. ¿Dónde queda el humorista como endocrino del espíritu? ¿Dónde queda el bufón como espejo crítico de las miserias? ¿Será cuestión de clases o será cuestión de incomodidad por lo que la risa genera siempre que ésta se aleja de la amabilidad servil?

 

Durante el mes de marzo se celebraba en la ciudad portuguesa de Maia las I Jornadas de Reflexión Teatral Luso-Galaica, que además de suponer un nuevo intento por tender puentes entre ambos países sirvieron para debatir la cuestión lingüística y la cuestión de lo cómico y lo festivo. Entre las ponencias presentadas, el profesor y dramaturgo Afonso Becerra recordaba la composición de lo cómico: la anomalía, la distancia y lo inocuo. Y es que «la risa nace con el discernimiento de que algo ocurre en oposición a la lógica pero sin resultados desgraciados». Hay entonces una mirada crítica y activa, hay una valoración del entorno, hay una conclusión. Hay un ejercicio inteligente y la inteligencia no puede viajar nunca en un tren de segundas. Es más, habría que eliminar de una vez las clases en los medios de transporte.

También la contradicción rige y se encuentra en el interior de lo cómico, tal y como señala la profesora Elina Miranda en su trabajo «Comedia, teoría y público en la Grecia clásica». Contradicción en el sentido de lo aparente y lo real, en la antinomia platónica de lo que el individuo pretende y lo que verdaderamente es: esa contradicción entre el empeño de saberse héroes y heroínas y reconocerse como meros insectos que no saben dónde sentarse.

 

¿Qué necesidad tenemos de denostar la risa y la fiesta cuando la palabra comedia procede de las kômos griegas o fiestas con cantos y bailes de la antigua Grecia? ¿Qué necesidad tenemos de denostar la risa cuando forma parte de nosotros, sea ésta floja o lacerante? ¿Por qué esa necesidad de menospreciar el cuerpo frente el logos? ¿Por qué esa necesidad de denostar lo dionisíaco ante lo apolíneo, lo práctico ante lo teórico, lo efímero ante lo imperecedero? ¿Por qué la necesidad y la voluntad clasista cuando comedia y tragedia contienen el teatro y el teatro es síntesis de la vida?

 

El humor es múltiple, es cambiante, es liberador, es trasgresor, genera polisemias, es poliédrico, es húmedo, es bilioso y colérico, es atrabiliario y melancólico, es sangrante y amable, es flemático y calmado, puede ser agresivo, puede tener color y puede desvelar nacionalidades.

 

Debajo de cada comedia hay una tragedia subterránea, de igual modo que bajo cada individuo hay infinitos egos y alter egos. La tragedia y la comedia forman parte de un mismo elemento, un elemento que habla de la vida. Antiguamente se asociaba la pérdida de fluidos como una forma de muerte. De modo que, perder el humor es una inercia trágica sin héroes ni heroínas. Entonces, ¿por qué denostar la risa?

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