Críticas de espectáculos

Después de la muerte de ADOLFO MARSILLACH, por Pablo Villamar

Es dificil seguir adelante cuando el alumno pierde a su maestro. Más aún si éste era el amigo que te apoyaba y te comprendía. Y aún peor si se trata del creador de un teatro nuevo. Del mejor Director que ha dado España en el último medio siglo. Y no sólo eso, si no el actor, el escritor, el cineasta, el televisivo. Marsillach no era sólo el «hombre de teatro». Él me lo explicaba a veces con su ironía característica: «Salgo en un dicccionario como el actor que ha hecho esto, eso y aquello; en otro como el autor o el escritor, más o menos polémico; en otro como el que se ha dedicado al cine o a la televisión. Y yo me pregunto, por qué no son capaces esos rigurosos señores que hacen los diccionarios de ponerlo todo junto?» Con Adolfo Marsillach, el teatro, que ya estaba tambaleante, a punto de entrar por la puerta de urgencias, ha muerto un poco más. Ha sido muy lamentable el fallecimiento de Alfonso del Real y de Mercedes Prendes, en este enero negro del 2002. Los dos, grandes seres humanos, y con Mercedes, también amiga. Pero recuerdo ahora algunas frases de Miguel Delibes en «Cinco horas con Mario». Decía el ilustre novelista por boca de su personaje femenino algo como esto: «no sé si digo una tontería o una barbaridad, pero digo yo que si la bomba atómica esa la fabricasen de tal forma que sólo pudiera matar a los malos y dejar a tanta gente buena en paz, sería uno de los grandísimos inventos del siglo». No se trata aquí de aplicar ese término a la actual situación del teatro o de la vida en general. Pero si debería existir alguna excepción para que nunca se muriesen aquellos hombres y mujeres que tanto hacen por la cultura (Cela por ejemplo) por la ciencia, por el arte, etc. ¡Que no hubiera escrito Lorca si hubiera remontado veinte o treinta años más! ¡Encima fusilado! Creo que si se inventara algo para evitar la muerte violenta de los grandes hombres o evitarles las enfermedades y prolongar su vida, hasta habría consenso en este puñetero individualista-materialista español. No, no considero que todos los hombres sean iguales ni ante la vida ni ante la muerte. Sin embargo, pese a esta teoría, no vemos otra solución que resignarnos…o descubrir por qué existen personas con enfermedades gravísimas que son curadas radicalmente, en Estados Unidos, por ejemplo, y otras no? Hay algo en este planeta que nos induce a pensar en intereses creados, unos para destruir masivamente a la gente, como con tanta frecuencia está sucediendo, y otro las curaciones casi milagrosas. El negocio que se realiza con la masacre es casi tan grande, como el que se hace en salvar a ciertas personas, por intereses también.

La cuestión es que ésta vez le ha tocado a Adolfo Marsillach y la lágrima se nos ha congelado en la mejilla de rabia y de impotencia. Su esposa, Mercedes Lezcano, las hijas de Adolfo, dentro de su drama, deben saber que estan más cerca de nosotros, todos los días, acompañándolas en el dolor con la más absoluta sinceridad. Y es por ello que tenemos que seguir adelante. Porque el teatro, ya es sabido, no puede morir. Sólo ha muerto el rey y todos, aplaudiendo su última función en el Español, emocionándonos una vez más,le hemos hecho la promesa de dar nueva sabia, nueva vida a lo que constituyó su pasión, y también la nuestra. Porque cuando un rey se muere hay que darle vivas al siguiente, para tratar de que todo siga igual, aunque nos conste, que ya, no todo será lo mismo. Con devoción, reproduzco una de las últimas cartas más significativas de Adolfo, siempre a mano con su manuscrito difícil:

PABLO VILLAMAR

Dia 13 marzo 200. Para Pablo de Villamar.

Amigo Pablo:

He agrdecido que:

1º)Te hayas dado cuenta de que he vuelto a escribir la obra (¿Quien teme a Virginia Wolf?)

2º)Te guste mi interpretación

3º) Consignases -injustificadamente- que en la Academia debería estar yo en lugar de F.F.G.

4º)Te impresionara mi esfuerzo físico en mi Jorge.

5º)Calibrases mi falta de adulación hacia sus Majestades.

6ºNo tengas envidia y eso te permita ser generoso.

7º) Me envíes un abrazo.

Igualmente. Adolfo

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