Críticas de espectáculos

Don Juan en los ruedos/Salvador Távora

Cerca del todo en el redondel
Obra: Don Juan en los ruedos
Autor: Salvador Távora
Intérpretes: José Manuel Martín, Fran Torres, Carmen Vega, Magui Reguera, Judit Gómez, Marco Vargas, entre otros
Músicos: Ana Peña, Manuel Berraquero, Miguel Aragón, Juan Romero y la Banda de Cornetas y tambores del santísimo Cristo de las Tres Caídas.
Dirección Salvador Távora
Producción: La Cuadra de Sevilla
Plaza de Toros de Gasteiz – 03-08-01
Este espectáculo puede confundir en sus conceptos previos. Se celebra en una plaza de toros, se lidian dos novillos, hay ritual taurino, pero es un espectáculo dentro de las Artes Escénicas sin ninguna necesidad de hacer un esfuerzo justificativo. Lo es porque está pensado para fundir dos dramaturgias, las del arte del toreo y del rejoneo, junto a las de las artes escénicas originarias, el baile, la música, la espacialidad, el fuego, la arena, los silencios y las emociones. Lo único impredecible, dentro del ritual, es el comportamiento de los dos toros, el resto está medido, es una creación artística, en donde las evoluciones de los caballos nos recuerda en ocasiones el mejor circo tradicional, en donde los bailes y los cantes nos adentran en otra tradición, como la flamenca, quizás, como una expresión andaluza muy selectiva, pero muy identitaria, y en donde las cornetas y los tambores de las procesiones de semana santa sevillana se convierten en una orquesta majestuosa qe acompaña las acciones que se van sucediendo en el redondel. El ruedo, el coso taurino, toda la plaza, es el espacio escénico. Es una utilización total de las posibilidades expresivas de estos edificios que sirven para ese anacrónico, pero tan peculiar rito de la lidia y muerte de unos animales por unos hombres que intentan cambiar la fuerza del animal bravo en esculturas volátiles, en imágenes, en ritmo y comunión.
Parte Távora de una posibilidad meramente imaginaria dentro de la libertad de creación: don Juan, el mito, el hombre, la seducción, bien pudo haber tenido una expresión taurina. Hay literatura y anecdotario suficiente como para aproximarse, la seducción del torero, ese hilo telúrico que une eros y tanatos, la muerte, el riesgo y el erotismo. Todo ello lo plantea con sus códigos, un lenguaje teatral que se basa en acciones, en donde la sicología está ausente y en donde, aquí sí, la estética, las acciones, van tejiendo un hilo conductor, un discurso.
Es ahí donde debe enmarcarse esta propuesta, en el espectáculo grandioso, en las emociones, en los movimientos de coros y caballos, de bandas y de palmas, de ritmos y músicas clásicas, una composición en donde el hecho taurino, no es un adorno, es una motivación más, a mi entender, no la más sustancial, pero que busca acercar el arte del teatro a ese sentido finalista del toreo, el de la vida o la muerte, el del riesgo. Y ahí tenemos sangre real, la de los toros, y sangre ficticia, la de la monja tras el lanceo metafórico del don Juan desvirgador; y ahí tenemos todas las ancestrales ritualidades culturales llevadas a un territorio de superior entereza, en busca, quizás con muy buen acierto semántico, de la “ópera popular”.
Salvador Távora busca el todo, su mundo estético, sus necesidades vitales, su capacidad para llegar a los espectadores, en esta ocasión en los tendidos de una plaza de toros, haciendo de la tauromaquia un ritual teatral, y del teatro, el baile, el cante, un tercio de riesgo, y en esa fusión encuentra esta vía en donde los caballos, o los perros, o los toros, o todas las representaciones de las clases sociales de la humanidad se juntan, se contradicen, luchan, se aman, y nos queda un soplo de denuncia en esa escalofriante escena final en donde todo aquello se esfuma por la presencia intimidatoria de la Iglesia, el Ejército y la Justicia. Allí se acaba esta historia que busca lo sublime en un redondel.
Carlos GIL

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