Rebel delirium

Dos tardes en el Sadler’s

«Sadler’s Wells London’s Dance House» es el espacio escénico dedicado a la danza más importante de Inglaterra y posiblemente del mundo. Eso es así, si tenemos en cuenta que las grandes compañías de danza contemporánea, cuando estrenan sus espectáculos, lo hacen allí. El Sadler’s Wells alberga una cantidad ingente de producciones propias al año, tiene siempre compañías de todo el mundo en residencia y coproduce espectáculos con otros teatros y festivales, entre muchas otras cosas. Es un engranaje increíble que no para nunca de producir. Para variar, y no podía ser de otra forma al tratarse de algo británico, este teatro tiene sus años: más de 300. Seis edificios londinenses han llevado este nombre desde 1683, año en el que Mr Dick Sadler inauguró un «musick house». Años más tarde se descubrió un pozo («well», en inglés) y a su vez aguas minerales en el subsuelo del edificio, y el espacio se convirtió en una especie de spa de la época. Fue entonces cuando adquirió el nombre actual: Sadler’s Wells. Hoy en día el edificio se encuentra en el barrio de Angel, en el distrito de Islington, una zona tranquila, que cuenta con fantásticos pubs, como el Filthy MacNasty’s (68 Amwell Street), a cinco minutos del teatro en cuestión, ideal para tomarse una pinta después del espectáculo.

La historia del Sadler’s es un buen ejemplo que define la evolución que han tenido muchos de los teatros de Londres, lugares que se han ido redefiniendo a lo largo de su historia, adaptándose a las necesidades del momento. Como el Wilton’s Music Hall (salió en un par de columnas atrás), que es un teatro, pero que a lo largo de su historia también ha sido almacén para la industria bélica o espacio de reunión para los vecinos del barrio. Del Sadler’s Wells, solo apuntaré un nombre de su historia más reciente: Lilian Baylis (1874-1937), productora del Old Vic Theatre y gestora del Sadler’s posteriormente. Parece ser que esta mujer le dio un giro importante a la institución e hizo los primeros pasos para que este teatro sea convirtiera en algo importante de lo que es hoy. De hecho, actualmente el edificio tiene dos salas: la grande, con más de 1.500 butacas, y otra más pequeña que lleva precisamente el nombre de Lilian Baylis.

La semana pasada fui dos veces al Sadler’s. Vi dos piezas, una de Sylvie Guillem y la otra de la compañía La La La Human Steps, bajo la dirección de Édouard Lock. Relato mis impresiones, nada más. Ambas propuestas me las recomendó una chica de Zarautz afincada desde hace años en Barcelona cuya pasión es la danza contemporánea. Además de eso, ella es la primera persona que lee estas columnas semanales, me resuelve algunas dudas y me sugiere cosas siempre interesantes. Aprovecho para darte las gracias, Iera.

El trabajo de Sylvie Guillem, «6.000 miles away», me pareció extraordinario. Nunca había visto nada suyo y la verdad es que fue una delicia. La primera parte fue algo bastante experimental, uno dúo entre Guillem y un bailarín de la Opera de Paris, Nicolas Le Riche. Con un base clásica, ambos exploraron nuevas perspectivas de la academia. Luego vino otro dúo más pasional y de una extraordinaria belleza y al final una pieza más de Guillem, un solo («Bye», estrenado mundialmente antes del verano en el mismo Sadler’s) con coreografía de Mats Ek que fue brillante. Con sus 47 años, esta mujer tiene una técnica prodigiosa, a través de la cual consigue lo más difícil: transmitir emociones fuertes. La puesta en escena fue original y divertida. Había un interesante diálogo entre la bailarina y unas imágenes de una familia proyectadas en una puerta situada en el escenario. El teatro estaba abarrotado, y cuando se terminó el espectáculo, el telón no paró de subir y bajar durante un buen rato.

Bastante decepcionante en cambio fue la propuesta de Édouard Lock interpretada por la compañía La La La Human Steps. Una pieza de 85 minutos que se hizo larguísima, con una sola idea (muy buena, eso sí) pero que se agotó pasados los diez primeros minutos. ¿Qué hacer durante toda la hora que faltaba? La pieza era una coreografía que desarrollaba como si fuera a cámara rápida, frenéticamente. Los primeros instantes resultaban muy excitantes para el espectador porque los intérpretes tensaban el cuerpo al límite, a una velocidad estratosférica. Pero la pieza iba avanzando y no cambiaba nada. Todo seguía igual. El ritmo no aflojaba ni un minuto y se repetía hasta el aburrimiento. Tímidos aplausos y críticas demoledoras en los periódicos ingleses.

Espero volver al Sadler’s Wells en futuras ocasiones y poder contar alguna cosa más sobre este extraordinario teatro.

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