Zona de mutación

El agujero en la capa de materia gris

el colaboracionismo

Así como la destrucción de la capa de ozono nos expone al trato aleve de los rayos del sol, similar inclemencia padece el mundo por la irracionalidad que se filtra a través del agujero que la modernidad le ha producido a las capas frágiles de materia gris de nuestros cerebros. El caso Heidegger, rector nazi, el de Céline, el de Drieu la Rochelle, el de Ezra Pound, el de T. S. Eliot, el reciente de Günther Grass y el penoso impacto que causó descubrir el pasado oculto de Paul de Man, filósofo afincado en Yale que junto a Derrida colaboró a poner a punto la Deconstrucción, actualizan en nuestro propio espacio-tiempo la misma náusea: la confabulación del intelectual con las dictaduras. Juan Pablo Feinmann, filósofo argentino, luego de ser insultado por un periodista servidor, a la sazón, del último régimen de facto en Argentina, levantó una inquietud desafiante: si los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles, las culpas y responsabilidades de quienes colaboraron con sus decretos de muerte cotidiana, encubriendo, solapando, desviando, ¿han de fenecer? Todos tenemos nuestros nombres a flor de piel, pero el sostenimiento deliberado que el Poder les hace, obviándoles el distingo dictadura o democracia, habilita ese continuum, subyacente a la superación de aquellos males que se computan y miden en vidas humanas, que se ejerce sin solución de continuidad en cualquier forma de gobierno. Pero lo que el Poder no hace con sus esbirros, desenmascarándolos, lo hace consigo mismo, evidenciándose, al prescindir despegarse de los efectos éticos, políticos y humanos que dejaron las atrocidades cometidas. Creo que es una problemática que podemos razonarla en relación a toda Hispanoamérica. Visto esto, se hace imprescindible preguntarnos sin tapujos si la construcción democrática es posible con ellos, en no pocos casos, aún presentes desde posiciones dominantes que sólo se alimentan del olvido del testigo. Sus descaradas declaraciones parecen relajos, ironías obscenas que al tomar a la gente en su inocencia, delatan lo que en verdad piensan de ella, así que para qué hacernos los tontos si es lo que ya nos ha sido decretado previamente; hacerlo sería tautológico además. En este caso, la historia no tiene vueltas: si elegimos ser unos memos sociales, decretados dos veces en tal condición, por el poder y por nosotros mismos, que la redundancia nos valga. Hace años, Elie Wiesel no podía olvidar que durante los peores signos a la vista, insinuados por el nacionalsocialismo creciente, habían sido también los intelectuales, los escritores, los artistas, quienes, a pesar de su previsible sensibilidad, no parecían advertir la catástrofe de la persecución, ni parecían concederle la importancia terrible que tenía, ni se debatían contra la deportación cuando se enteraban de la desgracia: postergándola por otros temas, la consentían; usando la palabra, no denunciaban; fueron cómplices de todos los crímenes, de todos los demás. La ironía cruel, con la historia ya aquilatada, de la inercia o de la indiferencia evaluativa a lo que no sólo se ha vivido, sino que se sigue pagando onerosamente, es que el que hace la vista gorda, siga exigiéndola de los demás. Por eso, simplemente creo que vale la actitud diferenciadora. Ese signo pequeño y personal, no se negocia.

 

peligrosos positivismos o ¿aún podemos caminar en el páramo?

Dios es un concepto para medir el sufrimiento.

John Lennon.

En la cosmogonía judeo-cristiana, cuando Adán y Eva son expulsados del Paraíso, entran a la Historia. La historia le confirma al Dios que los creó que en ella el hombre es a su imagen y semejanza justamente porque también es creador de mundos. ¿El Amor no ha sido acaso un motor más poderoso que la máquina de vapor (y en ese plano puede reivindicar su materialidad), aunque el amor vaya a desaparecer inevitablemente como un sentimentalismo idiota? Supongo que el hombre, puesto frente al desierto que crece por lo menos atinará a llenar su cantimplora. Bajo el ‘Estado de Naturaleza’ crudo ni Astiz1 mató, ni el sol sale o se pone. Afirmarlo o negarlo no pasa a ser más que un invento cultural. Peligrosos positivismos. Por eso el arte además de una actividad expresiva es un recurso antropológico. La tecnocracia fatal empeñada en negar que el hombre es una criatura otorgadora de sentido, es anti-humana en ese plano (como también lo pronosticó Horkheimer), incluso ‘absurda’ en tanto el sentido le es irrelevante. Aquí ya no interesa la diferencia entre el amor y el odio. Si digo que el amor es superior al odio solo puedo fundamentarlo teológicamente. El esfuerzo por decirlo de alguna manera es poder fundamentar una ética a-teológica, donde el sentido está en decir que la realidad es despiadada y se monta en pelo, a crina limpia, y el progreso al que hemos llegado consiste en que en ella no hay ya medida subjetiva para el dolor o el sufrimiento. Hay mil formas de criticar a la metafísica sin hacernos cargo ni responsables de la razón que hace falta para ello. Desde que el hombre se para ante el ‘páramo’ y emite su palabra (oh, el bendito-maldito verbo), se quiera o no, se entabla la pretensión histórica de ser verdadero. Ética, estética y religión como consolación, como medida de su dolor y sufrimiento. Asumamos que en la actualidad todo pensamiento post-metafísico salva el sentido de lo incondicionado sin recurrir a Dios ni a ningún absoluto. Mientras tanto, vale considerar la propuesta del filósofo Richard Rorty: «Nada que una nación haya hecho debería imposibilitar que los ciudadanos de una democracia constitucional recobraran el respeto por sí mismos».

 

[1] Militar argentino acusado de gravísimas violaciones a los Derechos Humanos.

 

 

 

 

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