Zona de mutación

El análisis escénico

El análisis de mesa fue uno de las bastiones del predominio literario y literaturizante orquestado en el teatro a través del tiempo. Frente a ello, el teatro que se crea en/desde la propia escena. La lectura de un guión, aún se trate de la evaluación de material diverso, podría igualmente evaluarse y tabularse desde una mesa. El análisis escénico empieza justamente cuando dicha evaluación opera como desafío en sentido esférico, toda vez que la clave puede venir de cualquier lado, sin arriba ni abajo, sin delante ni detrás. Para ello, los agentes de producción artística están ya arrojados a la palestra donde emplaza la energía del guerrero. El trance de ‘espolvoreo’ de todos los factores que irán a intervenir en la construcción espacio-temporal, se vuelcan como un ‘dripping’ que activa no sólo las sensibilidades, sino que desafía a la toma de decisiones sin las cuales se supone, no existe el ejercicio de ninguna libertad. Carecer de niveles opcionales es no saber el límite hasta lo que se está disponible y comprometido. Un actor sin opción es un actor virtualizado que no se ejerce como tal. Sin tales opciones no hay configuraciones de los límites jugados o tomados. El nivel de complejidad, no sólo empieza a ser el que cada uno decide permitirse, sino el que por capacidad de horadamiento ante lo amorfo se es capaz de erigir, de evidenciar. Visibilizar suele ser una palabra capciosa, más cercana al formato típico del sensacionalismo pequeñoburgués, destinado a instrumentalizar genéricamente un tema a ciertos fines premeditados, sin que esto implique ninguna verdadera desocultación significativa ni trascendente.

El análisis escénico es un impostergable paso por el cuerpo. Una tesitura de agudezas, donde lo más probable es que la clave esté a la mano como en ‘la carta robada’. Hay dos etapas, la del ‘dripping’, el momento de incrustar en la escena la materia prima, y la combinatoria, de ediciones y montajes, de asociaciones y revelaciones, de tácticas y estrategias.

La manipulación de materiales tiene el poder de convocar lo que está en el buscador. Lo que la experiencia revela. La modulación de intensidades, como la develación de los estados, solventan y sugieren órdenes dramatúrgicos que se basan en tomas de decisiones de segunda instancia.

Lo que el análisis escénico revela es el carácter inconsciente de la escena, su capacidad propiciatoria a construir cada vez más psiquismo, más niveles de conciencia, más penetración a interpretar los hilos infinitos que conforman los sucesos.

La anulación de la distancia, a un deber ser, a un futuro capaz de actualizar el pasado de lo leído, lo aprendido, el trance presente, visional, ampliado de los poderes perceptivos humanos. Por la selva de signos se activan luces infrarrojas que muestran lo escondido, la agudeza ultrasónica, a la general rarefacción con que los estímulos golpean lo profundo de la piel. Es en el campo de juego donde el sistema perceptivo se hace lupa, agente visualizador de la microfísica de afectos con que se arman los tejidos.

El análisis escénico es una palpación que expone los volúmenes y texturas del monstruo. La aparición de esa salvaje otredad que solicita al guerrero su destreza y agudeza para decodificar su experiencia. Sus variadas emociones, aún su miedo, son el gradiente para exponer su luz.

El análisis escénico no termina en un día, ni en otro, ni en otro. Es el desafío ético a que el actor desande el laberinto o construya en su mandala, un sendero más del infinito recorrido al que se convoca con brío íntegro a que el público comparta esa leche gorda que nos nutre.

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