Escritorios y escenarios

El artista y la industria

Hablar de industrias culturales tiene unas connotaciones que vale la pena reflexionar, sobre todo antes de dar por sentado que si uno se va a dedicar al oficio del arte debe, a toda costa, vincularse a ellas. Valdría la pena considerar de qué se tratan, porque a lo mejor conociéndolas, tomando conciencia de lo que son, uno podría entender por qué hoy en día hay proyectos artísticos rebeldes, en tanto se niegan rotundamente a pertenecer a las industrias. Y por qué ese tipo de iniciativas son piedras preciosas, lamentablemente poco estimadas. 

Y es que la constitución de las industrias culturales es uno de los aportes que nos deja el pasado siglo XX, y su aparición transformó radicalmente la relación de los individuos con el arte. Si al comienzo de nuestro desarrollo como especie, el arte, en algunas de sus fases se mezclaba con el ritual y con el mundo de lo religioso, y en otras el artista parecía ser el vinculo con lo sagrado, con el desarrollo de las ciencias, el absurdo de las guerras mundiales y la muerte de Dios, estas formas de valoración se difuminaron. Y entonces aparecieron las industrias de la cultura, y con ellas las culturas del consumo, la producción en masa y la noción de la estética como una mercancía. Lo que significa que la belleza es un producto del mercado. El asumir al arte desde la lógica del mercado y de la industrialización tiene algo deshumanizante, pienso. 

Pero no se trata de leer el asunto tan a la ligera, porque entre el blanco y el negro hay un espectro de grises. Sí creo que las industrias de la cultura han generado una sobreproducción, pero, por otro lado, una democratización de la belleza, de las herramientas y de los productos artísticos. Hoy se puede acceder a casi todo y eso tiene algo de privilegio, un privilegio de la época. Aunque sea, justamente, esta situación la que causa paradojas tragicómicas, como el hecho de que a pesar de que el conocimiento esta muy cerca de nosotros, preferimos omitirlo. Y, por otro lado, que el deseo de consumo del arte se encuentra casi en el mismo nivel que el deseo de producirlo, llama mucho mi atención. 

Y si las industrias culturales son las que deciden qué y cómo es la belleza, y nos inundan con sus productos y paradigmas, si allá afuera en la calle hay todo un mundo estético mercantil que nos indica como debemos vernos, y no solo me refiero al cómo debemos vestirnos sino al cómo debemos representarnos ¿Por qué y cómo ser un artista o un intelectual en este mundo industrializado? 

Domino 9 de enero del 2022.

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba