Críticas de espectáculos

El burlador de Sevilla / Tirso De Molina / Josep Maria Mestres

Un kamikaze profanador

 

¡Ay Don Juan!, que malas horas mal lo pasarías en nuestro tiempo, oveja negra del feminismo triunfante con «Me too» y de lo «políticamente correcto», que te han convertido en la figura emblemática del depredador cínico, macho arrogante, delincuente, profanador de leyes y normas humanas y divinas.Pero, aparte de estas miradas reductoras, sigues encarnando la libertad absoluta, la fe en el hombre, revelando la hipocresía, bajezas y cobardías, de los mansos que te juzgan por tu infinita audacia! ¡Ay Don Juan!, con tu sonrisa irónica, lucidez y con tu insaciable sed de nuevas aventuras, siempre sigues adelante, a través de los siglos y mirando, con una mezcla de desdén y compasión, a la humanidad. 

El soberbio burlador de Sevilla está de vuelta en las tablas con sus desafíos, sus carcajadas, su instinto de conquistador. 

Para su versión, Borja Ortiz de Gondra y Josep María Mestres, en su puesta en escena, proponen, una lectura más abierta, matizada, sin ningún maniqueísmo, de la obra de Tirso de Molina, poniendo la lupa en las supuestas víctimas de Don Juan, que tampoco no son del todo inocentes. 

Frecuentemente los directores justifican su elección de una obra clásica por su presunta contemporaneidad, proyectándola sobre nuestro presente. La contemporaneidad y la actualidad de El burlador de Sevilla y de la figura de Don Juan, son más que evidentes. 

La transgresión de todas las leyes y normas, emblemática de Don Juan, se ha convertido en norma en el mundo actual, en el que Dios está muerto y ni el hipotético castigo divino, ni el infierno atemorizan a nadie. Asimismo la postura nihilista de Don Juan y su rebeldía contra todos los límites y mecanismos del sistema en el que vive, son emblemáticas del nihilismo y del «anti todo» que triunfan en nuestra sociedad. 

En sus andanzas Don Juan atraviesa todos los estratos de la sociedad, nobles, burgueses, campesinos, en un tiempo en el que abusos de poder, prevaricación, hipocresía, inmoralidad son moneda corriente.

Desafiando y profanando todos los valores que los demás fingen respetar, Don Juan pone en evidencia las mentiras, la hipocresía, los arreglos con la ley y la moral que pretenden respetar. Don Diego, el padre de Don Juan, representa todo lo que este último rechaza.

En cuanto a sus supuestas víctimas, las mujeres abusadas y que le denuncian, todas, salvo Doña Ana forzada contra su voluntad, son consentidoras, por sobrevivir, o por sus bajos instintos y el ascenso social. 

Don Gonzalo de Ulloa, padre de Doña Ana, y Catalinón, criado de Don Juan, son las víctimas colaterales de su conducta. 

Con la muerte de Don Juan, Don Gonzalo de Ulloa queda vengado y el orden se restablece, solo Catalinón, desesperado, queda sin recursos, abandonado a su suerte.

En su versión, Borja Ortiz de Gondra, acerca a Catalinon al Sganarelle de Molière, insertando en el monologo final su doloroso grito «ahora, a mí, quien me paga». 

Convocando en el escenario a Doña Ana, Borja Ortiz de Gondra da más relevancia a las víctimas de Don Juan. Algunos cortes y arreglos despojan el texto de elementos enrevesados, esclareciendo de esta forma la obra. 

Josep Maria Mestres articula su puesta en escena sobre el mito de Don Juan que, atravesando los siglos, contamina, cada vez más, las actitudes y comportamientos humanos. Un Don Juan omnipresente. 

En el telón de escena aparecen reproducidas las portadas de algunas obras de la literatura mundial inspiradas en la figura de Don Juan.

Al empezar el espectáculo, baja un cuadro con fragmentos pintados de la cara de Don Juan. Los actores llegan desde el patio de butacas, bailan, cada uno con un pequeño cuadro, que representa también un trozo de la cara del burlador sevillano. Como si todos tuviéramos algo de él.

La intemporalidad de la figura de Don Juan se expresa tanto en la escenografía como en los vestuarios que llevan algunos rasgos de siglos pasados, sin que se pueda identificar con precisión la época. El escenario, casi vacío, con tan solo, a cada lado, un fragmento de muro, al que se acercan en la escena del mausoleo, limitando el espacio. En el fondo una pequeña escalera, detrás de ella un pasillo con una barandilla, un tablero y telones que bajan, sugiriendo distintos lugares. En algunos momentos se proyectan, en el telón del fondo, imágenes de cruces en el mausoleo, de olas de mar, etc. 

Los únicos objetos, que hay en el escenario, son pequeñas mesitas cuadradas que sirven también de asientos. 

La figura de Gonzalo de Ulloa muerto, con el traje y cara pintados como si fueran de piedra, no tiene nada de una criatura terrorífica del más allá. 

Josep Maria Mestres aleja su puesta en escena, muy plástica e inventiva, del realismo e historicismo, confiriéndole, con una gran coherencia en los pormenores, un carácter intemporal. 

Por ejemplo, en las escenas colectivas de fiestas, de boda, los bailes populares y cantos de personajes, acompañados por guitarra, acordeón y saxofón, pueden evocar cualquier época. 

Destaca el excelente trabajo de luces de Juanjo Llorens, que esculpe el espacio, modula las atmósferas, relevando momentos alegres, cómicos o dramáticos, con, a veces, un tinte fantástico y onírico. 

Un elenco muy armonioso y justo, todos los intérpretes, tanto de papeles principales como secundarios, se involucran totalmente en su actuación, creando unos personajes auténticamente humanos, ni blancos ni negros. 

Las mujeres, excelentes, no caen en el arquetipo, matizando su personaje, particularmente las campesinas Lara Grube (Aminta) y Mamen Camacho (Tisbea), que manejan, con maestría, una gran variedad de tonos, sentimientos, expresiones. 

Raul Prieto está estupendo haciendo de Don Juan, camaleónico, un virtuoso del cinismo, con un fondo humano, un jugador impenitente, coleccionista de aventuras, apostando cada vez todo, hasta su vida. Su compañero, el fiel Catalinón, está interpretado por Pepe Viyuela que despliega toda su gama de cómico, a menudo con un toque dramático ante los arriesgados actos de su amo y, sobre todo, ante su desafío al comendador muerto. 

Su relato de la muerte de Don Juan y su grito de «a mí quién me paga», tienen a la vez algo de cómico y de trágicamente realista.

Josep Maria Mestres mira a Don Juan poniendo de relieve su contexto social con sus vicios y el paso del burlador por el tiempo, sin juzgarle. Con lo cual, quien quiera juzgarle, que tire la primera piedra. 

 

Irène Sadowska 

 

 

El burlador de Sevilla de Tirso de Molina – versión: Borja Ortiz de Gondra – dirección: Josep María Mestres – coreografía: Jon Maya Sein – composición musical y espacio sonoro: Iñaki Salvador – iluminación: Juanjo Llorens – escenografía: Clara Notari – vestuario: María Araujo – Reparto (Por orden de intervención): Isabela: Elvira Cuadrupani – Don Juan: Raúl Prieto – Rey de Napóles/ Fabio: Ricardo Reguera – Don Pedro /Rey de Castilla: Pedro Miguel Martínez – Ripio/ Anfriso: Samuel Viyuela González – Duque Octavio: Egoitz Sánchez – Tisbea: Mamen Camacho – Catalinón: Pepe Viyuela – Don Gonzalo: Paco Lahoz – Doña Ana/Constanza/Belisa: Irene Serrano – Don Diego: Juan Calot – Marqués de la Mota: Ángel Pardo – Batricio: José Juan Rodríguez – Aminta: Lara Grube – Gaseno: José Ramón Iglesias – Teatro de la Comedia de Madrid – del 13 de abril al 3 de junio 2018 – Producción CNTC

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