Críticas de espectáculos

El concierto de San Ovidio / Antonio Buero Vallejo / Mario Gas

La música insumisa de Buero Vallejo

A propósito de Antonio Buero Vallejo y de El concierto de San Ovidio. Los homenajes a los artistas esenciales, emblemáticos, reconocidos como valores nacionales, las conmemoraciones de aniversarios de su nacimiento o de su muerte, son las expresiones de nuestro reconocimiento, que así sea. Pero no me gusta, lo que ocurre frecuentemente, cuando, con la culpabilidad, por la poca presencia de obras de un dramaturgo en los escenarios, se habla de la deuda que los teatros tienen con él. Estoy en contra del teatro que se hace por obligación o por culpabilidad, o como tributo a un dramaturgo. También estoy en contra de los debates y polémicas de la gente que se permite juzgar la obra de un artista, tachándola de inoportuna, peor, prohibiéndola por sus ideas, no conformes con las de estos pequeños inquisidores. 

Esto ha sucedido en varias ocasiones en Francia con obras de Céline, Heiner Muller, Peter Handke, Koltes y también Voltaire.

Tampoco me gustan las «investigaciones» de estos inquisidores, sobre las conductas, actitudes, tomas de partido, de algunos artistas, en España, antes, durante y después de la Guerra Civil.

¿Qué derecho tenemos de juzgarles, desde nuestros tiempos de una aparente democracia? ¿Podemos afirmar que, en aquella época, nuestras actitudes y elecciones serian irreprochables o más bien heroicas? 

¿Valdría mas no escribir nada, o solo para sí mismos, encerrándose en su exilio interior, o buscar formas y lenguajes cifrados, metafóricos, para comunicarse con los demás, presos, como nosotros, en la misma cárcel totalitaria? 

Algunos le reprochan a Buero Vallejo el éxito que tuvo su obra bajo la dictadura. 

Las dictaduras, ya sean comunistas o fascistas, han exterminado o encarcelado mucha gente del arte, pero también han generado, entre otras, reacciones contra su opresión, el teatro que inventó formas y lenguajes, que pasaban por encima de la vigilancia de la censura, un teatro combatiente que hablaba al público de forma cifrada, animándolo y, no en pocas ocasiones, sacándolo de su ceguera, inercia y sumisión. 

Es el caso de Antonio Buero Vallejo y de algunos otros, a los que se nos olvida homenajear.

Lo que ocurre frecuentemente es que, tras una ola de homenajes y conmemoraciones, una vez la deuda pagada, el autor y su obra caen en el olvido, o aún peor, en la fosa común del patrimonio cultural, hasta la siguiente conmemoración. 

Me gustaría que los teatros programasen sus obras no por causa de algún aniversario, sino porque están siempre vivas, intemporales y actuales, porque nos hablan de nosotros y de nuestra realidad. 

Tras sus intentos, en el teatro y en el cine, no realizados por diferentes motivos, por fin se cumple el deseo de Mario Gas de poner en escena El concierto de San Ovidio, una de las obras más contundentes de Antonio Buero Vallejo, en el escenario del Centro Dramático Nacional de Madrid.

Considerando esta obra, fuera del ambiente conmemorativo del centenario del nacimiento del autor, las preguntas esenciales son: ¿en qué consiste la actualidad de El concierto de San Ovidio? ¿de qué es referente? ¿De qué forma el lenguaje y la forma teatral, a los que recurre Buero Vallejo en esta obra, estrenada en 1962, en pleno franquismo, funciona hoy, en nuestra sociedad que se jacta ser democrática? ¿Qué denuncia y desmitifica en las actitudes y actos humanos que siguen siempre, independientemente de las épocas históricas, sistemas políticos y sociales?. 

El argumento de El concierto de San Ovidio está inspirado en un hecho histórico real. 

Valentin Haüy, un filántropo francés, asistió, en 1771 en Paris, a una representación de jóvenes ciegos en la feria de San Ovidio, plaza Louis XIV, en la actualidad plaza de la Concorde. Indignado por la reacción del público que se burlaba de los ciegos, Valentin Haüy fundó la Escuela para los jóvenes ciegos e inventó para ellos un método de aprendizaje de lectura. 

Buero Vallejo ambienta su obra en 1771 en Paris. Un negociante, Valindin, que pretende ser un filántropo, visita el hospicio Quince Veinte para ciegos, donde, a cambio de 200 libras, la monja que regenta el hospicio, le confía 6 mendigos ciegos, con los que Valindin va a organizar los conciertos en la feria de San Ovidio. Su objetivo es sacar beneficios económicos ridiculizando a los ciegos, exhibiéndoles, como animales de circo, llevándoles de feria en feria. 

La «empresa» de Valindin prospera, hasta que el joven músico David se rebela, dándose cuenta de que su patrón les explota, convirtiéndoles en payasos. 

A este conflicto se suman otros en las relaciones entre los protagonistas: amor, desamor, dominación, traición, y venganza que conduce al asesinato. 

Antonio Buero Vallejo utiliza aquel acontecimiento parisiense del 1771 como parábola de la situación española bajo la dictadura, denunciando la ciega sumisión del pueblo al régimen opresivo, basado en la explotación y humillación de los débiles y de los excluidos, poniendo asimismo de relieve la capacidad de algunos de rebelarse contra su utilización por el poder. 

Esta parábola, con su dimensión intemporal y universal, funciona perfectamente en el mundo actual. 

En su puesta en escena, Mario Gas conserva la época en la que está ubicada la obra, que es a la vez la parábola de hoy de Buero Vallejo y de hoy de nosotros. 

Evitando cualquier historicismo y naturalismo, Mario Gas va a lo esencial, procediendo a unos cortes en el texto, despojándole de los elementos claramente relacionados con los años 60.

De este modo, la pequeña orquesta de ciegos manipulada por Valindin, representa a la sociedad de cualquier época, incluso la nuestra, manipulada y engañada por el poder y sus intereses. 

El escenógrafo y arquitecto francés, Jean-Guy Lecat, finalizó en 2006 la transformación de las Naves del antiguo Matadero en salas de teatro, inauguradas con su escenografía para Mahagony de Brecht, dirigida por Mario Gas y realizó también la escenografía de Avaricia, lujuria y muerte de Valle Inclan, en la temporada 2007 /2008, del Teatro Valle Inclan de Madrid.

Su complicidad artística con Mario Gas continúa con El concierto de San Ovidio para el que ha creado una escenografía transformable, mágica, que abarca cuatro lugares distintos donde transcurre la acción: el convento Quince Veinte, la casa de Valindin, la barraca de feria y una calle. 

El dispositivo escénico móvil, muy eficaz, está compuesto por dos altas paredes laterales que se mueven, creando espacios de interior y de exterior. 

En el fondo una vidriera colgada del telar. Una carra que va del fondo al proscenio, sirve para colocar la orquesta. 

En la parte delantera, un telón que se abre y se cierra, sirve para crear la escena de sombras chinescas y proyectar imágenes de la feria en la que interviene Valentin Haüy, indignado por el trato a los ciegos. 

Al final los actores se colocan delante de este telón, en el que se proyecta el discurso de Valentin, 30 años después de los hechos contados, como una voz de la conciencia social que reivindica dignificar a los ciegos, ofreciéndoles la oportunidad de aprender a leer y a tocar  música. 

Una mesa y sillas son los únicos objetos que aparecen en las escenas en la casa de Valindin, y en la escena de barraca de feria, se llevan, para el concierto atriles, sillas, violines y un enorme pavo real. 

Los vestuarios, son, estilizados, los de la época y los vestidos azul y blanco con capilote, parecidos a los de payasos, para los ciegos.

Este realismo en los vestuarios contrasta con la estética abstracta de la escenografía, que marca los lugares sin representarlos de forma naturalista, y concentra la atención del espectador en la presencia y la actuación de los actores.

Hay una autentica osmosis entre la visión escenográfica, iluminación, música y proyecciones que forman parte consustancial de la dramaturgia escénica. 

Recurriendo a las proyecciones para las escenas colectivas, Mario Gas representa la obra de Buero Vallejo con tan solo 14 actores, proporcionando, de esta forma, más intensidad a los conflictos entre los personajes. 

La escena del asesinato de Valindin por David está representada con sombras chinescas: las siluetas de los dos protagonistas se ven detrás del telón blanco, antes de que se apague la luz. 

Gas imprime a su puesta en escena un ritmo impecable, marca las tensiones dramáticas que destaca con inteligencia y sutileza, y lo cómico con un tinte amargo en las situaciones de humillación de los ciegos, su ingenuidad y su impotente resignación, con la que aceptan su destino. 

Solo David, interpretado, con brío, por Alberto Iglesias, animado por su amor por Adriana y su pasión por la música, «abre los ojos» y se rebela contra su condición de ser explotado, utilizado y ridiculizado por Valindin, reivindicando su dignidad. 

¿Pero, la venganza, el asesinato del opresor, le permiten acaso recuperarla? 

El gesto de David no libera a nadie, no anima a la comunidad sumisa de ciegos. 

No hay ni una gota de sicologismo, ni en la interpretación de Alberto Iglesias, ni en la del resto de actores, todos excelentes ejecutantes de la música melancólica de Buero Vallejo, en la que, no obstante, suenan algunas notas esperanzadoras. 

Irène Sadowska 

 

El concierto de San Ovidio de Antonio Buero Vallejo – Dirección: Mario Gas – Escenografía: Jean-Guy Lecat – Iluminación: Felipe Ramos – Vestuario: Antonio Belart – Música original y audioescena: Orestes Gas – Video-escena: Álvaro Luna (AAI) – Reparto: Valindin – José Luis Alcobendas – Adriana – Lucía Barrado – Ireneo – Bernier Jesús Berenguer – Priora de los Quince Veintes – Mariana Cordero – Dubois / Violinista – Pablo Duque – Nazario – Javivi Gil Valle – Sor Lucía / Catalina – Nuria García Ruiz – Jerónimo – Lefranc José Hervás – David – Alberto Iglesias – Gilberto – Lander Iglesias – Lucas – Ricardo Moya – Donato – Aleix Peña – Elías – Agus Ruiz – Latouche – Germán Torres – Teatro María Guerrero – Madrid – del 23 de marzo al 20 de mayo 2018 – Producción: Centro Dramático Nacional, con la colaboración de la Real Academia Española

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