El derecho a discrepar sin censura

La semana pasada he estado viendo teatro en la Muestra de las Artes Escénicas de Castilla-La Mancha, en Albacete, y en el Festival de Otoño en Madrid, y me sale que he visto de martes a domingo once espectáculos de diverso formato y entidad. Pues bien, me siento impelido a empezar este contacto lunero con lo que parecía una obviedad pero que hasta a uno, que es tremendamente sensible a todas las tropelías del INEM, me costaba mantener más allá que como una hipótesis remota de trabajo: su privatización. Y en eso andan.
La sospecha de que el retorno de Joan Francesc Marco Conchillo a su dirección era para que el ministro del deporte y las fiestas de galardones tuviera un buen fusible para emprender algo que ni los más conspicuos neoliberales del PP habían planteado de manera clara. Privatizar las unidades de producción y todo lo que ello supone. Es desmontar la Cultura en vivo para que se quede la noción cultural en un recorrido turístico por museos, conciertos y festivales, a los que, por cierto, van a meter el veneno de la privatización hasta la médula como ya existe de manera increíble con el Festival de Mérida y como se deja entrever en parte de la renuncia de Ignacio García de Almagro: esta tendencia a la privatización.
Y sea cuál sea la propuesta presentada, como es más que seguro que está planificada desde el oligopolio, como se trata de desposeer a las instituciones públicas de instrumentos para que la Cultura quede al alcance de las mayorías sociales menos favorecidas económica y culturalmente, hay que ponerse en guardia. La privatización es un pecado de lesa humanidad. Y no valen los anuncios actuales de ese ministerio de incultura que se cree que se soluciona algún problema con un bono y cuatro eslóganes de almacén de muebles.
Estoy muy soliviantado. Eufórico por la manifestación de la ciudadanía madrileña defendiendo su Sanidad pública, creo que debemos trabajar de manera muy seria para conseguir que exista una concienciación social sobre el atentado a la Cultura para Todos que está cometiendo, al menos en las Artes Escénicas, ese ministro festero y el equipo del INAEM, que va a dejar mucho peor la práctica teatral en todo el Estado, porque estos movimientos son contaminantes, no se olvide.
Dicho lo cual, repaso de manera tópica, sin profundizar, algunos de los espectáculos que he vivido con más intensidad que mi disposición franciscana para asistir cada día a una dosis, como mínimo, de artes escénicas. Menciono de manera urgente algunos sin circunstancias jerárquicas. Empiezo por ‘Archipiélago de los desastres’ de Isabel Vázquez como creadora y Elena Carrascal como co-creadora productora, que vi en el Teatro Circo de Albacete, un espectáculo muy inteligente, muy positivo por cuanto tiene de radiografía no propagandística de la vida, de lo que sucede, pero sí estructurado todo para que desde el fracaso se entienda que vivir es un continuo de luces y sombras, de días y noches, de sueños y pesadillas y que está en cada uno las maneras de superar la angustia o el no saber a base de la energía, el roce, el amor o la simple disposición para cantar a voz en grito una canción que se convierta en un emblema en un himno, en un exordio. Magnífico trabajo general del equipo de actores totales, acompañados por unos textos que surgen de manera orgánica. Muy buena obra, recomendable, de obligada exhibición en programaciones de primera categoría.
De Albacete me queda en la retina de la memoria aplicada, ‘Mi cuerpo será camino’ de Alba Saura, dirigida por Antonio Saura para Alquibla Teatro, que coloca a la compañía murciana ante un texto circular, un tema muy abrasivo: la emigración de los ciudadanos españoles durante el siglo veinte, un compendio de narraciones fragmentarias que se nos presentan sin orden cronológico sumario, que mezcla situaciones emocionales, con estructurales, que recurre en muchas ocasiones a la memoria sentimental que se acompaña con canciones de la época. Un montaje complejo en su diseño, pero bien resuelto en su presentación, con muchos recursos técnicos utilizados de manera muy eficaz. Es un buen trabajo en su conjunto, con un equipo actoral que debe asumir varios personajes en una acción de fregolismo casi instantáneo y recurrente a lo largo de toda la obra.
Paso a otro evento: Festival de Otoño de Madrid. Alguno de los espectáculos de gran formato que sirvieron para arrancar esta edición ya habían sido vistos por este cronista y hasta referenciados en esta esquina. Por ello hicimos una selección muy concreta, marcada por el origen de las propuestas, siguiendo las huellas iberoamericanas que tanto frecuentamos. Así que acudimos a ver ‘Petróleo‘ de las argentinas de Piel de Lava, un montaje que atrapa por lo infrecuente del desarrollo técnico y actoral de lo planteado. Cuatro actrices que incorporan papeles de hombres, de cuatro gañanes destinados en una plataforma petrolera que, además, tiene problemas técnicos diversos. La caracterización de las actrices es obvia, no esconde, plantea al espectador un juego claro. Y en ese juego hay un uso desmesurado del lenguaje machista, de la gestualidad del heteropatriarcado que se va desmoronando hacia una sensibilidad que entra en un espacio que, como mínimo, sorprende, y cuyo desenlace aboca a descubrir todo el juego escénico, opacando, de alguna manera, todo lo que tiene de denuncia lo presenciado.
El grupo colombiano La Maldita Vanidad irrumpió hace unas décadas en el panorama teatral iberoamericano con una fuera inusitada, con propuestas que juegan en los límites de un realismo que utilizaba unos recursos dramatúrgicos que los caracterizaba. El protagonista ausente era uno de sus instrumentos narrativos que nos fascinaban. Llegan ahora con un texto dramático de un dramaturgo catalán, tratando un asunto sucedido hace mil años en Al- Andalus, con una narración a base de monólogos, en una puesta en escena oscura, inquietante y con una historia de homosexual con final trágico. Indudable la calidad, el rigor, el tratamiento de la textualidad, la gestualidad, lo que se oculta. Nos pareció un cambio de registro que nos dejó descolocados.
La última que visioné es ‘Nocturno de Ulrike o el sujeto histórico’ y debo confesar que como perteneciente a una generación que estudiamos los fenómenos de la violencia armada de liberación, que reconocíamos muchos de los pasajes que se nos contaba, es más, yo tuve el placer de montar un texto de Franca Rame y Dario Fo titulado, ‘Yo, Ulrike, grito’, el desarrollo de este espectáculo me llegó a saturar. Con mucha voluntad didáctica, casi profesoral, el mostrarnos la parte previa al hecho teatral, es decir, el contexto, los materiales usados para llegar al momento de que el teatro es una actriz, un texto y un público, se convertían en una conferencia, en un acto casi propagandístico que dejaba al trabajo de la actriz, y las pocas acciones planteadas en algo subordinado de manera expresa al discurso. Y su resultado nos pareció redundante y poco revolucionario por su carga dogmática fuera de toda virtualidad real, efectiva, operativa.
Vi más trabajos en ambos eventos, se me quedan orillados.
Luchemos por una Cultura para todos, pública, democrática, al servicio de la ciudadanía. Cultura pública, no solamente negocio.
Y LIBRE.
Solidaridad con Paco Bezerra que está sufriendo un acto de censura con consecuencias que pueden ser muy GRAVES. Un aplauso cerrado a las actrices que van a hacer una lectura dramatizada del texto censurado por Teatros del Canal.
Y de paso reivindico el derecho a discrepar sin censura. Los censores ya sabe de qué hablo.