Incendiaria en combustión

El guardián de la poesía

«Hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse. A resistir». Son estos versos de Juan Gelman los primeros que invaden mi cabeza cuando siento a Wajdi Mouawad (Líbano, 1968) hablando de resistencia y solidaridad entre artistas para evitar que el poder frene la potencia del arte. Entiendo que yo necesite a un poeta para hablar de otro que ha elegido el teatro como vehículo para alzar la voz de aquellos que no pueden hablar. «Y si lo único que sé hacer es hablar, será por ti por quien hable», escribió Aimé Césaire, otro poeta.

Al igual que en su teatro, a lo largo del curso «Cuestionando el proceso creativo» celebrado en Santander durante la última semana de agosto, el director, actor y dramaturgo libano-quebequés compartió su pasión por la poesía y la palabra desgranando su experiencia y profundizando en las historias de los participantes.

Alrededor de una mesa de trabajo, Mouawad inició el recorrido de esta aventura del pensamiento trazando la imagen que define su poética: la hipotenusa. Frase-hipotenusa, gesto-hipotenusa, acción-hipotenusa…todas son derivaciones de una misma línea que es la de la reconciliación surgida entre dos puntos distanciados. Eran los primeros pasos de entrada a un jardín inocente que se sumergiría en el vértigo de la mayor profundidad del océano: uno mismo.

Precisamente marina fue la última de las imágenes evocadas por el creador en su presentación: el ser humano contemplando el océano. «Cuando el hombre mira el océano, mira dentro de sí mismo», aportó, rememorando los versos de Baudelaire. Y es como una se descubre mirando a un mar que no es el suyo, cuestionándose, indagando en su propia textura y destapando cada una de las memorias que la habitan.

En un tiempo de mecanización, de maquinización, de virtualidades y no presencias, el ejercicio de sentarse a una mesa a dialogar consiguiendo que el tiempo corra a fuego lento a base de cuidado y precisión en el decir, hace visible esa necesidad única que cubre el teatro: mantener un lugar de encuentro «donde un grupo de personas que van a morir cuentan historias para otro grupo de personas» -según las palabras de Mouawad. Un espacio insustituible para la mirada contemporánea y sus metáforas porque «no se puede explicar al hombre por el análisis, sino que hay que entenderlo por la poesía», como afirma el autor de «Incendies».

Y es que, lejos de educar con respuestas, el arte debe incendiar al ser humano con preguntas. Entonces, surge el ejercicio de la metáfora: ¿Cuál es la metáfora que nos habita? ¿Dónde se genera? ¿Y quién tiene la llave de nuestra poesía?

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