¿De qué sexo es la palabra?

El Guernica, el guardián y yo

Ahí estaban ellos dos con el Guernica en el medio,  una multitud mirando a distancia con los separadores y las alarmas que sonaban cuando alguien osaba romper la regla. Eran dos guardias bien distintos, cada uno custodiaba los extremos del cuadro.

Tuve que hacer un esfuerzo para decidir qué mirar. El encuentro con el Guernica siempre te cambia la temperatura, y no podía elegir ¿con quién me quedo? ¿Con el Guernica o con el guardia? Uno estaba sentado en la punta de la silla con la musculatura atenta, firme, pensé que aquella firmeza era por tensión, por meses de actitud de alerta, un cuerpo alerta. Era el actor soñado, y estaba ahí cumpliendo con compromiso, su labor. El otro en cambio lucía aburrido, desinteresado, su cuerpo semi doblado, gordito, opaco. No consideraba su trabajo de importancia. El ángel, el guerrero de la patria artística, casi no se sentaba, atento a movimientos raros iba y corregía:”No, ahí, no, no ese lugar no, más atrás, no, quietos, no, no se puede”. Siempre amable y firme. Como un verdadero  guardián de esos que las novelas de  ciencia ficción describen tanto y luego el cine les da brillo y protagonismo: guardianes de la tierra de las artes. Guardianes de Picasso. En este caso, no era ni bello, ni esbelto, sin embargo destilaba sensualidad su concentración. Su única concentración. Me quedé rato observándolo. No se distraía, no había belleza que perturbara su mirada. Él y el Guernica. Únicos. Pensé que era una de las mejores escenas que había visto en mi vida, y él, uno de los mejores actores con los que me gustaría trabajar.

Creo que hubiera hecho cualquier cosa por él, justamente porque no deseaba otra cosa que estar donde estaba: custodiando el Guernica. Hacía calor, Madrid se derretía y yo hubiera estado dispuesta a ponerme de rodillas. El ambiente comenzó a perturbarme. Me acerqué lo máximo que pude hasta que él viniera a reprenderme, quería su mirada, traerme eso: su mirada.

No lo conseguí. Su mirada no estaba destinada a mujeres de carne y hueso. Eso me ganó todo el respeto. Estaba apurada, y tenía que volver al hotel, teníamos función. En el momento no fui conciente de lo que había sucedido, luego, cuando llegué a Montevideo y se convirtió en el relato más repetido, comencé a registrar el  milagro que había sucedido aquel domingo con 43 grados en Madrid. El Guernica, el guardián y yo.

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